María del Mar Moreno. Bailaora

"Estoy aprendiendo que no puedo hacer algo para que me aplaudan sino porque lo siento"

  • Ahora todo está politizado, nos dicen ‘cómo tenemos que’, y qué es válido y qué no; y lo que se sale de ahí se olvida o se aísla”

El cante es la banda sonora de su vida. De su padre, paternero, aprendió a amar la petenera, pero luego, más mayor, supo descifrar los enigmas de la soleá, la seguiriya y la bulería mediante las enseñanzas de maestras y mitos como Angelita Gómez, Matilde Coral y Manuel Morao. María del Mar Moreno (Jerez, 1973) estrena mañana en Villamarta su quinta producción propia, Quiero tu cante, un homenaje íntimo al motor que enciende su baile.

—En ‘María, María’, su anterior espectáculo, se daba un homenaje a sí misma, ahora rinde tributo al cante.

—Sí, me lo daba a mí misma y también a mi familia. Y ahora me doy otro más gordo (risas).

—¿Se desquita en ‘Quiero tu cante’ de esa frustración, de la que siempre ha hablado, por no haber podido ser cantaora?

—Sí, bueno, antes le llamaba frustración aunque he aprendido que pese a que el baile es mi lenguaje, es cierto que el cante es el detonante, el que me lleva a ese estado de catarsis. Después de tantos años metida en esto, me he dado cuenta de que de una manera u otra el cante siempre ha estado muy presente en mi vida. Siempre he tenido la suerte de estar junto a grandes cantaores. Desde niña, a los doce años, ya estaba junto a Sordera, La Paquera, Juana, Tomasa, Fernando... Ha sido algo natural, ni me lo he planteado, y ves ahora que el cante eres tú y tú eres el cante, aunque el baile sea mi vehículo de expresión, la  forma de cantar con mi cuerpo.

—Entonces, en cierto modo, en este nuevo montaje sigue usted hablando de sí misma...

—En este caso no hablo de mí misma. Dejo al público que vea lo que quiera. No parto de una situación ajena a nosotros, soy sincera. Somos compañeros, familia, y estamos en un día cualquiera de un sitio cualquiera, cada uno con sus inquietudes. Manuel [Malena], por ejemplo, es como el más majareta de todos, apartado de todos, pero que dice verdades con su cante; está Malena [Antonio], que es el incuestionable, vive por y para el cante, no duda de quién es; está Juana [la del Pipa], cuya mera presencia levanta a cualquiera; está Tomasa [La Macanita], que es una mujer joven que ha sacrificado mucho en su vida por el cante, quiere un aire nuevo, una vida nueva; y está el personaje de David [Lagos], que demuestra que ante la adversidad hay que abrirse camino; se marcha y quiere compartir conmigo a su regreso la riqueza adquirida. Llega un momento en el que me pide que me vaya con él, y es en ese momento cuando reflexiono de dónde vengo y a dónde voy. Es como decía el verso de Cernuda: libertad no conozco sino la libertad de estar presa en alguien. Por eso digo yo que no hay más libertad para mí que estar presa en el cante.

—Ha sido una constante en su carrera ofrecer un rol principal siempre al cante, sacarlo del ‘atrás’...

—Sí, totalmente. No destaco ni quito a nadie, todos son importantes.

—Dice Woody Allen que el 90% de que la película funcione bien está en el hecho de una correcta elección de los intérpretes.

—Para mí igual. El que Malena esté a mi vera no es casual. Pero como él, los demás. Cuando hablé con David a la hora de montar el espectáculo me dijo: ‘María, qué curioso que te conozco desde niña y nunca habíamos trabajado de esta forma, y me llamas expresamente’. Pues sí, porque quiero expresar esto y él encarna ese personaje. Cada uno es vital.

—¿Usted no dudó en el ‘cásting’, siempre tuvo claro los nombres que debían participar en la producción?

—El cásting no lo he tenido difícil para nada. Lo tenía clarísimo desde el primer día. Las carreras, las formas de entender esto van muchas veces por el mismo camino. Lo tenía muy claro, pero el único problema, te voy a ser sincera, es que todos y cada uno  son artistas de primera talla, y el presupuesto era corto: hay que pagar IVA, IRPF, seguros... Todos van a hacer un esfuerzo muy importante para estar conmigo y eso lo voy a agradecer mientras viva. Todos sin excepción harán ese esfuerzo porque no hay presupuesto para pagarles. Por eso estoy tan feliz. Ya por estar con ellos en un ensayo esto ha merecido la pena. Porque no están aquí por dinero.

—¿Qué aporta cada cantaor en su individualidad?

