Pasarela

Historia de una bata perdida

  • La exposición ‘Hombres con falda’ quiso cambiar la autoría de Lina sobre la bata de cola de Joaquín Cortés por la de Armani pero, como la diseñadora misma reconoce, ‘la verdad sólo tiene un camino’. Desvelamos a través del siguiente texto los datos de una prenda sobre la que, de momento, se desconoce su paradero.

Su talento como diseñadora y modista cambió el rumbo del traje de flamenca y, desde los años 60, posiblemente sea la experiencia que relatamos aquí una de las menos agradables de su vida. Lina ha visto, a raíz de la exposición Hombres con falda, no sólo que se ha pretendido obviar su nombre como creadora de la primera bata de cola que, con estas características, se hizo para un hombre sino que, además, desconoce el paradero que dicha prenda pueda tener. Una realidad que este periódico no ha podido contrastar con el comisario de la muestra, Roger Salas, al negarse éste a realizar cualquier tipo de declaraciones sobre esta cuestión al tiempo que incluso colgaba el teléfono en mitad de nuestra consulta.

Por su parte, ni la sevillana responsable del vestuario de figuras tan señaladas como Isabel Pantoja –ni su hija, Rocío Montero-, han tenido inconveniente alguno en relatar las características de un encargo que se remonta, aproximadamente, a 1990. Fue entonces cuando, para el espectáculo Soul, Joaquín Cortés ideó una salida a escena –a través del patio de butacas-, portando tan sólo una vestimenta en relación a la que tenía las ideas muy claras. “Quería que midiera unos nueve metros y que, sobre todo, con ella se pudiera bailar”, relata Rocío como heredera del testigo de la espléndida trayectoria de su madre. “Se fabricó entre cuatro personas y tardamos al menos dos semanas en concluirla”.

Concebida en negro con bordados de esa misma tonalidad –cara a potenciar la masculinidad de su estética–, el desaparecido objeto estaba dividido en dos secciones: una, la que se cogía a la cintura -de unos dos o tres metros de longitud- y otra posterior con el resto de la tela de la que el bailarín podría desprenderse gracias a dos cremalleras que la sujetaban al resto del cuerpo. “Lo más importante es que, la bata y la persona que la lleve, sean una misma cosa. Por esa razón, un kilo más o menos de peso, por ejemplo, es esencial para que, quien la porte, pueda moverse a gusto”, continúa Montero mientras recuerda el profesional comportamiento de Cortés. “Vino al taller por la mañana, a la hora acordada, y no puso ninguna pega. Fue una persona muy cariñosa”.

Casi dos décadas después, el experto en moda –y ex agente del artista cordobés-, ha impulsado una iniciativa que, después de Madrid, se enseña estos días al público en Sevilla donde, inexplicablemente, de la obra completa que nos ocupa –y que, desde el principio, nació sembrando la polémica- sólo han llegado los volantes finales. “La nuestra es una labor artesanal y reconocemos al instante la ropa que sale de aquí”, concluye Rocío Montero. “Algunas clientas nos han contado que han intentado desmontar piezas enteras y no han llegado a averiguar cuál es el secreto de la confección de Lina”.

Un misterio que se une al del silencio en torno a una bata que hizo muy famoso a su dueño y que sería muy triste no poder recuperar jamás. Es el mismo caso que sucede con las grandes canciones las cuales, si el pueblo las hace suyas, al pueblo, más que hasta al propio compositor, pertenecen.

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