Conflicto en las concesionarias

A cielo descubierto por sobrevivir

  • Decenas de trabajadoras cumplen mañana una semana durmiendo en la calle en protesta por los impagos. El dinero no llega y las plantillas de Acasa y Limasa pasan las horas frente al fuego “por nuestra dignidad”

Los hijos de Ana están en Granada. Uno de ellos tiene un examen al día siguiente, pero antes de meterse en la cama llama a su madre. Ana, deja las agujas de punto con las que ayuda a una compañera a hacer una manta color azulón sobre su falda y coge el teléfono, no puede hablar mucho porque el dinero escasea y la factura es la factura. “Esto arrastra a toda la familia. Mis niños lo ven todo por Internet y el día que se lió en el pleno –el pasado 27 de enero– no se lo podían creer, empezaron a llamarme desesperados. Y mis padres, ayyy mis padres, mis padres creen que voy a trabajar cada día, y cuando llego les digo que no me he ganado mi sueldo”, señala esta trabajadora de Acasa.

Ana cuelga, suspira y vuelve con el punto fuerte –“como le gusta a la compi”, dice–. Pasa la aguja, envuelve la lana, la pasa por el bucle y ya saca el punto nuevo. Una y otra vez. Cuando empezó Ana en el servicio de ayuda a domicilio fue hace 15 años con la empresa Quavitae y nunca se ha visto como ahora. “Aquí se necesita una concesionaria fuerte, no la que tenemos ahora, ¿tú le has visto dar la cara?”, pregunta la empleada. Las críticas, las dudas, la rabia y la incertidumbre aparecen con más fuerza tras la cena. Ahora es casi media noche, pero la estancia en el ‘Campamento dignidad’ comenzó hace días.

A las siete de la mañana están todos en planta. El café está caliente y gracias a la solidaridad y a empleadas que vacían la nevera para llevar las cosas ante el Ayuntamiento, también hay galletas para desayunar. Limpian, recogen y apilan las sillas para hacer hueco en el campamento. Algunos se quedan todo el día en Consistorio y otras, hacen la ‘maleta’ y parten para cubrir los servicios mínimos. Y vuelve la noche.

“¡El hombre del freidor nos ha regalado dos kilos de croquetas!” grita Fátima, del comité de Acasa. Junto a Dori ha hecho la compra y colocan los cartones manchados de aceite de pescao frito sobre las dos mesas que ha cedido uno de los bares de la calle. “Dori, cógete los chocos y llévatelos para allá, que nadie se quede sin comer”, insiste Fátima. “Compañeros, esto es como cuando se come el ajo: cuchará pa dentro y paso pa atrás. Que todo el mundo se llene”, avisa otra trabajadora. Croquetas, chocos, cazón, chacina... y una enorme cesta de fruta que ha llevado el marido de una de las empleadas. No es la única ‘colaboración’ de la noche. Una señora les regaló 20 euros para comprar algo de desayuno, la asociación de vecinos y de mujeres de Torresoto aparecen sobre las diez y media de la noche con bolsas con leche, café, colacao y manzanilla, y la anterior delegada de Medio Ambiente, África Becerra (PSOE), les llevó un termo de caldo, un regalo que provocó más de un comentario entre las trabajadoras.“Tiene guasa que nos dé de comer... Pero mira, si hasta tiene hierbabuena...”, soltó una de ellas. La actual oposición también colabora con la plantilla cediendo los cuartos de baños de los grupos municipales “y el bar Juanito nos han prestado dos chimeneas que se ponen en la calle para calentarnos. Porque frío hace tela”, declara Fátima.

¿Frío? Frío hasta congelar. Y se levanta un viento que obliga a tirar de gorros y bufandas, incluso a ponerse la bata de estar por casa. A las once ya han cenado. Aún hay restos de comida sobre la mesa y el turno de trabajadores que se queda a dormir se acomoda en las sillas de playa y hamacas que les han prestado. Suena el teléfono de uno de los empleados: “No tengo dinero, ¿quién es?”, contesta rápidamente. Otra marca el número de casa y pregunta: “¿Ya están dormidos los niños? No me ha dado tiempo a llamar antes, esto es un lío. ¿Qué? ¿Han cenado bien?”.

El conflicto de Acasa no es el único que se vive en la calle. Los autobuses urbanos están en huelga, los ‘rurales’ comenzarán con protestas la semana que viene, la plantilla del asilo San José se concentra diariamente ante el centro por los impagos, la plantilla municipal decidió el viernes nuevas movilizaciones y los empleados de Limasa –otro colectivo en su mayoría de mujeres– continuarán el lunes protestando ante la sede y durmiendo –si les dejan– dentro de la empresa.

“¿Cómo vivimos? Desesperados. Aquí están jugando con la vida de muchas personas, nos están destrozando y nuestras casas están abandonadas”, declara la presidenta de la sección de colegios de Limasa,Inmaculada Barea. Los tiempos buenos dicen que no van a volver, que la caída del servicio se llevará cada vez a más familias por delante y sólo piden que la empresa se vaya. “No quieren marcharse porque el Ayuntamiento aún les debe dinero. Pero así no se puede estar, yo llevo tres días sin ver a mis hijos”, lamenta Inmaculada Rincón, de Dependencias.

Durante todo el día está la cafetera puesta en la sede de Limasa y entre bocadillo y sorbo de cafeína, los compañeros se cuentan sus historias. “Ya llevo dos cortes de luz, ¿qué te digo más?”, dice María Jesús Rodríguez con los ojos llorosos. Su hermano Enrique y su mujer, Ana María Gallardo, también trabajan en Limasa. Con dos niños, de 8 y 11 años, intentan llevar un hogar adelante sin que entre dinero en casa. “Cuanto más tiempo pase peor. Los bancos no quieren saber nada de nuestros problemas, y claro, ya ni dormimos. Dime qué le digo a mi hijo si me pide otro danone y sólo hay tres para pasar el mes”, reconoce Ana María llorando.

Lo único que le piden al gobierno local es que tome medidas contra la empresa, porque en cuestión de nóminas “en donde tenemos que reclamarlas es aquí. No le tengo que pedir dinero al Ayuntamiento mientras que en mi uniforme haya un cartel de Limasa. Así que dinero no, pero que actúe por supuesto”, explica Enrique.

A las doce en punto suena el reloj del Ayuntamiento frente al campamento de Acasa. Algunas empleadas ya están dentro del saco y con las mantas por encima cubriéndole la cara. Dicen que van a dormir, pero no descansan. Los recibos impagados, las llamadas continuas de los bancos, el no poder hacer la compra al día siguiente y el frío, ese frío que hiela el cuerpo pero no las preocupaciones, provocan que más de uno se levante de la silla y dé vueltas sin destino alguno.

“Si mi madre me viera se moriría de nuevo por la pena”, comenta una afectada junto a la chimenea de bar. Y para dejar al menos por unos minutos las penas a un lado, un grupo de mujeres anima a Paqui a contar esos chistes que provocan carcajadas. “Un gachó que va al médico...”, empieza Paqui. Las compañeras se ríen y Paqui sigue. Hasta cuatro chistes cuentan de un tirón ante la atenta mirada, entre otras, de María, una joven empleada que comienza con palmas por bulería: “Esa Paqui, esa Paqui, esa Paqui...” y Paqui se arranca por unos segundos.

“El día 25 de diciembre cené un paquete de avellanas. Mis hijos estaban con su padre, menos mal”, dice Inmaculada Sánchez, quien ante la pregunta de cuál es la solución a este conflicto, afirma tajante que “es la Junta la que debe coger este servicio. Dejarse de ayuntamientos y concesionarias. Te voy a ser sincera, yo todos los días me levanto con esperanzas, con ilusión, pero a las dos de la tarde veo que mi cuenta del banco sigue igual y me vengo abajo. Así un día sí y otro también”.

A la una de la madrugada la temperatura se acerca a los cero grados y deciden encender la candela. Un grupo se aleja un poco del campamento para evitar molestar a las que intentan descansar y se acomodan junto al fuego. “En unos días me veré en la calle, me tendré que traer los pocos muebles que tengo a la puerta del Ayuntamiento”, anuncia la que antes animaba a sus compañeras. “Paqui, tú no te preocupes. Aquí estamos nosotras y si hace falta, te vienes a vivir conmigo”, le dice una. “Sí, sí. Hemos empezado una batalla juntas y ahora que estamos unidas nadie podrá con nosotras”, comenta otra.

Las agujas del reloj ya marcan casi las dos de la madrugada y un grupo de policías locales se acerca al fuego para comprobar que todo marcha bien. Los agentes consiguen que un indigente con una copita de más que se ha ‘acoplado’ a las señoras se marche y Cristóbal Trujillo, empleado de Acasa y fotógrafo profesional, decide que es un buen momento para darle al disparador. “Llevo 25 años haciendo fotos, pero por circunstancias de la vida me tocó trabajar aquí”, señala el empleado con cámara en mano, quien a pesar de que su oficio es el arte, “me gusta cuidar de las personas mayores, me siento realizado”.

Poco a poco se van apagando las voces en el campamento y hasta mudos se quedaron cuando la alcaldesa, María José García-Pelayo, reconoció el pasado viernes que el anterior gobierno socialista “desvió el 41,48%” de los fondos que la Junta había transferido al Ayuntamiento para el pago de la ayuda a domicilio desde 2008 a 2010. Es normal que la regidora salga y reitere que desde que entró en el Ayuntamiento se destina la totalidad de la transferencia a la concesionaria, y que a pesar de las negociaciones con los bancos, no se puede anticipar el dinero porque “no se fían de la Junta”.

A la espera de que la Administración andaluza ingrese –debería haberlo hecho a finales de enero– el pago bimensual de la ayuda a domicilio, la plantilla de Acasa seguirá ante el Ayuntamiento “luchando por nuestros hijos y nuestra dignidad. No entiendo de política, sólo de que no tengo nada que poner en la mesa”.

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