Navidad 2015

Arte y tradición en la Nochebuena jerezana

  • Primer extracto del pregón de la Navidad de la Asociación de Belenistas de Jerez

ME ha sido encargado recordar hoy la noticia que como cada año nos llega por este tiempo desde los infinitos espacios celestiales. Dicha noticia es que, el anuncio que hace casi nueve meses hizo un ángel del Señor a una joven desposada con el bueno de José llamada María, diciéndole que por obra del Espíritu Santo concebiría y daría a luz un hijo al que pondría por nombre Jesús, está próximo a suceder.

También se hace saber que han visto a María y a su esposo José caminando hacia una ciudad de Judá llamada Belén, donde, como está escrito, llegará al mundo un niño que será la esperanza de la humanidad. Se sabe que cuando lleguen a Belén les será muy difícil encontrar posada dónde alojarse, porque son muchos los que hacia allí caminan para cumplir el edicto del emperador Augusto de empadronarse en sus lugares de origen. Es por ello, por lo que se pide a todos los hombres de buena voluntad acojan a esta familia en sus hogares y en sus corazones.

Por último se comunica al pueblo jerezano que podrán conocer el momento exacto de este gran acontecimiento por una señal en el cielo. Será un lucero que brillará en el firmamento con tal intensidad como nunca antes se haya visto. Lo veréis mirando hacia el oriente, donde las tierras de asirios, persas y caldeos.

Al ver esta señal regocijaos y cantad, cantad todos alabando al Señor nuestro Dios. Y para celebrarlo, sacad vuestras mejores viandas y vuestros más exquisitos vinos, y compartirlos con vuestras familias, las cuales se reunirán en torno a una mesa para celebrar la venida del hijo del hombre. Y a la espera de ese momento decid todos conmigo: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

Pero ¿qué tiene la Navidad? Se oyen villancicos y la tristeza del mundo queda en el olvido. Escribía hace ya muchos años mi recordado amigo Antonio Santos. ¿Qué tiene la Navidad? Decía. Huele a anises y rosas transformando en alegría todo lo que toca. ¿Qué tiene la Navidad? ¡Qué tendrá!

Una noche de frío invierno

Fue un domingo previo a la Nochebuena hace ya más de 25 años. Me encontraba en Barcelona donde acababa de llegar para asistir al día siguiente a una reunión de trabajo. Era una tarde-noche de perros, en la que el frío, la lluvia y el viento de la tramontana se dejaban sentir con toda su fuerza. El mal tiempo, las calles desiertas y todo cerrado en los alrededores, no invitaban a salir del pequeño hotel donde me alojaba.

Por aquellos días se encontraba hospedado allí mismo un popular actor polifacético, que actuaba en una conocida sala del Paralelo barcelonés y que ese día no tenía actuación. Sentados en un tresillo del hall y junto a otro compañero de trabajo venido de Madrid entablamos una amena y distendida conversación. La misma acabó por los derroteros de la ya cercana Navidad y de las vivencias juveniles del actor en su Galicia natal. Yo conté algo de nuestras tradiciones y vivencias de antaño: los patios, las zambombas, nuestros villancicos, los pestiños, la matanza del pavo, los nacimientos, la cabalgata de Reyes. En tanto el madrileño lo que aportaba a aquella conversación giraba solamente en torno a la buena mesa.

Estaban haciendo algunas reformas en el hotel y el actor reparó en un lienzo de pared pintada de blanco que aún estaba sin decorar. De momento se levanta, sube a su habitación y vuelve con dos grandes rotuladores de esos de trazo muy grueso. Se acerca a la pared blanca y con gran maestría y endiablada destreza, comienza a dibujar una panorámica de Barcelona con el templo de la Sagrada Familia como motivo central. No tardó ni un cuarto de hora en terminar su obra. Al acabar escribió en la parte inferior: "En una noche en la que la amistad vale más que todo el dinero del mundo".

Continuamos nuestra conversación sobre la Navidad. El actor nos contaba que allá en su aldea era costumbre que al amanecer del día 25 y al sonido de una gaita iniciar la celebración navideña, donde la comida, la bebida y la típica kaimada eran los protagonistas, sin faltar los correspondientes villancicos, llamados allí panxoliñas o algo parecido, creo recordar, y todo ello al amor de la lumbre ante un belén en el frío y húmedo invierno de su aldea en la provincia de Orense, no sin antes leer su padre ante toda la familia el pasaje evangélico que relata la Natividad. También contaba que era costumbre quemar un tronco, el cual ardía lentamente en honor al niño Jesús y a cuyos tizones se les atribuía propiedades mágicas. Sus cenizas se guardaban para echarlas al fuego los días de tormenta para así proteger la casa de los rayos y de las meigas.

