Festival de Jerez

Seguiriyas sobradas de duende

  • Los nervios maniataron al jerezano en los compases iniciales, algo que superó con el paso del tiempo

Pese a que acumula poco tiempo encima de los escenarios, Jesús Méndez se ha convertido en un fenómeno de masas. Su progresión, su ortodoxia en el cante y sobre todo sus virtudes como cantaor han hecho que el jerezano sea a día de hoy uno de los artistas con más tirón del panorama flamenco, tanto a nivel nacional como internacional. Aunque todavía no está considerado una primera figura, Jesús está en el camino y allá donde va, allá que se desplaza una auténtico batallón de incondicionales.

Así fue y desde antes de las seis y media de la tarde aficionados hacían cola para ver a uno de los últimos productos de la inagotable cantera cantaora de esta tierra. Al final, lleno absoluto, como era de esperar, y muchas caras conocidas entre el público, desde compañeros de profesión hasta productores y críticos.

Habituado ya a sentir la presión, Jesús Méndez salió decidido a no dejar indiferente a nadie. La responsabilidad era grande y la expectación también y eso, de algún modo le pesó. Ya no en cuanto a lo que puede dar, mucho más de lo que ofreció ayer, sino en cuanto a lo nervios, que hasta bien entrada su actuación le jugaron una mala pasada.

Vimos durante un buen rato a un cantaor tenso, con el semblante serio, la mirada perdida y ese sudor frío que supone cantar en solitario.

Un corrido inició su puesta en escena. Enchaquetado y en pie, el artista jerezano fue adentrándose en el cante matizando con eficacia cada tercio y rematando con el pregón de macandé, uno de los clásicos en el repertorio de Méndez.

Aún nervioso, pasó a hacer cantiñas, un palo que, no obstante, manejó a su antojo pues cuando tuvo que tirar de su potente garganta, como en las del Pinini que interpretó, subió y bajó tonalidades como si no se inmutase.

Por malagueñas, que dedicó a Fernando Terremoto, sólo hizo dos letras. En ninguna se encontró consigo mismo, y su tensión se transmitió al cante pues al menos en la primera de ellas, de Chacón, se mostró excesivamente acelerado. La segunda, de Enrique El Mellizo, la ejecutó algo mejor, pero sin llegar a ser el Jesús Méndez que todos conocemos.

Su concurso fue in crescendo conforme pasaba el tiempo. Bien guiado por

         

la guitarra de Moraíto, una maravilla escucharla a cappella, el joven artista echó manos de la soleá de Charamusco. Aquí mostró su lograda vocalización y su elegante entonación. Su línea de progresión iba ganando enteros, y el público, viéndole subir, comenzó a elevar la temperatura del Palacio con aplausos cada vez más continuados.

Pero sin ningún tipo de dudas, el tramo de más pellizco, por no decir el único realmente rompedor, llegó con la seguiriyas. "Voy a hacer seguiriyas ahora que estoy más tranquilo", reconoció el propio cantaor, consciente de que el trago no fue agradable. Jesús soltó todo el lastre, toda la presión acumulada, fue como una metamorfosis encima de las tablas. En la primera se atrevió por Frijones, derrochando fuerza y vigor por los cuatro costados, y en la segunda se acordó de Manuel Torre. El cante más puro de Jerez sonó entonces por las paredes del Palacio de Villavicencio, estremeciendo a más de uno. Para finalizar, remató por cabales de El Planeta levantando de forma unánime al respetable. Sencillamente arrollador y lo mejor de toda la tarde con muchísima diferencia.

Su metal de bronce y sus pulmones de acero los reivindicó en los fandangos naturales con los que continuó. Aquí fue la única vez que el cantaor recurrió al habitual 'ali, ali, ali, anda' de La Paquera, una práctica antes habitual en sus recitales pero que ahora, conforme ha ganado en madurez y personalidad, parece haber apartado y con acierto.

La ovación se generalizó en el fin de fiesta por bulerías. Con Moraíto como director de orquesta (con ese rasgueo doble tan característico), Jesús Méndez hizo todo un recorrido por diferentes estilos, desde el clásico cante más jerezano, con la bulería corta de Santiago, hasta letras de lo más 'plazuelero'. No faltaron los aires caracoleros con sabor a zambra, eso sí, todo bien elaborado, recortando el cante cuando fue necesario y tirando de garganta en el momento preciso.

El cierre, como de costumbre en estos casos, contó con un invitado de excepción, el Bo, quien se marcó una pataíta de ángel que terminó con el cuadro.

Cante: Jesús Méndez. Guitarra: Manuel Moreno 'Moraíto'. Palmas: El Bo, Manuel Salado y Manolito de la Mini. Lugar: Palacio de Villavicencio. Aforo: Lleno.

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