Festival de Jerez

Un mar de sensaciones

Eduardo Guerrero, acompañado al cante por Anabel Rivera y Manu Soto, ayer en González Byass.

Eduardo Guerrero, acompañado al cante por Anabel Rivera y Manu Soto, ayer en González Byass. / manuel aranda

Como si de un cicerone se tratase, Eduardo Guerrero se asoma al mar para contar sus secretos, para acercarnos a ese faro que ilumina su camino y que llena de vida sus noches oscuras. Lo hace, como siempre, de forma elegante, sutil y con una propuesta de corte clásico en la que encontramos pequeñas historias que se suceden sin ningún hilo argumental. Da importancia total al baile, sin olvidar los detalles, que también son necesarios.

Sus apariciones se intercalan con el cante de Manu Soto y Anabel Rivera, y la guitarra de Javier Ibáñez, principal timón de la nave. Todos forman un todo, un conjunto equilibrado que convierten a 'Faro' en un espectáculo atractivo y constante en su discurrir.

Caña, tangos, seguiriyas y alegrías conforman los pilares del montaje, al menos en cuanto al baile, porque a la hora de cantar tanto Manu Soto como Anabel Rivera tienen su momento, al igual que Javier Ibáñez, éste en un solo de guitarra. Pero a diferencia del clásico trabajo flamenco, las escenas están interconectadas con composiciones especialmente sensibles, que en las voces de los cantaores y la excelente sonanta de Ibáñez suenan a gloria. Anabel nos deleita con una preciosa versión aflamencada de 'Alfonsina y el mar' de Mercedes Sosa, llena de emotividad y buenas sensaciones; mientras Manu Soto se adentra en una de las grandes composiciones de Manuel Alejandro, 'Se nos rompió el amor' que popularizó Rocío Jurado, para no perder esa línea cautivadora.

Bajo ese manto se mueve Eduardo Guerrero, un bailaor que sólo con su presencia llena la escena. Tiene empaque, hechuras, personalidad, y ha aprendido a dominar la situación con una facilidad que asusta. Su poderío físico es abrumador y su baile es capaz de acariciarte, de embriagarte o de pulsar la fibra, pues mide el tempo con la precisión de un reloj. Cuando se para, bracea y se gusta, como al bailar por alegrías, cuando se desboca, es un tsunami con los pies, como demuestra en la caña y la seguiriya, y cuando tira de improvisación es imparable.

Eduardo es cada día que pasa más grande sobre el escenario, y su versatilidad va más allá de una coreografía, un braceo o una carretilla, por mucha dificultad que éstas tengan. Está dotado de algo especial que cuando se enfrenta al público acaba por cautivarlo haga lo que haga.

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