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Jerez, Víctor, Carlota, el confinamiento…

Alfa: No sé por qué diantres los cofrades –preferentemente sevillanos- no claman y proclaman de una venturosa vez a Víctor García-Rayo como Pregonero de la Semana Santa. Su designación supondría algo así como meter de sopetón -de una tacada, expeditivamente- la luz en el tiempo. Para abrir los goznes de una realidad imaginaria sin caer en el oxímoron. García-Rayo trasmina y transporta paz. Y comunica con linotipia de serenidad cuya busilis nada engríe. Dimana temple interior. El que nos inyecta a sus miles de televidentes. No se desdice de la tribu con impostaciones sino muy al contrario: restaura siempre el sentido de la medida -el canon no escrito- que de antiguo -desde la de Noé- manejan los cofrades con virtud connatural. Moja su conocimiento de causa en el agua bendita de la ecuanimidad, de la pulsión doctrinal, que a todos inyecta. Modula como nadie ese supremo concepto del periodismo cofradiero tan capaz de colocar a Dios en el centro de todas las premuras y de todos los prismas. Sin trampas ni trampantojos. Víctor posee semántica de José Luis Martín Descalzo y una pulsión verbal de palabra invicta. A la luz del Evangelio de la piedad popular. Sé de incontables jerezanos que encuentran en su programa televisivo un bálsamo con volutas de incienso. Al margen de cualquier relativismo. En su retina se sintetiza una cierta semejanza a la cultura de Romano Guardini. Ojalá Víctor suba pronto a las tribunas de lo múltiple. Y a los arrimos de los atriles. Y que enseguida se vea rodeado de una batería de micrófonos. Los cofrades andaluces necesitamos -con lances de razonamientos- su alentadora oratoria…

Beta: Envuelta en papel prensa -bruñida la amistad en la singladura de los años- envío al periodista todoterreno Ángel Revaliente mi más sentida condolencia. Ha fallecido un familiar al que Ángel profesaba largos afectos. Tanto como los que trenza la perduración de más de cuatro décadas. Carlota también ejerció de bonísima abuela de sus hijos. La muerte no es epílogo: la muerte es paréntesis.

Gamma: Hablo con todo un cortejo de sanitarios amigos. Me conmueve el ejemplo inasible al desaliento de Ana Belén, Sandra, Juan Jesús, Irene… Los sanitarios borran la hache del nihilismo y la i del inmovilismo. Laboran, faenan, a todo trance, a toda pastilla, a toda máquina. Como superhéroes empáticos. Como superhombres de la nova civilización. Con título de obra de Carson McCullers -‘El aliento del cielo- o de Maya Banks –‘En cada suspiro’-.

Delta: El confinamiento no sabe de efugios. El confinamiento ronda su misma consunción. El confinamiento es sotto voce y estupor. El confinamiento es el cine de no ficción del meta Jerez intramuros. Sobre los hogares ya no sobrevuela ni el Diablo Cojuelo, quien erre que erre continúa siendo el espíritu burlón más travieso y más trivial del infierno menos rutilante. El confinamiento imprime intensidad de match-ball. El confinamiento es trinchera versus lazzaretto. El confinamiento nos reconstruye en cristal mate. El confinamiento sirve la cena en petit comité. El confinamiento no es subsidiario pero sí neurovegetativo. El confinamiento atiende con puntualidad inglesa los partes -con perdón: los mítines- del frente sociopopulista. O lo que viene a arrostrar lo mismo: el determinismo de la infecundidad resolutiva. En el confinamiento “hay una campana que suena al alba y que no está en ningún campanario”. El confinamiento no alarga nuestros cuellos para asomarnos a la curiosidad sino que los achica por parapetarnos bajo la incertidumbre. El confinamiento es como un encierro sin redondel sin arena y sin portagayola. Es un conjuro sin pócima. Una cerradura sin engrasar. Las jambas del miedo y el umbral de lo inacostumbrado. Una revuelta sin judicializar. Un revés sin derecho. Rezos, versos, besos…

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