XXV Festival de Jerez

Las manos sin límites del Rey

Antonio Rey, durante su actuación en los Museos de la Atalaya.

Antonio Rey, durante su actuación en los Museos de la Atalaya. / Manuel Aranda

Los Museos de la Atalaya abrieron sus puertas para iniciar la jornada del primer viernes de este atípico Festival de Jerez. La muestra, que cumple sus bodas de plata, lucha contra viento y marea para ofrecer las condiciones más óptimas posibles.

Ejemplo de ello es el acondicionamiento de este amplio salón que apenas ha tenido uso para actividades flamencas en la ciudad. Visto lo de ayer, y a pesar de habernos despegado del recorrido habitual de cada año, entendemos acertada la decisión porque el lugar se presta a los propósitos de la organización.

Se disfrutó de una tarde prácticamente veraniega que puso sobre el escenario a Antonio Rey, guitarrista jerezano que no deja de superarse a sí mismo en recursos y creatividad. El artista mostró una vez más su excesiva pulcritud técnica en la hora de concierto en la que su guitarra fue el mayor reclamo. No necesita invitados con muestras de alarde ni acompañamientos laureados, él defiende a ultranza el mensaje de su sonanta como elemento fundamental del concierto. Tampoco necesita más.

Antonio Rey, junto a Los Makarines. Antonio Rey, junto a Los Makarines.

Antonio Rey, junto a Los Makarines. / Manuel Aranda

Antonio se ha situado por méritos propios, por su constancia y trabajo diario, en lo más alto. Es uno de los más aclamados de su generación. Su presencia causa expectación allá por donde pasa, más ahora, si cabe, con un Grammy Latino bajo el brazo.Quizá tendríamos que analizar la música del guitarrista como eso, como música, y no hacerlo desde un prisma netamente flamenco, que también. O sea, que sin dejar de sonar flamenco, acapara unas dimensiones sonoras mucho más amplias. Claro ejemplo, sus composiciones en ‘Flamenco Sin Fronteras’, título que ha merecido el reconocimiento musical que antes mencionábamos y que ayer centró su repertorio.De nuevo, insistir en sus picados, en su rapidez y destreza con la derecha, en su intensidad constante en el ritmo. Unas manos sin límites.

Y es que, asistir a un encuentro con Antonio es asumir la sensación de estar continuamente ante el precipicio, a veces llevándote hasta la extrema tensión. En este paseo entre el disfrute y el vértigo, reconocemos a un Antonio seguro de sí mismo, mirando al público y, en momentos claves, conectando con Makarines y Ané Carrasco, que se suman a las alegrías, fandangos de Huelva o bulerías. Más pausado, profundizando en el pellizco, nos lo encontramos en la balada junto a su padre Toni, un ser de luz que ha apostado siempre por el crecimiento artístico de sus hijos, así como en la farruca, que sugiere el perfil intimista de una guitarra que sigue construyendo su dorada obra.

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