Festival de Jerez

Huellas que marcan época

  • Mediante un repaso biográfico dinámico y bien narrado, Fernando Belmonte se reencontró con sus alumnos aventajados, anoche en Villamarta, en un espectáculo dirigido por Joaquín Grilo que permitió aflorar las emociones más íntimas de artistas y público

Los homenajes, ya se sabe, sólo tienen validez y vigencia en vida. Luego ya no tienen ningún sentido. La mayoría de las veces pasan a ser componendas que pocas veces hacen justicia a la persona tributada. Por eso, cuando el discípulo se arrodilló ante el maestro como lo hizo Joaquín Grilo tras conmocionar por soleá, la palabra cobró su máxima dimensión, en el pleno sentido de tributo y veneración, juramento solemne de fidelidad, hacia quienes nos moldearon e inculcaron lo mucho o lo poco que hoy hemos llegado a ser. Lo hizo María del Mar Moreno con Angelita Gómez hace ya seis años en Ayer y siempre, y anoche revivimos esas sensaciones en Reencuentro, cuyo estreno sirvió para bajar el telón del XIV Festival de Jerez.

Era Fernando Belmonte el que se subía tres décadas después a los escenarios y, lejos de la gala al uso, lo que ideó el bueno de Joaquín fue un biopic que parte del presente para, a partir de ahí, ir recuperando huellas biográficas del maestro a modo de flashback cinematográfico. Escenas retrospectivas que van desde el rechazo del bailaor a seguir los pasos familiares ligados al mundo taurino -un convincente Fernando Galán en la piel del joven Belmonte-; la siempre complicada llegada a Madrid; las exigentes influencias de maestros como Antonio; su inmortal idilio artístico con María Rosa; el servicio militar en el Sáhara; y los momentos de titubeo y desazón escenificados por el embrujo de una descomunal Alicia Márquez, con bata y mantón, por trágicas seguiriyas.

A su regreso a Jerez, se vivieron números de gran ternura y sentimentalismo, como el que interpretaron un puñado de jóvenes aprendices rememorando aquel estudio de danza de calle Bizcocheros; y la representación de los tiempos del mítico Ballet Albarizuela, movimiento en el que seis de sus grandes alumnos rozaron la excelencia en una versión muy flamenca de La vida breve, donde cobró especial relieve el toque del siempre inspirado Juan Requena.

Con un vestuario muy cuidado, una iluminación más que correcta y un ritmo en las transiciones agilísimo y dinámico, el desarrollo coreográfico fue prácticamente milimetrado, salvo precisamente en el número de Grilo, donde alcanzó el summum por soleá, precedida de un jugoso duelo al sol con su maestro, y cayó en el ramplón efectismo en el tramo por bulerías. Eso motivó que quedáramos fuera del planteamiento que él mismo había creado, alargando en exceso una pieza -al igual que ocurrió con los martinetes 'militares'- que necesariamente requería seguir respetando la coherencia del hilo argumental. Para el público, empero, no hubo problema alguno porque éste muere con cualquier desplante o grilería improvisada. En cualquier caso, fue un error del todo perdonable si tenemos en cuenta el grado de emotividad y entusiasmo que bañó el grueso de la función.

La belleza de la escuela bolera, el clásico español y el baile flamenco se sucedieron en las piezas coreográficas hasta alcanzar la cumbre por alegrías, en la que bailaron todos los invitados salvo Grilo. Mientras Belmonte vio pasar toda su vida ante sus ojos, Ángel Muñoz coreografió y bailó una espléndida farruca en la que su danza recia y viril encajó a la perfección con numerosos contratiempos y pasos poco habituales en este género. Un poco antes, se produjo un pas de trois impresionista de escuela bolera, con castañuelas y toneladas de coquetería y seductores flirteos entre Cristian Lozano, Úrsula López y Charo Espino. Tres intérpretes más que asentados y consolidados en el mundo de la danza española y el baile flamenco que tampoco quisieron perderse el homenaje al maestro.

El atrás solventó el espectáculo con discreción, pues realmente el protagonismo recaía en la efigie de un Fernando Belmonte y el resto del elenco bailaor. Con capa y sombrero, el maestro jerezano derrochó elegancia y finura al dar la entrada en las alegrías. Pudimos ver en este pasaje una espectacular coreografía firmada por Grilo, en la que los alumnos rodearon al maestro para ofrecerle los frutos de sus enseñanzas. La salida del número fue espectacular, con todos ellos fundidos sobre un Belmonte impertérrito, como si el tiempo no hubiese pasado.

Antonio Gallardo Molina dejó escrito el poema para Belmonte hace cuarenta años y anoche Grilo le puso cuerpo, música, color y alma para que una nutrida representación de los cachorros artísticos más excepcionales del maestro vibrarán e hicieran vibrar a un público entregado y emocionado ante tamaño derroche de gusto, sensibilidad y honda admiración hacia uno de los mitos que marcaron una época en el mundo del arte y que, por fortuna, aún está entre nosotros.

Baile: Fernando Belmonte, Joaquín Grilo, Ángel Muñoz, Fernando Galán, Christian Lozano, Alicia Márquez, Úrsula López, Charo Espino. Escuela de Belén Fernández: Patricia Perea, Rocío Morales, Mireya Ojeda. Escuela de Fernando Belmonte: Laura Porras, Mari Carmen Moreno, Ángela Gordillo, Esther Fernández, Raquel Díaz, Yeray Campo. Cante: Carmen Grilo, José Antonio Núñez, José Carmona. Guitarra: Juan Requena, Jesús Guerrero. Mandolina: José Carmona. Percusión: Israel Mera. Gitanilla: Luisa Ruiz Peña. Idea original: Joaquín Grilo. Sinopsis: Antonio Gallardo Molina. Música: Fina de Calderón, Isaac Albéniz, Pablo Luna, Manuel de Falla, Juan Requena, Jesús Guerrero. Escenografía: Joaquín Grilo, Fernando Belmonte, Nuria Figueroa. Iluminación: Óscar Gómez. Vestuario: Joaquín Grilo, Nuria Figueroa. Sastrería: Ana Téllez. Zapatería: Gallardo. Regiduría: Nuria Figueroa Creación multimedia: Marcos Serna. Voz en off: Antonio Gallardo Molina. Dirección coreográfica: Joaquín Grilo, Fernando Belmonte. Dirección artística: Joaquín Grilo. Dirección de escena: Joaquín Grilo. Día: 13 de marzo. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.

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