XXIII Festival de Jerez | Crítica 'Juan de Mairena'

La escuela de Los Alcores

uan de Mairena,  ayer, junto a  Diego del Morao.

uan de Mairena, ayer, junto a Diego del Morao. / Manuel Aranda

El Palacio de Villavicencio del Alcázar de Jerez volvió ayer a abrir sus puertas para un nuevo encuentro con el cante. El protagonista fue Juan de Mairena, quien ganó en la edición 2017 el premio que otorga la Federación Local de Peñas al ‘Mejor cante de acompañamiento’, permitiéndole este hecho estar en solitario en uno de los espacios habituales del certamen.

Apostó fuerte y acabó bien su recital. No quiso venir a Jerez con otro que no fuese Diego del Morao, un guitarrista “al que admiro desde siempre”, añadiendo que para él “esto es un sueño cumplido”. Diego se reía y, como es frecuente en él, prefería el segundo plano al protagonismo. Tampoco tomó de irrelevante el asunto de las palmas y el compás, contando con Juan Diego Valencia y Manuel Valencia, dos lebrijanos que estuvieron siempre limpios en su ejecución. Subió al escenario bien trajeado, con un refresco de cola bajo la silla, y se entonó por tonás y martinetes. Pronto saboreamos la voz laína de este artista que es disciplinado en las formas y que mantiene un contenido amplio en su repertorio. Defiende la escuela ortodoxa de su tierra y, por ello, en cada estilo cuida todos los matices para que suene a verdad y a historia. No había demasiado público, tónica general en los últimos días del Festival.

Pero no supone problema, al contrario, “porque estamos en familia”, como dijo Diego. Suponemos que esa espontaneidad del guitarrista de Jerez no era más que la manera de hacer sentir al cantaor como en su casa y que disfrutara del espacio y de la oportunidad. Es difícil ver a ambos juntos en un mismo escenario, pero cuando de cantar por derecho y tocar acompañando al cante se trata, ni hay necesidad de ensayos ni cuentos. Su camino se construye a partir de la soleá, a la que imprime aires de Alcalá a pesar de que se va acercando a medida que la interpreta a la bulería para escuchar de Jerez. Son cantes cortos, eficaces, directos. Por tarantos y mineras llega a convencer por llevar los tonos más bajos, pues en ningún momento alza la voz hasta gritar. Siempre mantiene la calidez.

Pero es cuando canta por alegrías el momento que más brillante lo notamos. Su dominio del ritmo junto al acompañamiento de las palmas, y la siempre excepcional guitarra, conjugan con la salinera cantiña. Entre sus numerosos premios se encuentra el primero en esta modalidad del Concurso Nacional de Cádiz. Ya parece que está más a gusto el cantaor y continúa por tientos y tangos. En el mismo concepto, pequeñas dosis y mucho ritmo. Tiene que pararse, y lo hace en la seguiriya. Diego cambia la cejilla al cinco y Juan se acerca al legado del ‘maestro de Los Alcores’, forzando su garganta en uno de los cierres que popularizó Antonio. Se meten de lleno en la bulería, al principio de Jerez, y luego se acuerda de Lebrija. Los palmeros se miran y se ríen, porque en ese compás no le gana nadie. Antes de que se encienda la luz del Palacio, Juan regala un fandango para que Diego, apoyado en una silla, vuelva a mostrar su prestigio en la prima y el bordón.

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