La crítica

Generaciones entrelazadas

  • Antonio El Pipa reabre la puerta de la memoria en Villamarta

El germen de Antonio El Pipa bailaor duerme dentro de 'Vivencias', aquel espectáculo que le dio la vida artística en solitario y que ayer repuso en Villamarta para conmemorar sus casi dieciséis años como compañía. Lo hizo a su estilo y como mejor sabe, con una estructura clásica, y exprimiendo al máximo sus condiciones como artista, una virtud que sabe manejar como nadie y más aún en su tierra.

A estas alturas no vamos a descubrir a un bailaor que ha defendido durante años su orígenes y ayer no fue menos. Cuando tocó bailar, se echó el espectáculo a la espalda y levantó al público con esos replantes tan suyos, con ese sinuoso juego de muñecas y ese deambular tan sui generis por el escenario. El Pipa dejó estampas imborrables en la noche de ayer, sobre todo por alegrías y por soleá, lo suficiente para conquistar una plaza que se le venía resistiendo en los últimos años pero que ha tenido siempre especial predilección por el bailaor.

Evidentemente, por todo lo que supone 'Vivencias' para él, los guiños contínuos a su familia, porque en su día formaron parte del montaje, fueron constantes. Tanto es así que la foto de Tía Juana la del Pipa presidía el centro del escenario como signo de veneración.

Esas ausencias la ocupan en esta nueva versión dos artistas veteranas, Concha Vargas y Carmen Ledesma, que representan en la obra a esas gitanas viejas de antaño, esas que conservan la tradición. De su sentido racial, como ocurre con su tía Juana la del Pipa, Antonio saca todo el juego, y de sus intervenciones surgieron algunos de los momentos más emocionantes de la noche.

Tía Juana fue un bastión fundamental y todo lo que afrontó lo afrontó con arte desde los tientos-tangos a la soleá y como no, las bulerías. Del mismo modo, Concha y Carmen engrandecieron el repertorio con su visceralidad y su impronta, y ese estado salvaje gusta, entre otras cosas porque ya no lo hay. Lo mejor, sin duda, sus devaneos por alboreá, con esos destellos propios de Lebrija y Utrera.

Pero de ese frasco hermético que abrió ayer El Pipa también salieron pinceladas de dulzura transformadas en la voz de Ángel Vargas, valiente en los cantes de trilla y en la Nana, instantes de ángel con los niños que por un momento irrumpieron en escena para bailar por bulerías, y la loable composición musical lograda por Javier Ibáñez y Juan José Alba.

Lo único reprochable fue el poco peso del elenco cantaor (uno de los debe de El Pipa últimamente), donde sólo se salvaron El Quini y Maloco; la duración excesiva de algunos bailes, un tanto innecesarios, y la poca consistencia de las coreografías grupales, a las que debió sacarles mucho más partido.

El Pipa acabó aclamado y con Villamarta a sus pies, consciente de que hoy por hoy, su propuesta es como un ser en peligro de extinción.

Baile

Vivencias  

Baile: Antonio El Pipa. Bailaora solista: Claudia Cruz. Colaboración especial: Concha Vargas y Carmen Ledesma. Cuerpo de Baile: Macarena Ramírez, Marta Mancera y Cintia López. Artistas invitados al cante: Juana la del Pipa y Ángel Vargas. Cante: Morenito de Íllora, Maloco de Sordera y El Quini. Guitarras: Juan José Alba y Javier Ibáñez. Niños: Alba Díaz, Juan Antonio Fernández, Rafael Pantoja y Ángel T. Vargas. Coreografía: Antonio El Pipa. Día: 28 de febrero. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.

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