Una charla con Agustín García Lázaro

"Antes futuro se escribía con 'j' de Jerez, y hoy ¿qué hay hoy?"

  • Amante del campo, lamenta que se esté dando la espalda al mundo rural, "un tesoro" Llegó desde Épila para quedarse

Parece un día de primavera. La luz de media tarde invita salir de casa, pisar la ciudad, sentir la ciudad. Es como si el tiempo se hubiera conjurado para que Agustín, defensor feroz de la naturaleza, se relajara, se sintiera libre y recordara sus primeros pasos en Jerez cuando su tren llegó allá por el año 1969.

 

No hay mejor relato que defina al profesor García Lázaro que el que recoge de Borges en el blog -que edita junto a su hermano José- 'entornoajerez'. Y dice algo así: un día cualquiera, descubrimos que después de buscar en parajes remotos aquel tesoro soñado, estaba escondido en el patio de nuestra propia casa. Para este maño, lo importante es poner el acento en lo pequeño, porque como decía el filósofo Ernst Friedrich Schumacher, lo pequeño es hermoso. "Sin embargo, en Jerez sólo gusta lo grande. Lo que sea, pero que sea a lo grande. Nosotros pensamos que lo pequeño también tiene valor. A eso nos dedicamos, a intentar explicar mejor este paisaje que nos apasiona", dice.

Entre París y Jerez

 

Caía la noche cuando un niño de 11 años de Épila (Zaragoza) contempló por primera vez la tonelería Domecq & Chacón. "Lo tengo grabado. Entonces el tren de Zaragoza a Jerez duraba un día y recuerdo que vi una tonelería por la avenida de Vallesequillo. Aún me viene a la memoria las maderas de los toneles apiladas ", relata.

 

Durante un mes no dejó de llorar. Llegaba a su casa lamentando no entender a los niños -"me resultaba muy difícil pillar el andaluz"- y porque esos mismos niños "se cachondeaban literalmente de mí por llevar pantalón largo y por mi acento. Vamos, que no ganaba para disgustos", recuerda hoy entre risas. Su pueblo estaba más cerca de París que de Jerez y para él fue como si le arrancaran "de una maceta para después ser trasplantado. Necesitaba tiempo".

 

Su familia fue una de las 200 que llegaron de Épila por la azucarera. En el Valle del Ebro y del Jalón cerraron todas y por aquel entonces el futuro de la remolacha estaba en Andalucía. "En ese momento el futuro se escribía con 'j' de Jerez. Veníamos a una tierra en la que había trabajo, progreso", señala el hoy orientador del Fernando Savater. Se bajó del tren en una ciudad que estrenaba el polígono industrial de El Portal, con una industria entorno al vino "que era lo  más, con grandes empresas de cartonaje..., decir agroindustria era hablar de Jerez. Y hoy, ¿qué hay hoy?".

 

La impotencia del Defensor


Agustín ha sido el primer Defensor del Ciudadano en Jerez. En los primeros meses, tanto la nueva oficina como el gobierno local daban palos de ciegos sin saber muy bien el camino por el que andar. "El Ayuntamiento creó aquello y no se lo acababa de creer. No fue nada fácil. Al final encontramos una forma más o menos estable de trabajar, pero costó mucho poner en marcha la oficina", reconoce. 

 

Su primer "encontronazo" con los alcaldes del momento -estaban María José García-Pelayo y Pedro Pacheco- llegó cuando un grupo de ciudadanos alzó la voz contra sus sueldos. "El País publicó a página completa una información en la que decía que los de Jerez eran algunos de los alcaldes que más cobraban en España. El escrito que hicimos ya te puedes imaginar la acogida que tuvo..., se nos dijo de todo menos bonito", apunta Agustín. Aún guarda en su casa todos los escritos y papeles relacionados con esta denuncia y "curiosamente, se ha planteado una propuesta a nivel nacional muy parecida a la que planteamos nosotros, es decir,  que se cobre una cantidad razonable en función del trabajo. No todo el mundo tiene que estar liberado, ni todo el mundo tiene que cobrar lo que cobra un ministro". 

 

Conocer un Ayuntamiento 'desde dentro' le permitió darse de bruces con sus "miserias". "La política local me causa mucha tristeza. A mí Jerez me duele. Creo que hay cosas que se tienen que aclarar definitivamente porque Jerez merece levantarse con otro tono vital al que se levanta hoy".

 

La Greduela, la gran desconocida

"Es verdad que Jerez no tiene el Parque Yosemite ni las Cataratas del Niágara, pero nuestros recursos son valiosos". Estas son las primeras palabras que lanza García Lázaro cuando se le pregunta si Jerez conoce Jerez.

 

El rincón que le ha cortado la respiración ha sido, ni más ni menos, que La Greduela. Rincón de palomares, de antiguas almunias árabes, tierra fértil de la que ya escribían de ella los escritores del siglo XI y XII. "Ellos hablaban de los Llanos de la Ina, del vergel. Hoy, ves lo que se escribía hace miles de años de este paisaje y aún el terreno tiembla. A Jerez le queda por descubrir la zona rural", remarca.

 

Miembro de Ecologistas en Acción, Agustín lamenta que los proyectos para poner en valor las rutas alrededor del Guadalete se han quedado en palabras. "Uno puede pasear por la ribera de Lomopardo subir a un inexistente mirador del cerro de Lomopardo, pero que podría existir con cuatro perras, y después comer en las ventas de la zona o comprar el quesito de Torrecera", imagina García Lázaro, a lo que añade: "Si no hay esos atractivos yo no salgo para ir a Torrecera, ¿Torrecera? ¿Torre qué? Y eso que Torrecera tiene una bodega magnífica, un castillo que se está cayendo pero que tiene las mejores vistas de la campiña, una pequeña quesería..., hay atractivos a los que les falta un empuje para ponerlos en valor, como gusta ahora tanto decir a los técnicos. ¿Pero es que lo vemos todo el mundo menos ellos?".

 

De tertulia y mercado

 

Desde 1996 Agustín forma parte de la tertulia 'La Vega Doce', un grupo de unos quince amigos que cada sábado se reúne en La Vega o San Francisco para disfrutar del debate y la amistad. Tras la charla, no falta a su cita con la plaza de abastos, donde conversa con comerciantes que antes fueron sus alumnos. Agustín prefiere el campo al centro. El vino a la cerveza y si hay que elegir, la lectura es su mejor pasatiempo. Junto a su hermano posee una magnífica biblioteca con 'joyas' que hasta le hacen sonreír cuando las recuerda. "Un amigo me regaló un libro escrito en árabe. Es una cartilla para enseñar árabe y español a los niños de Tetuán", reconoce. Amante de la soledad de la montaña, a Agustín no le gusta dar consejos. Pero eso sí:  "Mis padres eran personas muy generosas y yo creo que hay que ser generosos a todos los niveles. Desde lo que uno tiene, a lo que uno sabe. No guardarse para uno ná". Y lo cumple.

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