Yo Chita, Yo Jane
Educación | Psicología
El 1 de octubre falleció Jane Goodall, etóloga inglesa universalmente reconocida por sus investigaciones sobre los simios y por su mensaje de paz y convivencia.
Admiré siempre su obra y su pensamiento; le debo a ella, en gran parte, el modo en que entiendo al ser humano y mi forma de trabajar.
Somos, en gran medida, un universo sin conciencia. Más del ochenta por ciento de nuestra vida psíquica y biológica transcurre en un territorio anterior al lenguaje y a la razón, donde habita la raíz de lo que somos. Goodall, con La sombra del hombre, no se limitó a describir el comportamiento de los chimpancés: nos tendió un espejo. En él vimos que el juego, la guerra, el cuidado, el duelo o la necesidad de pertenecer no eran conductas exclusivamente humanas, sino pulsos compartidos con nuestros parientes evolutivos.
Durante décadas, la psicología habló del “niño interior”, pero la neurociencia actual revela algo más profundo: dentro de nosotros no hay un niño que deba crecer, sino un simio que nunca lo hará. Un primate emocional, instintivo y sensible que late en cada reflejo, deseo e intuición. Negarlo sería tan absurdo como negar la respiración, porque sin él el veinte por ciento consciente no tendría sustento.
Jane nos enseñó que la plenitud no se alcanza obviando nuestra naturaleza, sino abrazándola. Soñamos con ser más sabios, más libres, más dueños de nosotros mismos, pero olvidamos que la fuerza, la creatividad y la pertenencia nacen precisamente de esa parte que nunca cambiará.
Comprender al simio que somos no es un retroceso: es el paso más humano que podemos dar.
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