Crónica Día de Todos los Santos

"Tengo un amigo que me ama"

  • Miles de personas se acercan hasta el cementerio para estar en este día especial más cerca de sus seres queridos fallecidos; aquí van algunas historias inolvidables

De repente, una explosión. La dulce tajada de sandía se convierte en el agrio postre de una jornada de playa. Los niños juegan en Camposoto, en una zona de tiro. Un mal paso, una bomba, sesgó la vida de José con tan sólo 13 años. Los dos mellizos que le acompañaban quedaron gravemente heridos. Aún hoy tienen metralla en sus cuerpos. De estos hace ya 31 años, sin embargo, su familia visita la tumba muy a menudo. "Le ponemos flores. Así lo tenemos más cerca. Es como si estuviera vivo, está siempre presente. En casa no comemos ocho, comemos nueve", dice Milagros Herrera, su madre.

"Aquí nos sentimos más cerca de nuestros seres queridos fallecidos". También lo dice otra señora, mientras observa una tumba absolutamente cubierta de coronas, de colores llamativos.

Se celebra el día en el que los muertos reciben la visita de los vivos. Lápidas y nichos rebosan de flores coloreadas. En uno de los jardines del camposanto habitan duendes de piedra, hadas y otras figuras fantásticas. Un homenaje de alguien de fuera a alguien de dentro. Es como si la vida, entre tanta muerte, diera tregua a la tristeza, a tantos recuerdos grabados a fuego en el cerebro.

En una de las lápidas, dos niños dedican una canción a sus bisabuelos. Suena algo así como: "Yo tengo un amigo que me ama, me ama, me ama. Yo tengo un amigo que me ama, su nombre es Jesús...". Mientras, la nieta de los fallecidos se afana en colocar bien las flores y pide a sus pequeños que canten de nuevo la canción a esta periodista. Se cortan y sonríen y la vuelven a recitar. "Solemos venir todos los años, aunque unos días antes a la fecha de hoy (ayer por el lector). Me gusta que vengan mis nietos al cementerio. Creo que la muerte la deben ver como algo natural de la vida desde que son chicos, no como un horror", comenta Carmen Rodríguez.

El año pasado vino José Antonio Parra con su hermano a poner flores al padre de ambos. "Y fíjate cómo son las cosas, que ahora estamos aquí poniéndoselas a él, con tal sólo 42 años. Es un día muy fuerte, muy señalado, aunque solemos venir una vez al mes. Venimos, limpiamos, y poco más es lo que se le puede hacer por aquí".

Muy cerca, tres jóvenes repasan de pintura blanca con una pequeña brocha el borde del nicho en el que reposa su abuela, fallecida en 2007. "Estamos aquí ahora con ella, pero siempre la llevamos en el corazón. Está en todos lados, en casa, en el trabajo. Era nuestra segunda madre. Bueno, ya está que al final me vas a hacer llorar", suplica Sebastián Martínez.

La crisis también afecta a la venta de flores. Este año se ha notado un fuerte bajón en los puestos del cementerio de Nuestra Señora de la Merced. A pesar de que ha sido un día muy especial, "ha habido muy poco movimiento y se han vendido especialmente los ramitos de margaritas y clavellinas, los más baratos", cuenta Concepción, que lleva más de dos décadas vendiendo flores en el camposanto.

Julia Torras viene casi a diario a visitar a sus padres y a un hijo. "Yo respeto la opinión de todos, hay quien no quiere venir, hay quien me dice que yo para qué vengo. Pero yo hago lo que me apetece. Pongo flores, barro el suelo, limpio la lápida. En casa tampoco faltan las flores. He venido a esta hora (sobre la una) para estar más tranquila. Sola con ellos y nadie más".

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