Entre relatos gallegos y andaluces, el madrileño, quizás con cierta melancolía comentó que en casa de sus padres nunca hubo alguna celebración especial en esas fechas, salvo la cena de Nochebuena. Él no era creyente, por lo que estas fechas no tenían otro significado que unas cortas vacaciones, a veces en la sierra. Cuando no, su casa la llenaba de adornos, regalos y buenas viandas, sin que faltara un bonito árbol natural que compraba en una floristería y que decoraba su esposa. Al final nos confesó amargamente que su Nochebuena era de lo más insulsa sin más compañía que la de su mujer, su hijo y la televisión. Luego, rebuscando en su memoria encontró una Navidad distinta a todas las demás que había vivido. Entonces evocó con nostalgia aquella Nochebuena que pasó junto a otros compañeros cuando hacía el servicio militar en la isla de Formentera. Aquella noche y tras la cena en común con un grupo de soldados del regimiento en alegre camaradería, cantaron villancicos, brindaron y se felicitaron con unas copas de aguardiente invadidos todos por la añoranza de sus familias y sus lejanos hogares.

¿Por qué cuento esta historia? Pues simplemente para decir que todo en esta vida debe tener un sentido, pues, cuando las cosas carecen del mismo lo que hagamos o celebremos estará completamente vacío. No me cabe duda que las celebraciones navideñas basan su sentido en dos pilares fundamentales: la Fe y la Tradición, todo lo demás debería girar en torno a estos dos pilares.

Por ello cuando vemos que una buena parte de nuestra sociedad ha perdido los valores cristianos tradicionales y el gran acontecer de la conmemoración del nacimiento del Niño Dios parece un cuento o un relato de la mitología griega, toda celebración en torno a estas festividades queda huérfana, le falta algo. Sólo comprensible cuando el único dios al que una buena parte nuestra sociedad adora, es un moderno vellocino recubierto de oropeles. Y donde los valores espirituales han sido arrinconados, prevaleciendo tristemente el verbo tener sobre el verbo ser.

Espejismo de color

Hacia el gran comercio camina un hombre. Luces multicolores se divisan a lo lejos. Deslumbrado, camina hacia ellas como un niño tras un imaginario flautista de Hamelín. Junto a un tropel de gente traspasa el umbral de una enorme puerta de cristal que se abre, y ante él aparece, ¡oh ilusión! un grandioso y multicolor escaparate. Un gran muñeco gordinflón, vestido de rojo y blanco, da la bienvenida ante un inmenso mar de luces centelleantes que hacen brillar bolas, oropeles, espumillones, acebos de plástico y estrellas de purpurina, mientras que unos altavoces difunden cansinamente por todo el recinto temas musicales navideños, interrumpidos cada cierto tiempo por una voz que invita a obtener lo mejor para su mesa. Un deseo irresistible, casi compulsivo, le induce a comprar, comprar y comprar. De la Mancha quesos, de Huelva el jamón, percebes de la Coruña y gambas del Padrón, cordero de Castilla, y de Noruega el salmón; lomo de Jabugo, cava, mazapanes, yemas y turrón. Luces, acebos, guirnaldas, abetos y bolas de color ¿No lo hay más caro señor? Y así va el hombre llenando su carro creyendo que transporta la felicidad.

A la misma hora otro hombre guarda tristemente cola en un comedor de caridad. Mientras una madre, aplastada por el peso de la existencia, acude a una parroquia con una bolsa de plástico con la intención de llenarla para paliar su necesidad y poder llevar a la mesa el necesario sustento de su familia, al menos ese día. Que mañana Dios dirá.

En estas fechas nos felicitamos, nos deseamos felices fiestas, felices pascuas, feliz Navidad, próspero año, salud y todo lo mejor bajo las luces multicolores en nuestras calles. Y la verdad, es bonito y agradable que cada vez que nos encontremos estos días por la calle con amigos o conocidos, nos deseemos felicidad. Es bonito, una buena costumbre y algo que quizás establezca un fluido afectivo que humaniza nuestras relaciones. Aunque a veces pienso: ¿Es que tenemos que ser felices por obligación precisamente en estas fechas y no las demás del calendario? Pero ¿cuál es el motivo? Ah, no sé, es que debe ser así, dirían algunos, será porque estamos en Navidad.

