Tierra de nadie

Por el límite de la sensibilidad

Por el límite de la sensibilidad

Por el límite de la sensibilidad

Cuerpos reventados… sangre, personas que mueren ahogadas huyendo de la muerte… dolor, miembros cercenados… sangre, familias separadas, rotas, partidas… dolor, cabezas cortadas… sangre, niños perdidos, huérfanos, vendidos, usados, vaciados… dolor, balazos o machetazos, napalm o brea ardiendo, Inquisición, gulag o Auschwitz… sangre, dolor y… lágrimas. Desde siempre, la misma monstruosa y terrible historia; la misma crueldad brutal, la misma atrocidad salvaje, la misma inhumana ferocidad… de siempre. Al ser humano que se supone todos llevamos dentro -muy grande, en algunos, tan pequeño, en otros, que resulta difícil encontrarlo- se le hace imposible asumir tanto sufrimiento. Debe ser el invencible instinto de supervivencia el que nos "protege" haciéndonos "dejar" de padecer a partir de un cierto grado de irracional barbarie provocada por nuestros congéneres, debe ser eso…

La masacre está presente, sin faltar un solo día, en todos los informativos que nos ilustran sobre lo que ocurre en nuestro mundo. El dolor está vivo, dispuesto a dejar su huella en cada una de las veinticuatro horas de la jornada que le va a tocar vivir a millones de almas olvidadas ya por la conciencia colectiva. La sangre, lista para volver a ser derramada, una y otra y otra vez más, sin causa, razón o motivo, sin un imaginario porqué que nos pudiese ayudar a entenderlo. La muerte reina donde debiera hacerlo la vida.

Yo no quiero acostumbrarme, no quiero dejar de sentir, dejar de conmoverme ante el horror, ante la violencia gratuita, ante la sin razón de un odio atroz que condena a quien lo siente, acaba con el que, aun sin ser consciente, lo provoca, y deja a penas sin sentimiento a quien, incapaz, lo contempla.

Aprender, si es que aprender se puede, a convivir con la desolación de otros, con el espanto ajeno, o con el pánico, mantenido y extenso, de gentes lejanas, por muy extraños que nos sean quienes lo sufren, es la antesala para establecernos en lo inhumano. Una vez habituados a lo inasumible, todo, hasta lo inimaginable, será posible. No sé cómo se hace, ni siquiera sé si es posible hacerlo, pero no quiero acostúmbrame a eso, no quiero.

Leo, y compruebo que desde el comienzo de los tiempos el hombre ha caído en las más despreciables vilezas, ha cometido las peores abyecciones contra sus semejantes, y se ha hundido en lo más profundo de las ciénagas más putrefactas. Leo, y veo que siempre ha habido palabras y escritos llamando a la cordura, voces clamando por la rectificación futura, gritos exigiendo la no reiteración en semejantes locuras… Y, sin embargo, aquí estamos: muy lejos, en el tiempo, de aquel homínido que le partió el cráneo a un semejante para quedarse con el charco de agua de la que poder beber; muy cerca, aterradoramente cerca, del uso y abuso de la violencia como herramienta para conseguir lo que deseamos. Muy cerca, sí, de aquellos bárbaros que acabaron con el Imperio, de aquellos que crucificaron a quien sólo les hizo bien, de aquellos inquisidores feroces que hicieron del dolor ajeno su religión, de aquel monstruo maniático y repugnante que doblegó el mundo, mató la esperanza y devastó la vida y el futuro de más de seis millones de almas inocentes, muy cerca de aquel degenerado que "en nombre del pueblo" congeló bajo el hielo de Siberia decenas de millones de vidas sin más culpa que la de no pensar como él, o la simple denuncia, falsa o no, de cualquier envidioso, muy cerca de Corea, de Videla, del Congo, de Mao Tse-tung, de Etiopía, de Pinochet, de Vietnam, de Idi Amín, de Noriega, de los Jemeres Rojos, de Bosnia, de Sendero Luminoso, de las Torres Gemelas, de Atocha, de París, de Bruselas, de Estambul, del Líbano, de Irak, de Siria… demasiado cerca de lo que nos niega la condición de humanos.

La sensibilidad, esa capacidad de percibir sensaciones, de apreciar sentimientos, de responder a pequeños estímulos, causas o circunstancias es, en mi opinión, una de las insustituibles improntas de la persona, del ser humano. Romper la sutileza, la exquisitez, la delicadeza de lo que supone "ser sensible", no lo creo, en absoluto recomendable, pero estar "sometido" al embrujo de su gracia y distinción implica asumir la imposibilidad de vivir en la cercanía del horror que, con egoísmo, hemos sido capaces de crear, con indiferencia, hacer crecer, y con "mimo", mantener ¿Dónde está el límite para la sensibilidad de quien quiere seguir teniéndola pero le duele?

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