LA PÁGINA DEL JEREZ

Cómo nace un gran vino: las claves del terruño de Jerez

El entorno que da lugar al nacimiento de un vino de calidad puede resumirse en una conjunción de circunstancias centradas en la uva, el suelo y el clima, provocada (o, al menos, interpretada) sabiamente por los humanos. Una variedad de uva que en otros lugares daría resultados mediocres, un terreno y un clima que para cualquier otro cultivo se mostrarían esquivos y unos vinateros que han sabido verlo así, sea por la experiencia de muchos años, sea por el destello de inteligencia de unos pioneros. Y, muy importante, que han sabido desarrollar las técnicas de viña y bodega idóneas.

Así sucede en el Marco de Jerez, donde el arte vinatero está aquilatado por siglos de tradición, jalonados por figuras de tremenda relevancia, como Columela, Clemente y Boutelou.

El terreno del viñedo jerezano es verdaderamente excepcional: albarizas, suelos blancos de alto contenido calizo que acumulan y regulan el aporte hídrico a las vides. Se trata de un terreno de alto contenido calcáreo, producto de la sedimentación de los contenidos orgánicos de las aguas que cubrían ampliamente la zona en el Oligoceno.

Tiene dos virtudes en particular que lo hacen idóneo para la vid: muy escaso en nutrientes, por un lado, y extraordinariamente poroso a la vez que apto para reflejar la luz y "sellarse" en superficie en la canícula, por otro lado, almacenando de este modo en profundidad las abundantes reservas hídricas que aportan las lluvias entre otoño y primavera.

Los suelos de barros proceden de sedimentaciones recientes, y por tanto son fértiles; el conocimiento de su menor aptitud para el cultivo de la vid está documentado desde tiempos romanos, y tan sólo se suelen plantar en épocas de intensa expansión del negocio vinatero. Mientras que las arenas, fundamentalmente silíceas y ubicadas cerca de la línea litoral son pobres, pero particularmente adecuadas para la uva moscatel. Hoy en día, los viñedos del Marco ocupan tierras albarizas en una proporción abrumadoramente mayor que barros y arenas.

La pluviosidad en el Marco es alta en términos comparativos: en torno a los 600 litros al año de media, lo cual es superior a las cifras medias de otras importantes regiones vinícolas españolas, como por ejemplo Rioja (entre 350 y 550 l/año), Ribera de Duero (400-550 l/año) o Priorat (450-500 l/año).

Estas lluvias se concentran típicamente entre el final de la vendimia y el inicio de la formación de las bayas en las cepas, quedando almacenadas en profundidad en las tierras albarizas, lo que permite un aporte regulado a través de las raíces por las propias plantas.

Por lo demás, el clima suave, en el que los calores estivales se ven atenuados por los rocíos de las brumas atlánticas, favorece tanto una equilibrada maduración del fruto cuanto la formación y el mantenimiento de la mirífica flor que cubre el fino y la manzanilla y hace de éstos unos vinos únicos.

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