Jerez

Un corazón envuelto en una fina tela alunarada

DICEN aquellos que entienden, que la vida está llena de personas que pasan de puntillas y, otras en cambio, marcan el camino para que las generaciones venideras sigan la senda de la ilusión, el buen hacer y los sentimientos hacia todo lo que nos rodea.

Las dificultades de los tiempos en los que naces marcan el carácter de la niñez y, sin duda alguna, hacen que el destino de la persona se convierta en toda una lección de valores para los demás.

En años de infancia, mientras el juego y la ilusión debieron ser sus sueños, nuestro querido Joaquín de Cos ya tenía un impoluto sentido de la responsabilidad y empezó a trabajar como mozo de farmacia en su Jerez natal, donde su grandeza como persona empezó a gestarse a base de esfuerzos y comprobar las necesidades de aquellos que le rodeaban a diario.

Es imposible que un corazón desbocado de generosidad esté atado e imposibilitado para mostrar todas las sensaciones que a diario emergen hacia los demás. De este modo, y alistándose voluntario en la Armada Española, demostró que no solo no hay que combatir las ideas con violencia, sino que siguiendo al pie de la letra sus principios y el dictamen de su conciencia, su ayuda como sanitario hacía un poco más fácil evitar los desdenes erráticos de aquellos que por unos u otros motivos, necesitaban de su ayuda como cabo sanitario.

Y quizás Dios ya le quiso agradecer su bondad y generosidad, haciéndole conocer a la que sería la mujer de su vida, una señora en toda regla con la que definitivamente completaría parte de su gran hacer en la vida. Doña Paqui de la Rica, esposa, mujer y posteriormente madre, no pudo hacerle más feliz durante toda su vida, más aún cuando descubrieron juntos que no hace falta buscar tréboles de cinco hojas para tener suerte en la vida, ya que el destino les otorgó uno de ocho;Joaquín, Conchi y Rafa para las tres primeras, y Marcos, David, Mariluz, Susana e Isaac para las cinco restantes.

Persona comprometida, trabajadora y solidaria con sus semejantes, tuvo muy claro desde siempre que el defender a los más necesitados era una de sus tareas. De este modo, como gerente de una empresa harinera, logró evitar el cierre de la misma y que más de veinte familias fueran abocadas a la suerte que suponía por aquel entonces un despido.

¡Cuánta falta haría gente como don Joaquín en estos tiempos!.

Pero la vida, tal como es de caprichosa, no deja de darnos lecciones a cada momento y el destino quiso que conociera a otro ángel como él, José Basto, allá por los años ochenta. Ambos lograron que un club de la ciudad, un club en el que la filosofía era inculcar valores, educación y competitividad desde la amistad de todos los integrantes, fuera referencia en Jerez de la Frontera en la década de los noventa: el Flamenco Clubde Fútbol.

Orgulloso de su trébol de ocho hojas, cinco de ellas pudieron sentir la zamarra alunarada y vivir cada fin de semana una aventura, un sentir tan grande y un compromiso tan fuerte, que a veces sobrepasaba las horas disponibles en el día a día.

Joaquín de Cos tenía su corazón envuelto en una fina tela alunarada, llena de sonrisas hacia los demás, y logró como presidente del club que todos lo respetaran por su forma de ser, por su bondad en cada una de sus acciones y, por supuesto, por vivir el fútbol de esa manera tan intensa y a la vez tan simple; porque el fútbol, no solo es un resultado: es una convivencia, una amistad, un sacrificio y un dar sin intención de recibir; es un sentimiento y, este en concreto, era alunarado.

A día de hoy, con orgullo y con la vista alzada hacia el cielo, seguro que todas las hojas de ese trébol rezan una plegaria a su padre cada día para que su quehacer allí arriba sea tan magnífico como el que aquí pudo realizar y siga dando lecciones de humildad y buen hacer, porque siendo lo que fue aquí, seguro que será aún más allá.

A don Joaquín de Cos: esposo, padre, amigo y flamenquista de pro.

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