Psicología

Yo te lo prometo

Yo te lo prometo

Yo te lo prometo

La promesa ha sido, sin duda, protagonista de cientos de textos literarios y, probablemente, de aún más composiciones musicales. "Te prometo olvidar mis cicatrices…" ha cantado recientemente el reconocido Pablo Alborán en su último trabajo (Alborán, 2018), mientras que otros han prometido amar durante mil años más y algunos, incluso, han prometido hacerlo hasta la eternidad.

Quien promete con demasiada frecuencia, será probablemente, o bien un empedernido optimista -alguien con una ingenuidad exacerbada que no guarda maldad en sus promesas-, o bien alguien para quien el fin justifica el uso de cualquier tipo de medios, incluyendo, por supuesto, la promesa y el juramento más sagrado.

En cualquier caso, prometer implica una anticipación, la anticipación de que algo va a suceder en el futuro y, por tanto, conlleva el riesgo de que lo prometido no llegue a cumplirse jamás. De hecho, algunos, de tanto utilizar la promesa sin reflexión y sin la menor seguridad, más allá de ser meros entusiastas se convierten en manipuladores de la verdad. Éstos, parafraseando a Gracián, se convierten en mentirosos en cuya boca hasta lo cierto parece dudoso.

En este sentido, una parte de los tratamientos psicológicos que realizamos en Psicología Diez, están relacionados, tanto con las víctimas de esos prometedores a discreción como por las víctimas de las propias promesas. En ambos casos, la decepción puede llevar a la desesperanza y pérdida de toda motivación para seguir adelante y es posible incluso desarrollar alteraciones emocionales como la depresión o la ansiedad. Por ello, consideramos necesario trabajar habitualmente con la promesa, tanto en la recuperación de la confianza hacia otras personas como en la recuperación de la confianza hacia uno mismo. Uno de los aspectos fundamentales de dicho trabajo es conseguir que la promesa no pierda su significado, que tratemos de anticipar -prometer- sólo aquello cuya probabilidad de ocurrencia estamos convencidos de que es considerablemente alta. Especialmente en las alteraciones del estado de ánimo, una de las creencias más frecuentes, en quien las padece, es la idea de que nunca podrá llegar a cumplir alguna de sus propias promesas.

Por ello, trabajar el compromiso en el aula, de manera que los menores asimilen gradualmente todo lo que implica alcanzar aquello que se han propuesto firmemente alcanzar, resulta indispensable para conseguir adultos responsables. Así, se puede acceder a mejores relaciones interpersonales, mejor autoestima, mejores experiencias de éxito en su trayectoria vital que, indudablemente, conducen a unos mejores índices de salud y bienestar. Aunque el sentido de compromiso, conviene trabajarlo inicialmente en el hogar, puede ser igualmente trabajado en el entorno escolar donde están presentes unas circunstancias ideales. En la escuela el menor se relaciona con sus iguales y empiezan a establecer preferencias de amistad en la relación con ellos, lo que facilita la posibilidad de asignar tareas de compromiso entre sus compañeros que permitan fortalecer los vínculos afectivos entre ellos, además de estimular el desarrollo de una adecuada autoestima y autoconcepto personal. Si pensamos en trabajar desde el principio, en educación infantil, se podrían, por ejemplo, plantear juegos con una duración semanal en los que cada alumno tenga que hacer algo bueno por uno de sus compañeros cada uno de los días de la semana, para al final celebrar en asamblea que todos han cumplido con los propósitos que se decidieron al principio de la semana e, igualmente, si es necesario, trabajar con los casos en los que no se hayan podido cumplir esos compromisos.

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