Juicio por el crimen de Miriam Tamayo

Los forenses confirman que el presunto asesino no es drogadicto

  • Lo definen como un individuo con personalidad disocial sin la menor empatía por el dolor ajeno.

La versión dada por Germán J.G. acerca de las circunstancias personales que le rodeaban el día que dio muerte a su ex pareja, Miriam Tamayo, terminaron de derrumbarse ayer cuando los peritos y forenses aportaron sus conocimientos acerca del caso. El acusado de asesinato ha mantenido desde el pasado lunes que él iba hasta las cejas de alcohol y drogas, incluso de pastillas. Los forenses dijeron al tribunal del jurado popular dos cosas importantes: de un lado, que al analizarle los cabellos (tomados en agosto) concluyeron que en los últimos tres meses (el crimen fue en junio) tan sólo había detectado un leve consumo de cocaína y alcohol. Se descartó la heroína y la metadona, como él aseguró el primer día de juicio. Y de otro, que el acusado, sin ser un enfermo, padece un trastorno disocial por el que, en pocas palabras, no tiene apego al dolor ajeno, que es "incapaz de meterse en la piel del otro, carece de empatía" y que elude la responsabilidad. Eso sí, dejaron claro que tal característica de su personalidad "no le condiciona ni motiva su acción". Quizás esto explique porqué tras apuñalar mortalmente a su ex novia huyo, regreso al lugar de los hechos, y se quedó tranquilamente mirando. "Frío como un témpano", dijeron el pasado lunes los policías locales que le detuvieron. La defensa del acusado se agarra por el momento a que en los cabellos no se halló benzodiacepinas (principio activo del Trankimazín que Germán J.G. dijo consumir a manos llenas).

A todo ello hay que unir el testimonio de la médico de Atención Primaria que le atendió en un centro de salud. Le dijo que "él quería algo para relajarse" (valga recordar que, en su versión, iba hasta arriba de Tranxiliums), así como que "no le vio nervioso, ni tembloroso, que era coherente" y que, en definitiva, "no iba drogado". A solicitud del jurado añadió que "tampoco se le veía bajo los efectos del alcohol".

A todo ello se une el testimonio de los forenses que lo analizaron en la prisión el 13 de agosto. Ambos vinieron a decir que el acusado les contó que no sabía lo que hacía, que iba hasta arriba de drogas. Los forenses dijeron que si las drogas que decía llevar encima en tal momento fueran ciertas lo más probable es que "hubiera muerto de sobredosis" o, en caso contrario, no hubiera podido dar un paso. El médico de la prisión, en uno de sus informes, dejó claro que el preso no sufrió síndrome de abstinencia alguno cuando ingresó. La atenuante de drogadicción parece absolutamente caída en estos momentos, si bien será el jurado popular y posteriormente la presidenta del tribunal quienes tengan la última palabra con sus respectivos veredicto y sentencia. La condena por asesinato parece más clara a cada día que pasa.

Ese muro de alcohol y drogas tras el que el acusado ha querido parapetarse se tambaleó el lunes y ayer volvió a resquebrajarse después de que los hombres del centro de diálisis junto al que fue asesinada la joven dijeran que corriendo tras él no pudieron alcanzarle, algo poco propio de alguien que dice haber tomado enormes cantidades de alcohol y pastillas 'fuertes'.

La película de los hechos, sencillamente terrible, vino a dejar claro que el acusado arrastró a la joven agarrándola del brazo hasta que logró "quitarla de la avenida". Su intención parece ser que era llevarla a la trasera del edificio donde se ubica la clínica, si bien la agresión se materializó junto a unos contenedores de basuras. "¡Muchachos, ayudadme muchachos!" fue la última frase que pronunció la joven dirigida a los dos hermanos que trabajan en el centro médico. Ambos dijeron que reaccionaron de inmediato, que corrieron hacia él pero que "en apenas 5 ó 7 segundos" le dio las puñaladas. Corrieron, no lo alcanzaron, y regresaron con la víctima, que ya era atendida por personal de la clínica a la espera de que llegaran los efectivos del 061.

El acusado, tras deshacerse del cuchillo regreso, en lo que algunos ven como un arrepentimiento (allí mismo confesó) y que otras partes ven como una monstruosidad transformada en la más absoluta de las indolencias.

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