Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Mariscal y compañeros mártires

  • Mariscal improvisando unos cantes y bailes en la peña Los Cernícalos, en los años 80, cuando se inauguró su sede de la calle Sancho Vizcaíno.El orgullo gay nos trae el recuerdo de viejos mariquitas jerezanos, algunos de los cuales, muy populares, sufrieron encarcelamiento, al aplicárseles las durísimas leyes franquistas contra vagos y maleantes y las de peligrosidad y rehabilitación social

¿Q jerezano que pase de los sesenta no conoció o escuchó hablar, alguna vez, de Mariscal, el barbero de la calle Guadalete, homosexual declarado que, cuando cerró la barbería, se dedicó a la compra y venta de antigüedades? El escuchar y ver estos días, en televisión, a los gays que celebran su día, con fiestas y desfiles públicos, colgando incluso su bandera multicolor en los balcones de las casas consistoriales, me ha traído el recuerdo de aquel Mariscal, tan educado, que no sé qué pensaría hoy de todos estos excesos callejeros, autorizados e incluso aprobados por las leyes actuales que protegen sus manifestaciones, incluso bendiciéndolas con el matrimonio civil y la posibilidad de adoptar los hijos que quieran.

Homosexuales hubo siempre, en todos los pueblos y en todas las naciones, incluso importantes hombres, curtidos en numerosas guerras, como Alejandro Magno, el guerrero más grande de la historia universal, del que se decía que llevaba con él a jóvenes efebos que le distraían en sus horas de ocio, entre batalla y batalla. Y hasta hace varios siglos, quienes tenían tal inclinación sexual eran quemados en la plaza pública.

Pero en tiempos más cercanos, en tiempos de Franco, a partir del 15 de julio de 1954, a los homosexuales se les aplicaba la durísima ley de vagos y maleantes, igualándolos a los rufianes, proxenetas y mendigos más o menos profesionales. Las medidas más severas incluían su internamiento en establecimientos de trabajo o colonias agrícolas que, en realidad, eran auténticos campos de concentración, donde los internos sufrían atroces palizas, castigos corporales y hambre; al tiempo que se les obligaba a trabajos forzados, hasta caer completamente agotados. Se calcula que unas quinientas personas fueron detenidas acusadas de tener comportamiento homosexual, aplicándoseles la mencionada ley que, por otra parte, les obligaba a exiliarse a otros lugares alejados del sitio habitual de residencia.

Más tarde, en 1970, otra llamada ley de peligrosidad y rehabilitación social perseguía encarnizadamente a los maricas de todo tipo, estableciendo incluso para ellos, exclusivamente, un penal en Badajoz y otro en Huelva. El primero, para los llamados maricas pasivos y el segundo, para los declarados como activos. En ambos penales se intentaba cambiar la orientación de los presos, mediante fuertes terapias de aversión, utilizando incluso fuertes descargas eléctricas.

En uno de esos penales estuvo preso, algún tiempo, el bueno del jerezano Mariscal, cuyos delitos más conocidos fueron cantar en todas las fiestas de vecinos del barrio de Santiago, los cuplés de doña Concha, como él llamaba a Concha Piquer, su ídolo más adorado, junto a Lola Flores, de las cuales se conocía de memoria todas sus canciones. Y era raro el patio de vecindad donde hubiese una fiesta en la cual no apareciese Mariscal, con su abanico de papel de periódico, cantando la Parrala o Pena, penita pena, entre otras melodías de su florido repertorio cupletístico, pues ya digo que se las sabía todas.

En Jerez nunca hubo muchos mariquitas, pero lo pocos que había los conocíamos todos, pues tarde o temprano salían del armario, no importándoles las amenazas legales que se cernían sobre ellos y, casi todos ellos, probarían los fuertes castigos que se le imponían a los de su clase, empezando por raparles al cero totalmente la cabeza. Pero, aquellas leyes que se les aplicaban eran tan estrictas que ni admitían, tan siquiera, tribunal, donde ser juzgados. De la detención, se les pasaba a comisaría y, seguidamente, a la cárcel. Esas eran las leyes que sufrían los mariquitas, algunos de ellos famosos no por sus escándalos sexuales, sino por su gracia natural y espontánea. Y así hubo algunos realmente muy graciosos, archiconocidos en los barrios de La Plazuela y Santiago. Aunque también hubo afeminados muy conocidos, en todo Jerez, allá por los años de mediados del pasado siglo, como La Chata, La Perica, Rebeca y demás de su clase, que sí arrastraban una cola de perversión sexual, propia de su condición; contra los que la ley de vagos y maleantes, primero, y la ley de peligrosidad social, después, nada pudieron nunca.

Estos compañeros de viaje de Pepe Mariscal que vivía en el Pozo Olivar, y murió con casi los ochenta años, iban por las casas, cantando en sus patios y siendo la risa de las vecinas que se metían con ellos, para escucharlos. Y entre ellos, recordamos a la famosa Paloma que se vestía de gitana en las cocinas de las casas y se comía todo lo que se encontraba en las mismas; a La Miguela, a La Gilda, a La Castro, que ponía una caseta en la feria donde se reunían todos los maricas. En la calle Rendona vivía un zapatero llamado Paquito, pero al que le decían Mesita de Noche por lo chico que era. Y el Cala, del barrio de San Miguel, verdadero archivo de gracias que suponemos vivirá todavía. Los demás, compañeros mártires -por las persecuciones que sufrieron- del rey de los mariquitas que, indudablemente, era y fue, durante muchos años, el gran Mariscal, que cantaba y bailaba, sin que le faltara nunca su improvisada peineta y un abanico, hechos en un instante con cualquier periódico, y al que el famoso pintor Ramírez , que lo vio actuar una noche en la caseta de feria de La Castro, le improvisó un apunte que Joaquinito Rodriguez Rosado, el de la peña Los Cernícalos, guarda como oro en paño.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios