XXV Festival de Jerez

El punto de fuga flamenco

José Manuel Álvarez, en un momento de la farruca.

José Manuel Álvarez, en un momento de la farruca. / Manuel Aranda

Todo lo que hemos visto a José Manuel Álvarez en las dos últimas ocasiones que ha pisado las tablas del Teatro Villamarta, en ‘Entrar al juego’ con Marco Flores (2016) y en ‘Sin Permiso’, con Ana Morales (2019), quedó ratificado ayer en la Sala Compañía con ‘Cruces’, su primer espectáculo en solitario. Sus condiciones y manera de explotarlas sobre el escenario ponen de manifiesto una única premisa, que tiene un futuro (si no ya un presente) brillante y que espacios como éste se le quedan pequeños.

Bien es cierto que ‘Cruces’ es un espectáculo denso, en ocasiones hasta yo diría que demasiado subjetivo, pero eso no quita para que el bailaor despliegue todo su potencial, demostrando por encima de todo, una fuerte personalidad que habla muy bien y certifica todo lo anterior.

Es la voz en off de Susanne Zellinger quien nos advierte y nos sitúa en la antesala de lo que vamos a ver, es decir, como bien explicó el propio autor en rueda de prensa, “un cruce de caminos”, en el que se entrelazan historias y situaciones de cada uno de los protagonistas: José Manuel Álvarez, bailaor, Pepe de Pura, cantaor, José Almarcha, guitarrista y Lucas Balbo, percusionista.

Justo un momento antes, la escenografia, con los cuatro artistas de espaldas al público, también nos invita a conocer que va a ser desde esa perspectiva desde la que va a ocurrir todo, una manera muy original de anunciarnos algo.

A partir de ahí, vamos conociendo cada una de las particularidades de estos protagonistas, todo a través del baile, el cante, el toque y la percusión.

Si hay algo que emana constantemente en esta producción es la manera de conseguir que nuestra atención sea firme, nos mantiene en vilo desde las alegrías que se marca José Manuel Álvarez al comienzo del mismo, hasta la bulería con la que se cierra. Sin embargo, sí que es cierto que en algunos momentos, esa tensión se convierte en desconcierto, quizás porque se introducen elementos (como ocurre con el caso de Pepe de Pura) que se te pueden escapar. De esta forma, o intuyes lo que puede ser o te quedas fuera de contexto, y eso, en un espectáculo puede incurrir en el aburrimiento.

Aún así, dicha complejidad se compensa con el baile del sevillano, que imprime su toque de distinción en la farruca, estilizada y elegantísima, o en la bulería por soleá, donde se gusta y se rebusca exhibiendo sus hechuras; con el cante de Pepe de Pura, imponente en todo lo que hace, aunque sobre todo en su antología por los cantes de Levante y en los aires por serrana en los que demuestra claramente que estamos ante uno de los grandes en esto de acompañar el baile; en el toque de José Almarcha, limpio y contundente y sutil y medido según se precie, y en la percusión de Lucas Balbo (un bonaerense que se enamoró del flamenco), que con la caja y el hang consigue crear su propio climax. Y hasta se marca una pataíta por bulerías, un ejemplo más de ese cruce de caminos.

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