La crítica del Villamarta · 'Mi último secreto', Mercedes Ruiz

El jardín de las delicias

  • Mercedes Ruiz derrocha sensibilidad y flamencura en liza con el arte y el compás para triunfar en el Villamarta

El corazón le late con violencia. Mercedes Ruiz tiene cosas nuevas que contar. Nuevos discursos que proponer desde una concepción del baile flamenco -flamenco, flamenco- a la que permanece fiel año tras año. Y cómo crece a cada paso. Cómo evoluciona a cada inmenso giro de muñeca, en cada braceo y cada pose. La bailaora jerezana ha completado la fase de refinamiento técnico, el período de sofisticación de su baile, y rastrea ahora nuevos territorios hasta merodear movimientos imposibles. Contemplamos con entusiasmo sus recursos de siempre, su espigada y airosa figura, aunque con nuevos matices. Más profundidad y, si cabe, mayor carga emotiva y dramática. Nuevos pasos y mudanzas que la confirman como una bailaora absoluta. Un portento que ha estallado y ante el que se rinden ahora aquellos que ayer vivían en el escepticismo y la incredulidad, más pendientes de los modismos y los pelotazos, de la periferia de su baile, que del arte que mira a los ojos y escupe verdad.

Mercedes atesora en sus adentros el prototipo ideal de bailaora que aúna depuración técnica, sutileza, contención y rabia incubada que aflora cuando se lo pide el cuerpo. Y qué cuerpo, qué silueta. Qué garbo en la granaína chaconiana -bien adornada por el siempre entregado David Lagos- y rondeña. Qué majestuosidad en la varonil farruca que nos regaló anoche y que proviene de su memorable participación en el ya mítico ¡Viva Jerez! Bien arropada por un atrás coordinado y pulcro, la artista entusiasmó con ese endiablado juego de pies mediante el cual se desliza taconeando por el escenario. Igual de atractivas y sugestivas fueron muchas de las formas geométricas y los dibujos en el aire a golpe de hombros y muñecas que trazó. Unas delicatessen, un jardín de delicias, que la bailaora ha sabido pulir a la perfección y que devienen en recursos exquisitos al alcance de un cupo de intérpretes sumamente reducido.

Con un look entre Yerbabuena -aparece incluso la idea de la bombilla como en Santo y seña- y Carmen Amaya, la bailaora de San Miguel se vació en Villamarta durante el estreno absoluto de su nuevo espectáculo, Mi último secreto. Cuarta producción propia en la que sigue buscando más la espiritualidad que el materialismo. La entelequia de bailar para sí misma antes que la filigrana y el alarde gratuito cara a la galería. Y lo cierto es que consigue que en la mayor parte de su montaje la percibamos gustándose, recreándose en sus movimientos y totalmente segura de sí misma y de cada paso que nos ofrece. Hay momentos en los que se rebusca, donde su baile parao, de colocación y brazos alcanza el máximo esplendor -como en buena parte de la seguiriya inicial-, y otros en los que se muestra explosiva, acelerada y con registros imperceptibles para el ojo humano, como en la escobilla de las bulerías que dan continuidad a las soleares tan bien ejecutadas por Lagos y Londro, inconmensurables en toda la función y especialmente generosos en los pregones de las moras y las flores. Estremecedores. Minerales.

Mención aparte merece la atinada partitura de Santiago Lara, que se une a la atmósfera ocre de un escenario que evoca un ambiente entre el tabanco y el café-cantante. A la sensibilidad de su guitarra y sus prodigiosas pulsaciones, se suman las cuerdas que ha decidido incluir en la obra y que elevan la riqueza sonora del montaje. Éste encuentra su punto álgido, bien buscado y definido, en los caracoles, donde Mercedes, con bata de cola azul eléctrico y abanico, rompe su propio molde y fascina por su sutileza.

Lejos de un atisbo de conservadurismo, Ruiz da un paso adelante en sus posibilidades y, siempre siguiendo su estética, sus preceptos, plantea un discurso sobrio pero efectivo. Una narración, excesivamente barroca a veces, que logra que el tiempo pase volando y el espectador se dé por entero a su baile grácil, enérgico y preñado de hondos acentos que atrapan sin rodeos ni dilaciones. Y lo mejor de todo es que nos quedan tantas Mercedes por descubrir, tantos secretos...

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