Tierradenadie

La pesadilla interminable

Desde la lejanía física, pero con la proximidad que me regala la tecnología, escucho la intervención de Teresa Rodríguez, coordinadora general de Podemos Andalucía, en la Cámara andaluza -ese 'extraño' lugar en el que se supone que se reúnen los que nos representan, para tratar de solucionar parte al menos de nuestras cuitas, pero que sólo sirve para que se pongan de acuerdo en el modo de exprimir, aún más, nuestros maltrechos bolsillos; no los suyos, los nuestros-. Recordaba la diputada al resto de las 'señorías' allí sentadas su petición para eliminar parte de las dietas, subvenciones y prebendas económicas con las que cuentan quienes debieran dar ejemplo de honesta austeridad en tanto demasiados ciudadanos sigan viviendo por debajo del umbral de la pobreza en un país del 'primer mundo' situado entre los 20 más ricos del planeta. No sólo no le hicieron ni caso, es que le apagaron el micrófono para que no siguiese "incordiando".

La estúpida sonrisa dibujada en la cara del presidente de la Cámara mientras procedía a callar a la 'hartible' Teresa, es muestra clara de la nula consideración que los "altos representantes de la soberanía popular" -¡qué importante suena…!- tienen para con quien mantiene su privilegiado, injusto y 'quasi' escandaloso nivel de vida. Es lo que hay.

Mientras esto sucedía en el Parlamento andaluz, el Congreso de la Carrera de San Jerónimo rechazaba una iniciativa popular, secundada por 500.000 firmas, exigiendo la supresión de las prebendas -vergonzosas- que tienen los políticos cuándo pierden su cargo. Ni siquiera se dignaron -aunque sólo fuese para disimular su desvergüenza- a admitirla a trámite.

No sé si es la impotencia la que puede al cabreo o viceversa. Sé que el tiempo pasa, la vida pasa, las personas vienen y se van, nosotros perdemos la salud luchando por sobrevivir, y ellos siguen como están; eso, sí lo sé.

Da igual los agujeros en los que nos hayan metido, las crisis en las que nos hayan sumido o las tumbas en las que nos hayan casi enterrado; la consigna sigue siendo cambiar lo necesario para que no cambie nada.

Subidas encadenadas e injustificables en la luz y el gas -suministros imprescindibles, de absoluta primera necesidad-, incrementos desproporcionados en el precio de los combustibles, tarifas sanguinarias en telefonía, comunicación e Internet; impuestos caninos en todos los rangos y a todos los niveles: IBI, IRPF, IVA, Patrimonio, Sucesiones, Trasmisiones, Sociedades… Es un no parar en el maquiavélico intento del sistema por anular al individuo, por ahogar iniciativas personales, por estrangular libertades potencialmente peligrosas para la estabilidad de una maquinaria diseñada para salvaguardar los privilegios de la casta política. Los que trabajamos, lo hacemos durante dos tercios de nuestro tiempo sólo para pagar el precio que nos imponen si queremos rescatar las migajas sobrantes y, en ellas, tratar de ser nosotros mismos y existir para los nuestros.

Parece imposible que los que gozan de los privilegios que se debieran suprimir asuman la tarea de hacerlo. La Historia, y la propia condición humana, nos hablan de lo utópico de esta más que irrealizable esperanza. Así que no sé dónde está la solución, ni tampoco dónde el comienzo del camino que nos pudiese llevar a la posibilidad de encontrarla.

La frustración que desemboca en el intento de levantarse contra lo establecido se hace presente, tangible y cotidiana. Una pretensión que suele estrellarse contra el muro de la realidad que nos avasalla cada día provocando, como si de una interminable y recurrente pesadilla se tratase, un desasosiego que termina en ese abismo que supone la angustia vital crónica; piélago del que sólo el poder de la inteligencia útil es capaz de facilitarnos herramientas suficientes para salir de él.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios