Pasarela

48 horas históricas en Mónaco

  • Alberto II, un príncipe maduro, deportista y ecologista, celebra hoy y mañana su enlace con Charlene, un toque de 'Gracia' y discreción en el Principado.

Ya no le queda mucho pelo, pero le sobran títulos rimbombantes: su alteza el príncipe Alberto II no sólo es príncipe de Mónaco sino también duque de Valentinois, marqués de Baux, conde de Carladès, barón de Buis, hacendado de Saint-Rémy, señor de Matignon... y así podríamos seguir varias líneas. Por eso no sorprende que durante mucho tiempo estuviera considerado un buen partido en el mercado matrimonial de la aristocracia. Pero el soltero de oro por fin se casa a los 53 años. Alberto siempre ha sido deportista: fútbol, tenis, vela, natación... Todo le divierte. Cuando era más joven, le encantaba deslizarse con una tabla por los canales helados. Compitió en cinco ocasiones en los Juegos Olímpicos de Invierno, aunque nunca llegó más arriba del puesto 25. En 2005, tras morir su padre, se convirtió en príncipe de Mónaco. Era el momento de poner punto y final a su caprichosa vida privada reconociendo a dos hijos fruto de relaciones sin pasar por la vicaría. Alberto II abandera la defensa del medio ambiente. Emprendió una expedición al Polo Norte en contra del cambio climático, y cuando en 2009 llegó al Polo Sur, había puesto los pies en los cinco continentes. Como soberano monegasco se esfuerza en limpiar la imagen del Principado como paraíso fiscal. Tardó mucho en decidirse por una boda, pero ahora ha llegado el momento, e incluso planea traer al mundo pronto a un pequeño heredero.

Charlene

Segura de sí misma, deportista, guapa... La futura princesa Charlene es una elegante sudafricana con un pasado libre de escándalos. Nació el 25 de enero de 1978 como Charlene Lynette Wittstock en Bulawayo, actual Zimbabwe, la misma ciudad en la que vino al mundo Chelsy Davy, la novia desde hace años -aunque con altibajos- del príncipe Harry de Inglaterra. Pero al contrario que Chelsy, Charlene nunca fue la típica fiestera. Con su elegante discreción, casi timidez, esta rubia de porte soberano hizo titulares sólo como deportista de élite. En los últimos años, se ha preparado con disciplina férrea para su futuro papel. Atrás quedó Durban, su ciudad de residencia caracterizada por su relajada cultura surfera. A muchos ha sorprendido su consecuente transformación de chica jovial y campechana a futura princesa 'glamourosa' que, pese a todos los parecidos con Grace Kelly, quiere imponer su propio estilo. Está muy unida a sus padres y hermano y el deporte le viene de tradición familiar. Sus amigos la recuerdan como una joven alegre pero también de voluntad férrea. A la futura esposa de Alberto II le marcó profundamente su padre espiritual, Nelson Mandela, y la reconciliación de Sudáfrica. Para ella, la solidaridad es algo incuestionable: ya de joven ayudaba a los niños pobres a aprender a nadar. Al igual que su modelo, su meta es ayudar a la infancia y promover el deporte.

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