XXIV Festival de Jerez

Un viaje alejado de la realidad

Imágenes del espectáculo 'Un cuerpo infinito' de Olga Pericet

Imágenes del espectáculo 'Un cuerpo infinito' de Olga Pericet / foto©Miguel Ángel González

El universo inventado de Olga Pericet en torno a la figura de Carmen Amaya es cuanto menos denso. En él se vierte muchísima información hasta el punto que resulta complicado comprender todo lo que se pretende exhibir. A lo largo de casi hora y cuarenta minutos, la menuda bailaora cordobesa está en constante transformación, tanto que pasa del tradicionalismo a la danza más contemporánea en un proceso complejo y cargado de connotaciones.

Bien es verdad que a lo largo y ancho de ‘Un cuerpo infinito’, la vemos esbozar farrucas, soleá, tarantos, tangos (de Granada, Triana y el Piyayo), bulerías (donde su capacidad con los pies es asombrosa) o un original garrotín, pero nunca se mete de lleno en el baile propiamente dicho. Salvo en la soleá, que aborda con algo más de tiempo, el resto son pinceladas.

Sí que lo hace en el lenguaje gestual y centrándose en la danza contemporánea, donde Pericet demuestra un dominio y un manejo corporal fuera de toda duda, tanto que a veces parece que se estira o se deforma como un chicle. Para entendernos, lleva su cuerpo al límite.

Su clara intención de romper con lo establecido lo percibimos también no sólo en la propia Olga, sino que también se extrapola a sus compañeros de viaje, en este caso Miguel Lavi e Inma La Carbonera. Ambos están en constante mutación, dejando de lado el clásico concepto del cantaora o la cantaora, y situándose más en una postura cercana a la interpretación teatral. El ejemplo más claro lo comprobamos en el tema del grupo de rock andaluz Medina Azahara, ‘Todo tiene su fin’, que Lavi e Inma ejecutan a la perfección, dándole un toque flamenquísimo sin dejar de perder su origen; o en la versión que se hace del tema de Benny Goodman, ‘Sing, sing, sing’, una elección ésta que sirve a la artista para situarnos en el mismo Hollywood de los años 40, gracias a la buena interpretación del trompetista Jorge Vistel. En este terreno musical, destaca también el papel, aunque escueto, de la guitarrista Antonia Jiménez, que nos rescatará a Sabicas y Niño Ricardo con una rondeña.

Con una escenografía que lleva la firma nuevamente de Carlota Ferrer, como ocurrió en ‘La espina que quiso ser flor’, la obra, que en ocasiones aporta toques de humor, va cambiando de ritmo según el momento. Así, para bajar la intensidad se recurre a largos silencios, una opción que acaba por resultar cansina y a veces agotadora para el espectador, que durante muchas fases de ‘Un cuerpo infinito’ se ausenta de lo que ocurre sobre la escena.

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