XXIV Festival de Jerez

Un cuadro de estilos marcados

Un cuadro de estilos marcados

Un cuadro de estilos marcados / Miguel Ángel González

Envuelta en un mar de lágrimas, Antonia Santiago Amador ‘La Chana’ volvió a sentirse ayer artista. El foco la iluminó ante la mirada atónita de un Teatro Villamarta expectante. El simple sonido de las palmas la hizo reactivarse, como si de un autómata se tratase, y sus pies comenzaron a taconear casi de forma inconsciente. En el patio de butacas, El Gómez de Jerez, con el que compartió escenarios en la década de los setenta, la jaleaba con la misma intensidad que sus pies ganaban fortaleza.

El público aplaudió a rabiar al comprobar su esfuerzo, quedándose casi extenuada tras la primera reválida. Una leve gesto con la cabeza bastó a Diego Amador para aminorar la velocidad, mientras La Chana, cuya respiración se oía en todo el teatro, buscaba fuerzas desde dentro para rematar, mientras seguía sentada en la silla, lo que había empezado minutos antes. En medio de la expectación, sus brazos cobraron vida, igual que antes lo hicieron sus pies, hasta conseguir cerrar la soleá. Villamarta aplaudió su valentía y La Chana rompió a llorar emocionada.

Fue el colofón a una gala larga, una Gala Cádiz-Jerez, en la que, al margen de la bailaora barcelonesa, invitada para la ocasión, vimos sobre las tablas a tres ocheneros de armas tomar, tres artistas punteros que demostraron en el Festival por qué hoy por hoy son de Primera División.

Porque María Moreno, Mercedes Ruiz y Eduardo Guerrero responden a tres formas distintas de entender el baile, tres formas personales pero dotadas de un talento fuera de toda duda.

María Moreno es delicadeza, es como uno de esos retratos hiperrealista en la que se aprecian todas sus virtudes, con los brazos, con los pies y con una técnica exquisita a la hora de manejar otras dotes, como puede ser el mantón. Lo demostró por alegrías, como ya había hecho el pasado martes, dibujando desplantes y acercándose a la ingravidez.

Mercedes Ruiz es puro nervio, es fuerza y electricidad encima de un escenario, casi como si hablásemos de un cuadro puntillista de Van Gogh. Gota a gota, la jerezana destacó por tonás, poniendo su propia banda sonora al cante de Felipa con las castañueñas y haciendo un guiño a la mismísima Carmen Amaya con esa impronta y versatilidad posee en los pies.

Eduardo Guerrero es como un cuadro modernista, con una estética que guarda en el fondo la sabiduría del baile de raíz, pero al que ha aportado un toque de actualidad. El gaditano bailó por caña desprendiendo esa energía que ha contagiado más de una vez al Villamarta. De pies anda sobrado y sobre el escenario se crece a medida que baila, es como un torbellino, como un caballo desbocado al que nadie puede controlar. A los tres, el público los despidió entre palmas por bulerías dando muestras del potencial de lo exhibido.

Pero además de ellos, la gala nos redescubrió, al menos para los que aún no la hayan descubierto, a Felipa del Moreno. Fue un acierto incorporarla ayer al montaje (ante la ausencia de María Terremoto), pues la jerezana se mostró como una cantaora curtida, derrochando tablas y buenas maneras sobre el escenario. Gustó por romances y tonás, y fue ella misma por tangos, manejando ese metal dorado que posee con firmeza.

Tampoco hay que quitar mérito a Miguel Rosendo (brillante en la soleá de Triana) e Ismael ‘El Bola’ (potente en los fandangos), y sobre todo a las guitarras de Santiago Lara (un lujo tenerlo en cualquier espectáculo por su capacidad interpretativa) y Javier Ibáñez, que crece a velocidad de vértigo.

Así culminó una gala entretenida y que cumple a la perfección con el cometido para la que fue creada.

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