Pero la felicidad no se encuentra cuando se busca por mucho que nos la deseen otros, la vida no nos la da obligada por determinada fecha o momento. Si así se nos impone, sin que haya algo más profundo, sólo encontraremos el vacío. Y no es posible paliarlo por mucho que queramos con todo lo material del mundo.

La felicidad emana espontáneamente, y lo hace desde el espíritu, desde el alma, desde el corazón, y como consecuencia de aquello en lo que creemos y en lo que amamos. En este caso por ese acontecimiento único en la historia de la humanidad que vino a cambiar al mundo, sus valores e incluso su cultura, tal fue la venida al mundo de Dios hecho hombre en un sencillo pesebre de una lejana ciudad llamada Belén. Y si ese regocijo lo compartimos en feliz unión con nuestras familias y nuestros seres queridos, ello se transforma en algo excelso y sublime. Esa es la magia de la Navidad.

Tras estos pensamientos que quizás muchos de ustedes compartan, permítanme ir ahora a nuestra ancestral tradición navideña. Debo decir que la Navidad es para mí algo tan entrañable y guardo tantos recuerdos, que no puedo resistirme a evocarlos. Y tengo la satisfacción de hacerlo en este bello marco, inmerso entre artísticos dioramas, que escenifican en bellísimas miniaturas, los momentos más sublimes de la historia, recreadas por los miembros de esta Asociación Belenista, a la cual pertenecí en su fundación, que tanta maestría y tan buen hacer derrocha, tan alto ha llevado el pabellón jerezano en ese exquisito arte del belenismo, y tanto ha hecho por conservar esa secular costumbre de que un nacimiento presida los hogares jerezanos en estas entrañables fiestas.

Unas fiestas con las que cada año Jerez recobra su hermosa tradición en torno a la Nochebuena. Costumbres que se repiten cada mes de diciembre con fuerza evocadora y cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, tanto es así, que podemos asegurar que en toda nuestra larga historia, desde que Jerez existe como ciudad, la Navidad únicamente dejó de celebrarse aquí durante ciento diecisiete años. Concretamente desde 1147, año en el que Jerez fue invadido por las tropas fundamentalistas almohades venidas del sur de Marruecos, hasta la definitiva reconquista en 1264 por parte de Alfonso X el Sabio. Porque incluso antes de esta invasión, en el Jerez pre almohade convivieron más o menos pacíficamente cristianos, judíos y musulmanes. Por tanto es seguro que se celebrara la Navidad entre la población mozárabe. Cosa que no ocurrió en la citada época almohade, ya que estos impusieron su religión mahometana, obligando a los cristianos a huir o convertirse al islam para poder conservar vidas y haciendas.

Evocación

Hecha esta referencia histórica avancemos ahora en el tiempo para revivir aquellas nochebuenas de antaño, cuando alrededor de la lumbre en los viejos y entrañables patios de las casas de vecinos cantábamos al niño Dios nuestras ancestrales coplas, romances y villancicos, al son de sencillos instrumentos caseros como la zambomba, la pandereta, el almirez, las tapas de cacerolas o la botella rayada de anís tañida con una cuchara, en una feliz y casera algarabía popular. Fiestas de aquellos tiempos pretéritos que muchos jerezanos seguimos evocando, en los que el aroma de anises y pestiños que en las cocinas comunes de las casas de vecindad se elaboraban invadían todo el ambiente.

Hombres, mujeres y niños salían al patio a probar los pestiños y polvorones hechos por una u otra familia, regándose con una copita de aguardiente. Ello desbordaba inmediatamente la alegría y desataba los cantos interpretados a coro. Villancicos primero, luego romances tradicionales y también, cómo no, coplas burlescas o irreverentes. Y como en muchas de las casas de nuestros barrios más castizos, como los de Santiago o San Miguel, vivía alguna que otra familia gitana, que aquí siempre vivieron mezclados con los payos, tanto villancicos como coplas a veces terminaban siendo cantados por bulerías y arrancaban el baile.

Visita obligada en algún domingo soleado al Sanatorio de Santa Rosalía, para admirar el maravilloso nacimiento que los Hermanos de San Juan de Dios montaban allí, y a la vez, departir un rato con aquellos niños en sus camitas puestas al sol como esperando una primavera que junto con las golondrinas les traerían el regalo de su curación. Antes de volver a casa, una paradita en Tempul para coger algo de musgo o hierba fina con que adornar nuestro belén. Y como no, la visita también obligada al colegio de mis hermanas, el Beaterio, para deleitarnos con el bellísimo nacimiento que ese gran artista que hace poco nos dejó, Pepe Guerra, instalaba año tras año.

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