—Uhhh... Por favor. Juana, por ejemplo, es un volcán, es un torrente de energía, de vitalidad, de no pasa ná; si tenemos papas, papas; si hay arró, arró. ¿Y lo bien que lo pasamos aquí cantándote por soleá con un cafelito? Es la madre tierra. Tomasa es de una generación a caballo entre una familia de raíz y tradición pero consciente de su tiempo. Tiene fuerza como artista y como mujer que tiene muchas cosas por vivir. Una dualidad de artista y mujer. El Malena, en estos momentos, ya es maestro, no tiene nada que demostrar, ya no se puede cantar mejor ‘atrás’ y ‘alante’. Malena con diez años ya cantaba por seguiriyas. Y Manuel es una persona que lleva toda la vida dedicado a esto, con un metal único, un fuera de la ley, que abre la boca y le dices: ¿qué te pasa hijo de mi alma? Me recuerda mucho a Diego Rubichi, que siempre llevo en la cabeza. Y, por último, está David, que tiene un metal de voz diferentes a los anteriores, pero absolutamente rico en matices, con unas posibilidades enormes, es la ida y vuelta y el aire fresco del espectáculo. El cante sirve de metáfora del amor, del erotismo... Y hombre, está el Bo y Luis de la Tota, que son una botella de oxígeno, son el compás. Estoy presa de este cante que no me deja ser más, pero qué es ser más: ¿más famosa, más gloria? Muchas veces quiere uno lo que tiene al lado y no lo ve. Los momentos de gloria son efímeros. Hoy pones el teatro en pie y el lunes estás trabajando...

—Los protagonistas “sufren el paso del tiempo, el peso de los días, la rutina, el olvido... ¿Es esta una propuesta nihilista, en el sentido del término de dar paso a una existencia que no gravite sobre cosas inexistentes?

—Absolutamente. Me encanta que digas eso. El escenario es sobrio absolutamente, no se trata de pesimismo. No estoy en un momento trágico. Yo sigo hablando de pureza como lo esencial. Como decía Aristóteles, la energía ni se crea ni se destruye, se transforma. Lo importante no es el decorado, los cuatro trajes que me pueda poner, lo importante es como canta Juana, porque ella hasta en pijama te emociona.

—Parece que la crisis ha puesto fin, en cierto modo, a la dictadura de ese baile de artificio, sobrecargado de elementos ajenos al flamenco.

—Muchas veces los directores de escena, que no tienen nada que ver con el flamenco, ponen una idea que no encaja con el flamenco. Conozco muy pocos directores de escena que encajen y entiendan la esencia del cante y ni lo toquen. Por ejemplo, del teatro de La Zaranda he aprendido mucho. Me impactó Vinagre de Jerez, donde quedaba de manifiesto que lo importante no es la forma sino cómo se baila, cómo se canta. El fondo. ¿Por qué me tengo que poner yo para cada baile una bata? Es una falta de respeto que la gente pase hambre y yo saque cuatro batas de cola. Nosotros subsistimos por nosotros mismos y gracias a Dios que hay público que nos reclama y nos sigue. Soy una luchadora y pasamos muchas fatigas, pero lo que nos importa es el baile, el cante y el toque. Y cuando no hay pa’ comer, el ingenio se agudiza.

—En una época de mercadería y entretenimiento banal, puede interesar dar todo masticado para que nadie reflexione por sí mismo...

—Claro, es que a lo mejor interesa que el público sea tonto. En esta sociedad, yo la primera, todos caemos. Estamos muertos de miedo. Si pongo a Malena aquí, qué dirán; si no saco cuatro batas, qué dirán... Vivimos una crisis de valores, no sólo económica y financiera. Lo veo con mis niños de la escuela, que es la calle, y veo que ellos siguen queriendo cantar y bailar como cuando yo tenía cinco años. La esencia del niño no ha cambiado, no tienen envidias, egoísmos, los que los hacemos cambiar somos nosotros. Tienen que parecer artistas y forrarse cuanto antes. En nuestras manos tenemos el futuro y los niños comen pan con mantequilla, y les gusta el cante y el baile, les da igual si es moderno, puro, impuro... Yo sólo entendía de emociones cuando era niña.

—¿Cree que falta emoción y sobra superficialidad?

—Sí, sí, totalmente. Entramos en una época anestésica. Vivimos un momento en el que nadie debe sufrir, ni tener grandes sentimientos. Debe haber un equilibrio emocional, pero está todo el mundo anestesiado. A veces el sufrimiento, el dolor y el sacrificio son inevitables. A través de eso valoras lo que tienes y lo que no tienes. Esta crisis va a aportar cosas positivas. Va a hacer pensar si necesitamos realmente tres móviles, cuatro televisores... ¿Has visto mi estudio? Lo montó Angelita [Gómez] en el año 84 y tiene goteras, cubos de latas para recogerlas, banquitos de 25 años... ¿Qué tengo que tener un estudio más grande para que la gente se crea que mi carrera ha sido fructífera? Qué no hombre, que me encanta el cubo de lata. Hay cosas que no tienen precio. Quizás maldigo ser tan apegada a las cosas que para mí han tenido significado, pero la Porvera es un reducto de muchas cosas.

—Usted que es una amante de la filosofía, ¿en qué corriente enclavaría sus propuestas?

—Depende el día (risas). Hay días que soy muy existencialista, con Sartre en mi cabecera; hay días que me acuerdo de Descartes... Me influyó siempre mucho la filosofía francesa existencialista. He vivido mucho en Francia y eso me tira. La filosofía es vida, es el día a día, no es un libro. Es pena, muerte, desahogo... Es lo que intento luego trasladar al escenario. Ojo, lo intento. Uno es el resultado de todo eso. Tengo una parte intelectual muy fuerte, que es la que me pierde, pero tengo que escuchar más al instinto.  Y este espectáculo es más instintivo que intelectual porque el intelecto hoy en día se está apoderando de todo.

—¿Los cantaores también han tenido libertad para dejarse llevar por su instinto?

—Sí. A ver por dónde salen. Demasiada libertad diría yo... (risas)

—De nuevo vuelve a confiar en la música de José Luis Montón, como en ‘María, María’. ¿Qué aporta en esta ocasión?

—Por ejemplo, Malena hijo, mi hermano Santi, ofrecen lo que han vivido de los guitarristas de esta tierra, esa parte instintiva. A mi me gusta como suena Santi por seguiriya, con esa alzapúa y punto. Pero busco la simbiosis, y José Luis aporta esa vertiente intelectual, más contemporánea, una música más vaporosa, muy profunda y ligera. Se compenetran muy bien, la verdad.

—¿Por qué palos se mueve ‘Quiero tu cante’?

—Tenemos un poco de todo. Los comienzos son por soleá a palo seco; el martinete; la seguiriya; la vidalita con la malagueña; los tientos y los tangos, que nunca había bailado por tangos; la guajira, que en realidad es una ranchera; una alegría de Córdoba muy contemporánea con principio de romera; un cuplé de Macanita; la soleá por bulerías; una petenera, que es de la tierra de mi padre y es un cante precioso que he escuchado cantar en mi casa desde niña. La seguiriya me la han regalado los gitanos, me la han enseñado gente como Malena, pero soy petenera por mi padre, por mi familia. Y luego, como no, la soleá que nos caracteriza y nuestra bulería, en la que entran todos a  beber de las bulerías de Jerez. ¿Saldrá todo? (Risas)

—¿Le ha quedado algo por bailar?

—Claro que me he quedado. Siempre. Siempre hemos hecho de todo por ahí, pero claro la gente se olvida de eso. Nosotros hemos creado una seguiriya y soleá con denominación de origen, pero hacemos de todo.

—En este oficio con tanto ego, ¿usted como lo lleva?

—Para ser artista tienes que tener un fuerte componente egocéntrico, un ego bien desarrollado. Pero éste es fruto de la psicología y hay un momento en el que se transforma y queda al descubierto el instinto natural. Por ejemplo, veo entrar a todos mis compañeros, cada uno con su propio ego, pero pasa una hora y ya empezamos a hablar de las fatigas de cada uno y la persona se va abriendo y saca su interior. Eso, si es que la persona tiene algo dentro y no está vacía. Hay un alma en el que encerramos penas, frustraciones, alegrías, y hay momentos en el que nos miramos y la barrera desaparece. Cuando entre nosotros superamos esa barrera es porque antes hemos superado los cien metros valla. Yo me he matao con cada uno, hay que matarse para conocerse.

—Tras haber convivido y bebido de Angelita, Matilde Coral, Manuel Morao, Ana Parrilla... ¿cómo puede uno seguir aprendiendo?

—Estoy abierta a todas las artes: ópera, cine, jazz, literatura... Pero es verdad que a la hora de hablar de baile y cante, por desgracia, van quedando menos fuentes. Lo mío, es así, ha sido por conocimiento directo, no por verles en los vídeos. He bebido de esas fuentes directamente: Sordera, el Mono, Rubichi, Luis de la Pica... Lo que hace que no deje todo, que siga bailando, es que sigo bebiendo de ellos, y aprovecho para beber de los que afortunadamente tengo en vida, como Antonio, Manuel, Tomasa, Juana, David...

—Usted que la conoció de cerca, ¿no cree que es una injusticia el olvido de este pueblo con una de las grandes como fue Ana Parrilla?

—En este momento todo está politizado. En este momento nos dicen cómo tenemos que vestir, cómo comer, a quién hay que recordar... Nos dicen ‘cómo tenemos que’ y lo que se sale de ahí se olvida o se aisla. Si una institución dice que hay que recordar a Ana Parrilla, que Dios la tenga en su Gloria, hay que recordarla. El que haya estado y convivido con ella no la va a olvidar. Qué me importa que el pueblo de Jerez la olvide... Si es que no se va a olvidar. Esto es cíclico. Hoy endiosan a uno y mañana le quitan el cetro. En estos momentos se dice qué es válido y qué no; estoy aprendiendo que no puedo hacer algo para que me recuerden o para que me aplaudan o no. Si hago algo es porque lo siento así.

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