Jerez

La gran realidad de la vida

  • Miles de jerezanos renuevan un 1 de noviembre más el compromiso de visitar a sus seres queridos fallecidos en el camposanto de Nuestra Señora de la Merced

Tres jardineras reciben al visitante a la entrada del camposanto de Nuestra Señora de la Merced. En cada una de ellas, una palabra. Amor, paz, luz. Son, desde luego, tres grandes características de este lugar de reposo eterno en donde ayer, un 1 de noviembre más, miles de jerezanos volvieron a renovar la tradición de visitar y honrar a sus seres queridos fallecidos.

Aunque algunos nubarrones apuntaban la posibilidad de chubascos, el día fue bueno. Por la temperatura casi se hubiera pensado que era más primaveral que otoñal si no fuera porque en los alrededores del cementerio se venden frutos de esta época del año. En el parking entran y salen coches continuamente. La línea siete del autobús parece que cumple sus horarios y descarga a decenas de personas, en su mayoría mayores.

Antonio Ferrer, voluntario de Brote de Vida en el aparcamiento, comenta que la jornada está transcurriendo "sin incidencias, pero con las típicas salidas de tono de algunos conductores que, o no nos hacen caso a la hora de dejar el coche, o se cabrean porque tienen que pagar. Mire usted, pedimos ochenta céntimos, pero esto es voluntario, quien quiera lo paga y ya está. Comprendemos que la gente está harta de pagar en todos lados, pero cuando les comentamos que esto es para una Ong y que aquí estamos de manera desinteresada ya se calman. Si no fuera por nosotros, aquí se mataban por aparcar".

La labor que realiza Brote de Vida desde hace dos décadas tanto el día de Todos los Santos, los días precedentes y hoy, día de Los Difuntos, es importantísima. Una cuadrilla de entre 30 y 40 personas se encarga de hacer más llevadera la tarea -sobre todo a los ancianos- de limpiar, pintar, adornar y arreglar los desperfectos de nichos y tumbas, en turnos de mañana y tarde. Tras una semana, finalizarán hoy su trabajo a las dos de la tarde, tras la eucaristía que oficiará el obispo, José Mazuelos.

Pepe Sierra es uno de los voluntarios más veteranos y el que se encarga de coordinar las tareas. Cuentan con 14 escaleras que se adaptan a cualquier nicho por alto que esté. Las familias llegan, les piden una y un voluntario se encarga de acompañarlos y echarles una mano. "Esto que hacemos es muy gratificante. Al principio de estar aquí te puede dar un poco de reparo, pero eso se va superando y te acabas yendo de aquí sabiendo que has cumplido. Alguno nos llega diciendo que vienen aquí una vez al año y que gracias a nosotros se van contentos".

A lo largo de tantos años, Pepe tiene muchas anécdotas, como la de aquella mujer que les pedía que quitasen las flores del nicho de su marido porque se las había puesto la 'querida' ("lo bueno es que las flores eran mejores que las que traía", señala); o la de aquella otra que, despistada, le preguntó por la tumba de su esposo, que no encontraba. "Le dije a la señora que yo no sabía nada, que preguntase en la oficina, y la pobre, nerviosa, me dice que no, que en la oficina imposible porque su marido había sido carpintero, no oficinista".

Le preguntamos a Pepe cómo ha ido evolucionando esta jornada a lo largo de los años. "Cada vez va a menos. Primero porque esas que antes guardaban el luto todo el año, casi todas mayores, ya van muriendo. Después porque la gente más joven pasa un poco de esto y, por último, por las incineraciones. Otros directamente pasan de la 'feria' que se monta aquí estos días y prefieren venir o unos días antes o unos días después".

Nos despedimos de Pepe y los suyos no sin que nos pida encarecidamente "que pongáis que gracias a la donación de Bricopinturas tenemos la ropa de faena y la pintura que necesitamos. De bien nacido es ser agradecido". Dicho está.

Seguimos nuestro caminar por el camposanto. En uno de los laterales se encuentran tres de las tumbas más visitadas estos días: las del recientemente fallecido Moraíto, la de La Paquera (profusamente adornadas de flores ambas), y unos metros más allá, la de Juan Holgado. "Pobrecito, con lo joven que era", musita un hombre ante su lápida. Allí está Paco, el padre del malogrado Juan, limpiando y arreglando las flores, que nos habla de que sigue sin haber novedades en el tema de su hijo, y compara su caso con el de Marta del Castillo, ahora que ha vuelto a ser actualidad por el juicio. "Los asesinos se van a acabar yendo de rositas", lamenta.

La jornada del día de Todos los Santos nos descubre que las flores de plástico se van haciendo hueco poco a poco en los nichos y tumbas. Agustín, uno de los floristas que se colocan a la entrada del cementerio señala que, aunque todavía se venden más las naturales, cada vez cuesta más hacer negocio, y eso que los precios que tienen "apenas cambian de un año a otro". Josefa Ramos, también florista, afirma que en estos días "nos piden de todo: claveles, gladiolos, margaritas, crisantemos...", aunque también incide en que "desde que comenzó la crisis se ha ido notando todos los años un bajón en las ventas".

La mañana empieza a dejar paso a la tarde. Entre un mar de nichos, una mujer, acompañada de varios familiares, mira a los lados y sentencia: "Esta es la realidad de la vida, esta es la gran realidad. Todo lo demás es mentira". Qué verdad la suya.

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