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De Jerez a Cádiz: Pilar Paz

El sol atempera el dinamismo gestual de una ciudad jamás circunscrita a la esporádica esclavitud de la prisa. Calma chicha pese a la poblada presencia de ciudadanos. Se respira cualquier atmósfera excepto la asfixiante del estrés. Pongamos que hablo de Cádiz capital. 21 de abril de 2012. La luz se expande al ritmo del 3x4. El calor aprieta como una vuelta de tuerca del cambio de tiempo. Ya el frío es una heterodoxia de los meses precedentes. Mañana sabatina. Un grupo de académicos jerezanos, todos de traje oscuro y corbata y medalla -tal como indica el protocolo de rigor- charlan a voz queda, a media voz, a voz tenue, mientras paladean los últimos sorbos del café previo a la solemnidad convocada por el Instituto de Reales Academias de Andalucía. Jaime Bachiller, que invita y paga a tocateja el desayuno de la compaña, apertura con un cuchillo de mesa el aún cosido ojal de cierta chaqueta azul que estrena para la ocasión el pin distintivo de la jerezana corporación académica. La complicidad de los colegas de la Real de San Dionisio es manifiesta. Angulus ridet.

Coincide la proximidad del Día -con mayúscula- del Libro con el Día -también con mayúsculas- del Instituto de Academias de Andalucía. La génesis de la convocatoria se remonta a la anterior reunión del pleno del Instituto celebrada entonces en Antequera y a la sazón presidida por Gonzalo Piédrola Angulo. A propuesta presentada por la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras de Cádiz, se aprueba conceder la Medalla de Honor del Instituto a la jerezana afincada en Cádiz Pilar Paz Pasamar. Y Cádiz, un puñado de semanas más tarde y por entrecomillar un verso de la poetisa de Jerez, es lugar “entendedor de lumbres minerales” en esta amanecida de poéticos pájaros que siguen cantando. Cádiz, “la llena de bellas contradicciones” acoge ahora el signo y viento del tributo académico. La representación de la Real Academia de San Dionisio ya avanza hacia el Salón Regio de la Diputación Provincial de Cádiz. Pura Plaza de España. El acceso es fluido de ilustrísimos pertenecientes a todo el ancho pulso -sin púa—andaluz. Las plurales puertas son afluentes humanos que dan a la mar del riego sanguíneo de la escritora. Ya dijo -años ha-la propia Pilar que “la torre de marfil del poeta debe estar llena de gente que entra por la ventana y se marcha por la azotea”. De nada sirve encerrarse en la soledad sonora de una atalaya hermética que “sólo patentiza una mojiganga escénica”, por expresarlo a humo de velas con palabras de Rimbaud. Pilar, que es juanramoniana sin arias tristes, posee hoy brazos de aire ligero y retina de cristal, de pura transparente.Por Jerez acudimos Joaquín Ortiz, Francisco Fernández García-Figueras, Andrés Luis Cañadas, Jaime Bachiller, Francisco Garrido, José Luis Jiménez, Pilar Chico y quien suscribe. La memoria ahora retrocede para erigirse sobre el broquel de la remembranza. Y escuchamos de nuevo, como una audiovisual hemeroteca de vientre despierto, la voz aterciopelada –‘laudatio’- de la presidenta de la Hispano Americana Carmen de Cózar. Y la oratoria del incombustible Gonzalo Piédrola y de Pedro Pérez-Llorca Rodríguez. ¿La recuerdas, admirada soprano Ana Troncoso?

Las ovaciones se suceden melodiosamente, como una caligrafía a piano de Manuel de Falla. Nada empalidece. El cariño de la concurrencia no es postizo. Brota a raudales en la sonata muda del mérito propio. Pilar se sabe de veras querida. Y viene a colación el verso de Francisco de Quevedo: “Éste es el niño Amor, éste es su abismo”. Un abismo de mojarrillas y de sal mecanografiada. Pilar Paz Pasamar navega, en loor de multitudes, entre Jerez y Cádiz. Un romance se reescribe al pie de letra en este mediodía que es flashback de la nostalgia. Nostalgia de muerte y de vida. Como un bamboleo de claroscuros que comienza a pronosticar todas las sílabas de la misma inmortalidad…

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