Cuenta atrás

El pregón, en género epistolar, evoca una Semana Santa redentora

  • El pregonero de este año, José María Castaño, pone voz a los sentimientos cofrades en la tradicional cita del Teatro Villamarta durante una hora y media de exaltación

Empleando un tono intimista, en género epistolar, cargado de sentimientos, evocador en gran parte de su obra, José María Castaño consiguió ayer su objetivo de  ser el pregonero de todos los cofrades jerezanos. Cumplió  con su papel. Fue, como se dice ahora, 'políticamente correcto', asumiendo con entereza y confianza el nada fácil reto de defender y defenderse ante el primer foro cofrade que fue ayer el Teatro Villamarta. 

Quería un pregón con mensaje y que llegara a la audiencia, mensaje en el que reivindicó la certeza de la Semana Santa, sin dejar de confesar, usando a un cofrade proscrito, la hipocresía que fue capaz de minar a ese personaje que admitía ante su padre el error del alejamiento de sus raíces. Huyó de las etiquetas que señalaban un pregón de alto contenido flamenco por su condición de flamencólogo. Lo 'jondo' en cierto modo sí estuvo impregnando algunos de los momentos punzantes. 

La cita del Villamarta pone los sentimientos a tono para lo que sucederá dentro de seis días. El teatro casi se llenó - sólo se vieron huecos libres en el segunda anfiteatro- de un público con ganas de recibir caudales de emociones. En el escenario, su padre como presentador, el obispo, alcaldesa, el presidente, que vistió el chaqué, y el asistente eclesiástico. Adornando el 'presbiterio', una sencilla cruz, la del misterio de Humildad y Paciencia,  y el repostero de la Unión de Hermandades, como quería José María.

La música que sonó tiró al principio por Jerez: Al Pie de la Cruz, de Beigbeder, antes de abrirse el telón, y Jesús Nazareno, de Orellana, ya con el escenario a la vista. La marcha de las marchas, Amarguras, precedió la entrada del pregonero después de que su padre, José Castaño, le presentara. En su intervención fue inevitable que recordara el año 2005 en el que fue el protagonista, el pregonero. De su hijo reseñó sus inquietudes, sus virtudes, su faceta flamencológica. Incluso meditó sobre la realidad cofrade, de las verdades y las esencias de todo esto. Corto, claro como el agua, e intenso como siempre es Pepe Castaño.

 

Como prefacio, improvisado por las circunstancias, el pregonero pidió una oración por la muerte violenta de una mujer la madrugada anterior. Se rezó un Ave María. El relato lo buscó Castaño, que no vistió el chaqué, en unos cánones clásicos con un hilo argumental muy definido que no dio opción a despistarse sobre por dónde se encauzaba. Emulando la parábola de Hijo Pródigo, hilvanó su pregón bajo el argumento de una relación entre un padre y su hijo que volvía a Jerez para redescubrir la Semana Santa mediante una relación expresada de forma epistolar. Un hijo pródigo Jerezano que tras un complicado recorrido vital, que le desarraigó de un mundo que en el fondo de su alma nunca quiso perder, decide volver a la Semana Santa de Jerez para recuperar recuerdos, aromas, rincones, estampas y vivencias en las que su padre, ya fallecido, se convierte en un Cicerone sentimental que en sus epístolas trata de encontrar en las calles "el eco de su padre". 

 

En su formato, usado con acento jerezano y cofradiero, el pregón tuvo un cauce cronológico de Sábado de Pasión a Domingo de Resurrección. Arrancó con una primera carta a modo de introducción. Siguió con otras epístolas que abrieron cada día de una Semana Santa evocadora e idealizada buscando recuerdos y reencuentros, justificándose  ante su progenitor: "Porque, padre, siento que he pecado contra el cielo y contra ti. Contra ese inmenso cielo jerezano tan azul como el mar, que vecino lo acaricia con los vientos". 

 

Quiere volver y se lo pide a Jerez "mas en esta noche Jerez, tiene un rescoldo el pabilo ¡Ponme un Lunes Santo de ayer, de los que ya se me han ido!". La Semana Santa que crece geográficamente también tuvo su hueco. Es "el nuevo orden de la Semana Santa" por las nuevas corporaciones y sus kilométricos itinerarios, "recorridos de puentes y avenidas donde se escapa el incienso". "Vengo desde una barriada, donde Jerez se hace nuevo, pero entera se desangra, en mi hombro de costalero. Vengo desde una barriada, donde crecen mis anhelos ¡No puede la distancia, cuando de fe son los sueños!".  

 

El pregón tomó derrota con la reconstrucción que el hijo pródigo hace de espacios, calles y plazas guardadas en el cajón de sus recuerdos infantiles, recuerdos siempre junto a su padre: "Llegué buscando una infancia, que aún recuerda la cera ¡Lágrimas de candelaria!, sobre unas manos estrechas ¡Caracuel de las Angustias! Donde el final es comienzo, y el silencio es una súplica, de gregorianos acentos". No podía faltar la evocación a nombres como Antonio Gallardo Molina: "hijo y nieto de camborios, fuente de palabra viva, en gitano sacerdocio". A Moraito: "Santiaguera teología…pascual catecumenado, que alumbraba su vigilia, rezándole a Desamparo". Y María. La Virgen como epicentro devocional. María Dolorosa bajo palios y sus sentimientos como cargador del Traspaso. 

 

El hijo pródigo estuvo esquivando San Juan de Letrán hasta que entró en él. Una carta postrera en la que su padre le pedía que no perdiera la cara a Jesús: "el alba entre las tinieblas".  Obtenido el perdón de Dios y de su padre y encomendándose a la Virgen María, cerró el pregón tras hora y media de exaltación.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios