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Obituario

Un hombre de Iglesia y renuncias personales

En el comienzo de esta segunda quincena de julio, de la Festividad de Nuestra Señora de El Carmen –cuyo escapulario con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el reverso veneraba el difunto – falleció nonagenario, plácida y confiadamente en la hermana ciudad de El Puerto de Santa María, Rafael Fernández de Bobadilla y González Abreu, esposo que fue de la también jerezana Pilar de Lassaletta y Pemartín y padre de siete hijos, fruto de su cristiana unión durante más de sesenta y cinco años, cuyo noviazgo habían iniciado dos años antes, precisamente en una feria de esta ciudad costera. Y digo confiado porque él conocía la aseveración mariana de que sus devotos estarán ya el sábado siguiente con Ella en el Cielo. Mas el esposo de mi tía Pilar era sobre todo –desde hacía un cuarto de siglo que se jubiló profesionalmente de la hostelería– un hombre de Iglesia de muchas más profundas y firmes convicciones, tal como que en la entrega al servicio al próximo está la verdadera virtud y mandato del Evangelio. Por ello adelantó a todo el que le conoció que desde arriba estará enfadado aún con su vieja sobrina que sabe tanto de su vida de entrega y sacrificio personal y de sus renuncias. Que siendo descendiente de aquel azucarero cubano, González, que en el siglo XIX compró un hotel a su esposa Abreu embarazada –al negarse el director del establecimiento a venderle la media cuba del patio central ajardinado donde crecía el oloroso jazmín que a ella le reponía de sus molestias propias en las calurosas siestas de su estancia sevillana– pues Rafael fue heredero de aquel aún non nato citado implícitamente González-Abreu, más tarde propietario y vizconde del Campo de Los Remedios –todo el barrio residencial y ferial– del que la ciudad de Sevilla heredó la galería pictórica de ese apellido, con las obras de grandes maestros hispalenses y su joven ahijado, a quien dedico estos párrafos, una pequeña fortuna para la época que no tuvo empacho en compartir con sus amigos necesitados.Abogado y recién casado, se hizo Fernández de Bobadilla cargo del hermoso palacio renacentista-barroco sevillano González-Abreu de la plaza de la Magdalena esquina a la calle Rioja, que había heredado ya su madre como Hotel Madrid y cargado de obras de arte, cubana ella y casada con bodeguero jerezano y que había sido el mejor hotel sevillano hasta la construcción del Alfonso XIII para la Exposición Hispano Americana de 1929. Al de Madrid dedicó Rafael casi dos décadas fructíferas de vida profesional, con varias decenas de puestos de trabajo justos, hasta que la recalificación urbanística permitió que se edificaran en el solar de sus mayores y hermanos los grandes almacenes del momento. Y entonces el prestigioso hotelero Lopera se llevó a Bobadilla, también de director, al Alfonso XIII, al que dedicó otra década de restauraciones y éxito de gestión, evitando reducción de plantilla y recortes sociales, pues era hombre de delicada conciencia social. Hasta que la señora Marquet, propietaria de los Hoteles Ritz y Palace de Madrid, encargó a su director el señor Font que contratase al mejor profesional hotelero español para sucederle. Así desembarcó Fernández Bobadilla en Madrid. Dejando a su ‘Stella Maris’ fondeado en Chipiona junto a Regla, su otra vocación –la marinera– y su tercera devoción mariana. La segunda ha sido la Virgen del Rocío, de la que fue devoto hermano de Triana y Benacazón, y caballista. La etapa madrileña fue la de los grandes banquetes, en exclusiva en los palacios de Patrimonio del Estado, al haberse ganado Bobadilla la confianza y amistad de los sucesivos jefes de las casas correspondientes, desde Fuerte de Villavicencio a Sabino, pasando por el marqués de Mondéjar. Y así sirvió Bobadilla a millares de comensales de cuanta realeza, primeros ministros y embajadores pasaron por el final de la etapa anterior y la incipiente democracia, con las visitas de los monarcas europeos y orientales, hasta la boda de la infanta Elena en los Alcázares de Sevilla donde aún actuó de asesor externo, por jubilación. Y a partir de cuando dejó la labor de su patrona Santa Marta y se dedicó a la de María, la otra hermana de Lázaro, en la parroquia de La Milagrosa y capilla de la pradera de El Puerto, por otras dos fecundas décadas de catequesis y cumplimiento seglar de la pastoral. Renunciando una vez más – por modestia– al privilegio del diaconado. Y perdón por confesarlo. Pues me falta decir que desde su primer destino jamás usó la influencia de su posición y amistades, pasando por etapas de pequeños y lejanos cargos, como recordaba en familia en el duelo mi querida tía y su más devota admiradora y compañera. La mayoría de fieles no sabía que aquel enjuto señor de camisa de mangas cortas que les distribuía con recogimiento la Sagrada Comunión, había sido presentado –por su personalidad y valía personal– a muchos dirigentes del mundo por los jefes de las casas de los dos anteriores Jefes del Estado. Mas ahora era cuando estaba sirviendo a su verdadero Señor. Descanse en la paz un hombre de bien.

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