Jerez

El primero de la clase

  • Tierra de nadie

LA inteligencia: esa capacidad de razonar, de asumir lo aprehendido, de contrastar y decidir; es lo único que nos diferencia del resto de los animales. Y no es que esta afirmación implique, en absoluto, que nosotros, los humanos, seamos mejores que ellos, no; simplemente, distintos.

El comportamiento animal se rige, en una primera fase, por la genética y los instintos. Más adelante, con el transcurrir de los días, la experiencia propia del individuo, va modelando, en parte, su etología. La adaptación a las circunstancias ambientales y sociales, en su caso, en las que le haya tocado desenvolverse, cierran el ciclo de vectores determinantes de ese comportamiento animal.

En el ser humano son tres los factores primarios y genéricos que influyen, de manera relevante, en el desarrollo de su conducta: la herencia genética, el azar y las circunstancias.

Nada podemos hacer respecto a la "calidad" de los cromosomas heredados; nula es nuestra capacidad para influir en el azar, si así no fuese, dejaría de ser "azar": sólo nos quedan, pues, las circunstancias, "la circunstancia" determinante de Ortega, para poder ajustar; de modo activo, consciente y responsable; nuestra actitud ante la vida; eso que, a fin de cuentas, va a influir de manera decisiva y directa en nuestra capacidad p ara ser felices.

La única finalidad real de la inteligencia, es conseguir la felicidad. Por tanto, en la medida en que no seamos capaces de lograr esa felicidad buscada, podremos hablar de fracaso de la inteligencia; de esa que no se puede medir con un test, porque no se trata de una inteligencia "cuantitativa", sino de la inteligencia profunda, la cualitativa, la que "nos vale" para colocarnos en una dimensión a parte del resto de los seres vivos conocidos, pero no nos sirve para ser los primeros de la clase.

Uno de ellos, uno de esos "primeros" de mi clase, me hizo pensar en lo que ahora escribo.

Lo volví a ver, después de muchos, muchos años, hace unos días. Era, entonces, un chico brillante y ejemplar; siempre destacaba y lo hacía en todas las materias, tanto intelectuales como físicas; era buena persona, ni engreído ni empollón. Cuando me lo tropecé la pasada semana, a penas si fui capaz de reconocerlo, fue él quien se acercó y me hizo recordar…, aunque me costó bastante trabajo lograrlo: era un deshecho, lo poco que le quedaba de persona, se diluía entre su ropa desaliñada, la suciedad que lo envolvía y el mal olor que lo ahogaba.

No les voy a detallar las causas que lo llevaron a la situación en la que se encontraba, por que no importan ahora. Lo que si importa es el "porqué". ¿Porqué una persona que "vemos" y consideramos como "inteligente", con todas las posibilidades a su favor, con los medios necesarios para triunfar, con la capacidad teórica para destacar, llega a convertirse en un fracasado?

Resulta obvio deducir que la ruina a la que llevó su vida, privándose de toda posibilidad para disfrutar de la felicidad, demuestra que su inteligencia fracasó, o lo que es lo mismo, que no la tuvo, que nunca fue realmente inteligente; a pesar de su comportamiento, de sus becas, de sus innumerables matrículas de honor…. Si lo hubiese sido, habría tenido la capacidad de utilizar los medios con los que contaba para alcanzar su felicidad; no hubiese permitido que la vanidad, la droga, la avaricia, el alcohol o la envidia, se hubiesen adueñado de su destino.

No se trata de "saber más", se trata de "saber como". Uno bocadillo, un abrazo y unos cuantos billetes me despidieron de aquel "primero de mi clase" que llegó el último, a su vida.

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