La crítica del Villamarta · 'Flamenco se escribe con jota', Miguel Ángel Berna

Más futuro que pasado

  • Miguel Ángel Berna revolucionó el Villamarta con 'Flamenco se escribe con jota', una arriesgada obra que funde 'folk' con 'arte jondo'

Quienes le vimos el año pasado por estas fechas en La Compañía quizá hayamos perdido el siempre importante factor sorpresa. Lo cual no es óbice, en cambio, para que la danza de Miguel Ángel Berna nos haya vuelto a asombrar. El zaragozano arrancó sonoros comentarios de exclamación anoche en Villamarta durante su concurso en Flamenco se escribe con jota, la propuesta que ha estrenado en el Festival de Jerez y de la que se erige en auténtico cabeza de cartel. Y es que el revisionismo que lleva a cabo de una música hasta hace bien poco fosilizada, descatalogada y reservada para las fiestas patronales, es digno de encomio.

Admirable, sobre todo, porque cuando uno se adentra en el folclore y lo desnuda de tópicos y lastres históricos percibe la riqueza musical, rítmica y plástica que encierran estos estilos tan teóricamente localizados. La jota de Berna es aragonesa, pero bien podría ser una danza del mundo, un movimiento impulsivo muy personal procedente de un espacio indeterminado en algún lugar perdido de un tiempo futuro. Porque su danza es más futuro que pasado, pues aunque su labor arqueológica sea más que reseñable, más lo es aún su clarividencia a la hora de insuflar oxígeno a un baile, en particular, y un estilo, en general, que requerían con la máxima urgencia una amplia bocanada de aire fresco.

Miguel Ángel Berna desliza su estilizada figura en escena, se derrama a cada paso, ocupa todo el escenario de un lado a otro como si mas que andar, levitara. Puro nervio este bailarín que se vació en su solo con los palillos en el dedo corazón al compás de la espléndida voz de Lorena Palacios y la delicada bandurria de Alberto Artigas. Un bailarín que brincó etéreo en el preciosista número final, donde el trío de bailarines/bailaores dedica las alegrías del reencuentro a la memoria de Mario Maya.

Porque, al final, el espectáculo empieza y acaba en esa prueba genealógica irrefutable de que la jota aportó su granito de arena en la construcción inicial de lo que hoy llamamos flamenco. Esa conocida jota de Cádiz, como recoge el Diccionario enciclopédico del flamenco de Blas Vega y Ríos Ruiz, que no es más que una modalidad de la variante aragonesa transplantada a Andalucía en las primeras décadas del siglo XIX, coincidiendo con la Guerra de la Independencia y el período liberal.

Fluyeron los números casi sin receso y al virtuosismo de Berna, patente con especial énfasis en su excelsa destreza con las castañuelas, se unió el academicismo de Rafael Campallo y Úrsula López, que aunque en ningún caso restaron al conjunto de la propuesta, tampoco sumaron momentos especialmente memorables en el 'haber' de la misma. Sus solos, en el caso del sevillano por soleá y bulerías y en lo que respecta a la cordobesa por tientos y tangos, fueron algo extensos y, pese a que dejaron algún que otro destello, en general los percibí fríos y con escasa capacidad de transmisión. Bien pudo deberse a la responsabilidad del estreno y al patente encorsetamiento de una propuesta muy exigente en cuanto a las transiciones y cambios de climas musicales.

Sea como fuere, tanto Campallo como López fueron de menos a más hasta llegar al clímax que supuso la coreografía final por aires de Cádiz en conexión directa con la jota, donde sobresalió nuevamente la cantadora Lorena Palacios y las voces de Miguel Rosendo y Juan José Amador, tan eficaces en el atrás como nos tienen acostumbrados. Y Berna, a todo esto, dirigiendo en escena, comandando el destino de una propuesta en la que sus giros y diagonales, sus solventes y diversos registros, levantaron al público al final de la obra.

El peso que adquirió el zaragozano probablemente actuó en detrimento de sus acompañantes, aunque fue delicioso verlo danzar, con sus cambios de ritmo y sus múltiples acentos, por martinete-seguiriyas junto al sevillano y al marcarse un bello paso a dos con una Úrsula flamenca y bajo unas armonías fronterizas que evocaron una amalgama de texturas musicales muy sugerentes.

El mensaje final que subyace tras contemplar el montaje es que el flamenco -como también debería ocurrir con la jota en la escala en la que se encuentre- puede proceder de siglos de cultura musical sin dejar de mirar al futuro, en sus itinerarios puede haber nuevos hallazgos, revisitaciones, reencuentros, diálogos intermusicales... Todo cabe, todo es posible, si todo pasa el filtro de la autenticidad y el peso de cuestiones tan aleatorias como las modas. Anoche hubo, más que provocación y fusiones gratuitas, música y baile del siglo XXI con todo el sabor de lo añejo y todo el poso de reminiscencias decimonónicas.

Danza: Miguel Ángel Berna. Baile: Rafael Campallo, Úrsula López. Cante: Juan José Amador, Miguel Rosendo. Cantadora de jota: Lorena Palacios. Guitarra: Jesús Torres, Javier Patino. Guitarra española: Guillermo Gimeno. Bandurria: Alberto Artigas. Percusión: Josué Barres. Coreografía: Miguel Ángel Berna, Úrsula López, Rafael Campallo. Música: Compañía Miguel Ángel Berna, Jesús Torres. Iluminación: Manu Llorens. Sonido: Fali Pipió. Regiduría: Raúl Gómez. Producción ejecutiva: Daniela Lazary. Producción y distribución: Arte y Movimiento Producciones. Colaboración: Centro Dramático de Aragón. Día: 8 de marzo. Lugar: Villamarta. Aforo: Lleno.

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