Exclusión social

"Sentía que Dios me ayudó al entrar aquí; mi hijo tiene casa"

  • Maria José Prado 'okupó' hace dos años una casa, en la que está creciendo su pequeño. A sus 20 años, quiere volver a estudiar "para darle un futuro".

Habla sin apenas hacer notar su presencia, demostrando una sencilla calidez en su timbre de voz. Sentada en el sofá de la casa que habita desde hace dos años, su casa, suele perder el hilo de la conversación cuando su hijo deja de corretear para centrar su atención en un objeto concreto, como a punto de hacer una trastada. A la hora de la sobremesa de un día de la Feria de 2014, embarazada de tres meses, con 18 años, se atrevió a meterse en una vivienda deshabitada ubicada a medio tramo entre el casco antiguo y la zona sur. "Una amiga me contó que llevaba cuatro años vacía, así que el padre de mi niño y yo nos vinimos. Eran las cuatro de la tarde". Da detalles sobre el procedimiento empleado. No hubo que forzar cerraduras ni emplear, como dicen los juristas, 'violencia sobre las cosas'.

"A mí ese día se me apareció Dios, me ayudó a que tuviera un sitio donde pudiera nacer mi hijo", sostiene erguida en el sofá, abandonando por unos instantes su postura recelosa. Al mentar a Dios, como un chispazo, surge la conexión entre su caso y aquella vez que en Belén un joven matrimonio de Judea pidió posada y sólo pudo obtener un establo, hace dos milenios. Algo de aquella Sagrada Familia tuvo María José Pardo desde el día en que a ella misma le dieron nombre.

"En el piso no había nada de nada, estaba vacío. Bueno, sí, una escoba y un recogedor, una silla de los albañiles y una garrafa con pipí. Nosotros limpiamos y esa noche dormimos en un colchón". Pocos instantes después, a pesar de que en esas fechas Jerez se marcha en masa al Hontoria, aparecieron tres coches de policía. Alguien les había llamado. Cuando los agentes acudieron, ellos ya estaban dentro. De hecho, les preguntaron que cuánto tiempo hacía que vivían ahí. Los jóvenes trataron de aparentar normalidad, con miedo de que, si la autoridad se enterase de que acababan de entrar minutos antes, les obligaran a marcharse. Una decisión de sentido común, porque las consecuencias judiciales entre el allanamiento y la okupación de una vivienda son totalmente opuestas. No pasó mucho tiempo hasta que cambiaron la cerradura por otra de la que poseían el juego de llaves.

El piso pertenece a una administración pública que nunca la adjudicó a ningún inquilino, ni en los cuatro años anteriores a que ella la okupara, ni en los dos que lleva la joven familia dentro. Su caso es uno más de los muchos que se repiten por las barriadas de los contornos de la ciudad, aquellas que se ubican a poco más de diez minutos caminando desde las zonas 'nobles' pero sobre las que se planta una frontera económica y cultural. Son esos barrios del crecimiento posterior a los 50, de ese Jerez del que no se le ocurriría a nadie hablar en una feria de turismo.

Aquel mayo estaba de tres meses. Su hijo nacería en noviembre. Ahora tiene un pelo rubio de anuncio. Ante la visita de los periodistas surge una mirada dubitativa, pero en cuanto se le llama por su nombre y se le amenaza con hacerle cosquillas, surge una carcajada nerviosa y feliz que acalla abrazando a su madre, su protectora. Por él, a sus 20 años, no para de buscar trabajo. Por él, apenas se dio el 'lujo' de descansar física y emocionalmente tras el parto. Poco después ya estaba metida en algún lugar, cotizando o cobrando en negro, limpiando zonas comunes o de camarera. Cuando no detiene su historia porque el niño necesite de su reprimenda, su 'suelta el móvil' o su 'ten cuidado que te vas a caer', entrecorta la voz porque se pone nerviosa. A veces vuelve a repetir un pasaje que ya había contado. Otras, necesita retrotraerse a un pasado narrativo para contextualizar con algún dato definitivo que se le había olvidado comentar. Siempre en el matiz, siempre como en un tragar saliva inconsciente de la alta dignidad de su sufrimiento, el mismo de miles de anónimos.

"El padre del niño tiene 23 años, es mayor, mayor que yo, y estuvo un tiempo de mecánico de barcos, pero sobre todo lo que saca son 'chapucitos' para ganarse algo". Cuenta que comen gracias a su madre y a su suegra. "Mi madre tiene 3 hijos más, mis hermanos, que son pequeños, y lo más que puede hacer es darme un plato de comida, pero no me puede recoger. Yo quiero que en lo posible mi niño pueda ir creciendo al lado de su padre y de su madre, que estemos los tres juntos". Con lo que ganan al mes, apenas podrían afrontar un alquiler público. "Todo lo que tenemos es porque nos lo han regalado o prestado la gente. Estos sofás son los viejos que tenía mi madre en casa. La cama en la que dormimos mi marido y yo es la que he tenido toda la vida, una cama de 90 de las que son para uno nada más". No se niega a pagar un alquiler. "Si pudiera ser algo como 60 ó 70 euros al mes, iríamos encontrando la forma. Pero una vivienda de protección de 300 euros, imposible".

En su comunidad, se ofreció a entregar la contribución por el uso de las zonas comunes. Los propietarios dijeron que no, que no era inquilina. También se ofreció a cambio a limpiar las zonas comunes, algo que tampoco resultó. "El primer día que llegamos, hubo vecinos que nos ofrecieron comida". Eso no le hizo tanta falta, como la agonía de pasar los primeros tres meses de embarazo sin electricidad y sin agua corriente. Su madre, que vive relativamente cerca, acarreaba bidones de agua. "No te puedes imaginar cómo lo pasó mi hija esos días".

La administración propietaria del piso no ha denunciado su caso ante el juez. Así, no existe ningún procedimiento de desalojo en marcha, que sólo podría reclamar una parte afectada. Sí tiene otra denuncia, pero de un vecino. "Viene a decir que damos problemas, se quejan hasta de cuando mi hijo llora". Ella sospecha que la persona que le ha denunciado simplemente quería que su propia hija okupara la casa en la que ella se encuentra, y que por eso le está generando problemas. "Siempre nos ofrecemos a hacer favores, porque estamos muy agradecidos a la gente que sí nos ha ayudado en el bloque. La cosa llegó al extremo de que no quieren ni que mi niño salga a corretear por el patio común", es decir, la zona que se extiende desde la cancela de la calle y la propia estructura del bloque donde están las viviendas.

Su futuro está marcado por un deseo, poder estudiar. Le quedan pocas asignaturas para retomar 4º de la ESO, un curso que abandonó en su día para ayudar a su madre. "Luego quiero opositar a Guardia Civil o Policía Nacional. Me ha gustado de siempre". En cierta medida, podría resultar curioso que pueda pasar de 'okupa' a la Benemérita. Ella no lo comparte. "Me ha gustado siempre, y lo haré para que mi hijo tenga un futuro, el que él se merece".

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