El rebusco

El jerez: en la pintura del XIX

  • Representado entre escenas costumbristas, retratos y bodegones. Williams&Humbert posee la más destacada de todas: la Sherry Girl.

El arte de la época reflejó la gran aceptación social que tuvieron nuestros vinos.

"El interés por las costumbres y tipos populares es una constante histórica en nuestra literatura y pintura. La llegada del romanticismo vivificó esta corriente, aportando a la tradición hispana la visión que los extranjeros tenían de nuestro pueblo, debido al esnobismo de una burguesía nacional europeizante y liberal que, también por influencia extranjera y bajo la moda romántica, vuelve los ojos al pueblo y los monumentos del pasado. Esto, general en toda España, se dará preferentemente en lo andaluz, por ser esta tierra meta soñada de los extranjeros, y donde se tuvo que dejar sentir más fuertemente el influjo de la visión que tenían del español y sus peculiares costumbres".

Con estas palabras el especialista en arte, Enrique Arias Anglés, condensaba los elementos básicos de la pintura española en el periodo romántico del XIX.

Coincidiendo en el tiempo con el apogeo y decadencia de este movimiento cultural y artístico, concretamente durante el periodo comprendido entre 1822 y 1885, el vino de Jerez lograría convertirse en uno de los principales productos de exportación de nuestro país.

Uno de esos extranjeros a los que Arias Anglés hace referencia sería el escocés David Roberts. En una carta escrita en 1833 relataría su paso por la ciudad: "En Jerez me detuve algunos días (....) me recibieron con todas las atenciones posibles. (...) Después de visitar alguna de sus inmensas bodegas y de probar un jerez inmejorable ("tasting sherry in perfection"), decidí partir". Roberts inmortalizaría a la ciudad en una media docena de obras.

Los artistas del momento, por tanto, no serían ajenos a la gran aceptación social que disfrutaban nuestros vinos en todo el mundo, representándolo en sus obras: retratos, bodegones y escenas costumbristas.

Costumbrismo español

La pintura de paisajes carecía en España de tradición, por lo que los modelos que la inspiraron hubieron de buscarse fuera. A esa tradición foránea, los paisajistas románticos españoles añadieron un nuevo ingrediente, lo pintoresco. Eso se traduce en la introducción del elemento humano, de índole popular y costumbrista, pero también la arquitectura y la vista de los interiores, considerados casi como paisajes por sus perspectivas amplias.

Los viñedos de esta parte de Andalucía serian objeto de atención por parte de los pintores, y de ellos tenemos algunos ejemplos como las vendimias recreadas por el sevillano Joaquín Domínguez Bécquer y la de los jerezanos Álvarez Algeciras y José Montenegro, entre otros.

Y como las manifestaciones artísticas confluyen, no está de más ver que en el plano literario el sobrino del primero, Gustavo Adolfo Bécquer, plasmaba en el papel esta escena en su cuento La venta de los gatos, escrito en 1862: "…y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas".

Del paisaje urbano destaca la arquitectura bodeguera en las escenas pintadas por Domingo García Díaz, y la obra de Rafael del Villar, "La tonelería".

Por otra parte, los retratos de personajes femeninos, donde normalmente aparece una botella de vino con sus cañas, son siempre de mujeres en poses de baile, o con la guitarra en la mano, de rasgos agitanados y mirada sensual y provocativa. Sobre sus hombros bellos y llamativos mantones de Manila.

Puebla Tolín, en su cuadro La guitarrista (1884), tomaría como modelo a alguna de tantas profesionales de los café-teatro o tablaos flamencos del Madrid de finales del XIX. Y el de Manuel Arroyo, titulado ¡A los toros!, plantea el arquetipo recurrente ya mencionado.

De Inglaterra a América

Aunque pueda parecer extraño será en la pintura foránea donde la representación del jerez logre sus mejores ejemplos. El más destacado de todos ellos es la conocida y popular Sherry, Girl?, fechada en 1853. Esta peculiar obra del pintor inglés Powell Frith, conocida originariamente como Sherry, Sir?, sería adquirida por las bodegas Williams& Humbert para convertirla en la imagen de marca de la empresa.

Pero lo que resulta más curioso, y desconocido hasta hace bien poco, es que este cuadro tuvo su versión americana pintada unos cuarenta años más tarde por el artista norteamericano Thomas Waterman Wood.

Sin embargo, para este retrato utilizó como modelo a una joven sirvienta negra vestida a la manera criolla, lo que añadía un aspecto más exótico y colorista.

Por ello, no puede sorprendernos que los más destacados bodegonistas americanos del periodo inmediato a la independencia incluyeran copas o botellas de jerez entre los elementos pintados. Así lo hicieron en varios de sus trabajos Raphaelle Peale, Rubens Peale, John Beigel o John F. Francis.

De éste último, nacido en Filadelfia, tenemos que mencionar su naturaleza muerta Fruit and wine, que pintada en 1856 recrea un recipiente conteniendo manzanas, racimos de uvas, pasas y almendras, además de una copa y una botella negra con una etiqueta distintiva.

Influencia que se dejaría sentir en otros aspectos de su cultura, como la literatura. En 1846 Edgar Allan Poe publicaría en Filadelfia su archiconocido cuento de The cask of amontillado.

La Europa Continental

La Europa continental también se rendía a nuestros caldos, y las bodegas de todas las cortes estaban surtidas del mejor jerez, así como los más elegantes restaurantes y hoteles de lujo. Era considerado un elemento de distinción que evidenciaba el status social y económico del que lo poseía. Un toque de refinamiento que el arte reflejaba en su pintura más academicista.

Francia siempre fue reacia a nuestros caldos y no es fácil encontrar ejemplos en este sentido, a pesar de todo The aperitif (1881), de Emíle-Pierre Metzmacher, nos muestra a una joven doncella en el momento de tomar de forma furtiva un pequeño bizcocho mojado en vino.

Un gesto similar, pero cargado de una fuerte crítica anticlerical, es el que realiza el pintor belga Georges Croegaert en A glass of sherry.

Finalmente, los bodegones Té y jerez (1882), del pintor suizo Albert Anker, y naturaleza muerta con copa de jerez del alemán Otto Scholderer, completa esta somera relación de obras cuyos creadores, a lo largo del siglo XIX, homenajearon de forma tan peculiar el vino de Jerez, haciéndolos aún más permanente en nuestra memoria a través del sentido de la vista.

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