Hablando en Plata

Los palos del baile flamencoEl taranto

¡Q baile, el taranto, qué baile! ¡Qué dramática hermosura de baile! Y que más da quien lo inventara, que si Carmen Amaya o que si Rosa Durán. Otros dicen que Rosario, Fernanda Romero…¡Vaya usted a saber! La realidad es que el Taranto es uno de los bailes con más encanto que existen y que, por algo, casi toda las buenas bailaoras lo llevan en su repertorio; siendo uno de los que más solicitan las jóvenes alumnas de hoy a sus maestras, en las academias de baile.

El taranto empezó a difundirlo, como cante, nada menos que Manuel Torre, cantando aquello de "Donde andará mi muchacho…" Pero no se bailaría hasta mucho después. Allá por los años cuarenta y tantos del pasado siglo XX. Y a fe que no desmerece nada en absoluto la liturgia jonda de este baile del cante que le dio y que le da vida, al que algunas bailaoras, como mi adorada Trini España - grande, entre las grandes olvidadas -acompañaba, además, con el repiqueteo de sus castañuelas y el embrujo de su braceo.

En la Cátedra de Flamencología lo enseñaron durante muchos años, en sus cursos de verano, Angelita Gómez y Teresa Martínez de la Peña, dos maestras de fantasía, donde las haya; siendo un baile muy del agrado de las incipientes bailaoras. Y, actualmente, aún se sigue dando a conocer en las mejores academias flamencas de España.

El taranto se puede bailar con bata o con pantalón, siendo esta indumentaria, tal vez, la más apropiada; como la usaba Fernanda Romero, otra olvidada; como tantas buenas bailaoras, desaparecidas o retiradas del arte, que cayeron para siempre en el olvido.

Pero bailar bien, lo que se dice bien, el Taranto, es tarea más que difícil, porque es la expresión corporal de un cante minero, dramático, angustioso a veces, traducido en movimientos y gestos rituarios, como si se estuviera bailando en el interior de una mina, diciendo con la imagen lo que la voz del cantaor quiere gritar con fatigas. Y ahí está la clave de este baile, unificando con rabia voz y movimiento, dolores y quebrantos, al compás de una música que nace, que surge, de la más honda galería, para traducirse en la desolación más infinita.

Baile del taranto, ritual y hermoso en su propio desconsuelo; baile casi sagrado, para deleitarse con él, en la liturgia jonda de un escenario con luz cenital y las cortinas a medio bajar, esperando los aplausos de quienes saben y entienden y de los que ni entienden ni saben, pero que gustan de lo asombroso y de la belleza de una figura en movimiento, hecha filigrana de armonía flamenca.

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