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La vida después de Disney

No nos cuentan la verdad. Llevamos toda la vida creyendo que Blancanieves fue feliz tras marcharse con aquel desconocido que la despertó de un coma profundo, que Cenicienta vivió una vida de ensueño en un lujoso palacio con un fetichista enamorado de sus pies y que Bella superó su zoofilia al lado de una buena Bestia que la conquistó leyéndole versos de Whitman. ¡Já!

Disney lleva toda la vida haciéndonos creer que es verdad aquello de "fueron felices y comieron perdices". Pero no es oro todo lo que reluce. Después de una semana conviviendo con el apuesto príncipe, Blancanieves descubrió que las tareas del hogar no iban mucho con él, que era de agua escasa y que la buena conversación no era uno de sus puntos fuertes. Ya le resultó extraño que el día que la rescató no fuera capaz de soltarle ni un triste hola. Cenicienta, que al igual que su amiga Blancanieves quedó prendada de un completo desconocido, vio como sus noches de soledad en la alcoba se sucedían una tras otra.

Su príncipe, que dio con ella gracias a su zapato, se escapaba al llegar las doce a un garito cercano a palacio donde se convertía durante una horas en Lady Amapola. Bella, encantada con su ilustrada y cultivada Bestia, descubrió que su animalito había visto un tutorial de Youtube donde un influencer enseñaba a ligar a través de la poesía.

Eso por no hablar del resto de princesas Disney. Mulán, que pudo ser la mano derecha del emperador de China, pasa las mañanas en la cocina haciendo arroz para su musculado marido. Ariel, que renunció a nadar por un par de piernas, perdió toda movilidad cuando su Eric la obligó a permanecer en el castillo y soportar recepción tras recepción.

Sólo se salva Elsa, esa princesa moderna que descubre que el amor verdadero está justo donde la sociedad no se espera. Pero, cuidado, las malas lenguas dudan de su sexualidad por no pasearse por su nevado reino con un maromo enganchado del brazo. Pero nadie habla de eso. Es San Valentín y sólo podemos escupir corazones por la boca.

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