De ruta por el bajo Guadalete
En torno a Jerez
Una excursión con el Aula de Mayores de la UCA
Atendiendo a la amable invitación de nuestro amigo Juan Martín Pruaño, presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios del Aula de Mayores de la UCA en el Campus de Jerez, el sábado pasado hicimos de guías en una excursión por el Bajo Guadalete. La salida tenía como objetivo el acercamiento a los paisajes y la historia de este rincón de la campiña. Para ello realizamos un itinerario en autobús que, partiendo del Campus nos llevó a visitar La Barca, Torrecera, la bodega Entrechuelos, la Ermita de la Ina y el Puente de Cartuja. En las paradas, y durante los trayectos, destacamos los aspectos más relevantes de estos parajes, desconocidos para muchos pese a su cercanía a la ciudad. En nuestra salida de hoy, 'entornoajerez', vamos a resumir lo que dio de sí la ruta. ¿Nos acompañan?
Camino de Cuartillo
Tomando la carretera de Arcos, para enlazar con la de Cortes a través de la Ronda Este, hacemos unas primeras referencias a esta zona de la ciudad conocida tiempo atrás como El Pinar, antesala de los Llanos de Caulina. Ya en la carretera de Cortes recordamos la importancia que a comienzos del siglo XX tuvo su construcción para Jerez junto a otras obras como el Pantano de Guadalcacín y el Ferrocarril de la Sierra.
Junto al puente de la autopista pasamos ahora por el que fuera descansadero de Albadalejo, donde aún se conserva una antigua fuente de la que ya en el siglo XVI se quisieron traer sus aguas a Jerez. Desde siglos atrás existieron en este lugar dos alcantarillas que cruzaban el Arroyo Salado, uno de los últimos afluentes del Guadalete que, desde la Sierra de Gibalbín drena los Llanos de Caulina para unirse con él junto a Viveros Olmedo. Con el nombre de Albadalejo se estuvo a punto de 'bautizar' el pueblo deEstella del Marqués, levantado en sus cercanías en 1956.
Camino de Cuartillos, la carretera divide en dos el Parque Forestal de Las Aguilillas, un espacio incluido en el catálogo de 'Bosques-Isla'. Aunque hace 50 años se hicieron aquí repoblaciones de pino carrasco y eucalipto, la vegetación propia del monte mediterráneo se ha ido regenerando poco a poco estando presentes especies como lentisco, coscoja, acebuche, palmito, jara… Al paso por la barriada rural de Cuartillo, construida en buena parte en terrenos de una antigua cañada, llaman la atención dos pinos centenarios que sirvieron en otros tiempos de hitos para los enfilamientos de los barcos que llegaban a la Bahía de Cádiz. Junto a ellos, la estación potabilizadora reclama también la atención del viajero, como una obra sobresaliente de los Abastecimientos a la Zona Gaditana. Obra del ingeniero Juan Delgado Morales (1956) cuenta en su interior con magníficos murales cerámicos.
La carretera deja ahora a la derecha el Arroyo de las Cruces y los cerros de Salto al Cielo, donde despunta la bóveda en media naranja de esta antigua ermita cartujana. Al pasar por Las Majadillas se abren ante nosotros los horizontes del valle del Guadalete que nos muestran, en primer plano los restos adehesados de los encinares que cubrieron estas lomas. El cerro de Alcántara o el de Domecq, quedan a la izquierda mientras nos acercamos a los llanos de Magallanes y La Guareña que tienen como telón de fondo el Encinar de Vicos por donde discurre la Cañada Real de Albadalejo o Cuartillos buscando las tierras del Este de nuestro término.
En La Barca de la Florida
La primera parada es en La Barca, donde a orillas del río recordamos los aspectos más sobresalientes acerca de la colonización agraria de la vega del Guadalete y la fundación de este pueblo en 1948, que se convirtió desde el primer momento en centro económico y de servicios de otros poblados de colonización de la zona. Levantado en las cercanías del antiguo Vado de La Florida, comentamos aquí la importancia de este lugar, por el que cruzaba el río desde antiguo la Cañada Real de la Sierra camino hacia el Valle, El Mimbral y Tempul. En La Florida arrancaba también hacia el norte la Cañada de Albardén, en dirección a la Junta de los Ríos y Arcos, así como los caminos que llevaban a los cercanos cortijos de Berlanga o La Suara y al descansadero de Mesas del Corral, al otro lado del río. Un lugar, en suma, que fue un auténtico nudo de comunicaciones y cruce de caminos del Jerez rural.
Como no podía ser de otra manera, nos recreamos aquí en las pequeñas historias de las barcas que cruzaban el río. Existen ya referencias de una primera barca en este lugar en 1725. De ella da también cuenta Madoz en 1854, que la denomina como 'barca de la Florida' o 'de Berlanga'. La última de las barcas, y la que dio nombre al pueblo, fue la de 'Benalí', de la que nos informa Juan Leiva en el delicioso libro que coordinó y que lleva por título 'La Barca de la Florida. Historia de un pueblo joven con viejas raíces'. Esta barca, "de 12 metros de eslora por 7 de manga, fue transportada hasta el río por don Antonio Guerrero (propietario del cortijo de La Florida), e instalada por 'Benalí' para pasar el Guadalete".
Frente a nosotros, cruzan el río los 'puentes' lo que nos lleva a recordar su pequeña historia y los aspectos más relevantes de estas singulares obras públicas. El conocido como 'Puente de San Patricio', obra del prestigioso ingeniero Eduardo Torroja, figura en los manuales de historia de la ingeniería como una obra pionera en la utilización del hormigón pretensando. Construido entre 1925 y 1927, sustituyó al antiguo puente-sifón de Ángel Mayo por el que pasaba la conducción de la traída de aguas a Jerez entre 1864 y 1869. El viejo puente, que contaba con dos pilares cimentados en el lecho del río, fue arrastrado por la gran riada de 1917, siendo sustituido años después por el de Torroja que adoptó una solución ingeniosa prescindiendo de los apoyos centrales. El primer arco del conocido como Puente de Hierro, fue construido en 1924 para dar paso a la carretera de Cortes, ampliándose con otros dos tramos en 1936. El arco de hormigón por el que salva el río la conducción que procede del pantano de los Hurones, se levantó en 1957 cuando se realizaron las obras del Abastecimiento a la Zona Gaditana.
Camino de Torrecera
Retomamos nuestro camino hacia Torrecera dejando a nuestra izquierda la Estación Elevadora de La Barca, las granjas de Berlanguilla y los terrenos de la antigua Huerta del Coronel, con cultivos de algarrobos. Nos desviamos a la derecha por el cruce hacia La Suara, pasando por el Arroyo de Cabañas y las Mesas del Corral, antiguo descansadero de ganado. En La Suara, espacio forestal que se extiende sobre una antigua terraza fluvial del Guadalete, se conservan importantes manchas de alcornoques, encinas, coscojas y quejigos junto a los que crecen pinos y eucaliptos, fruto de las repoblaciones que hace medio siglo realizó el Instituto Nacional de Colonización. Este parque periurbano, lugar de ocio y esparcimiento de muchos jerezanos, está catalogado como bosque-isla.
A la derecha de la carretera se observan las cicatrices que dejaron en el paisaje las antiguas canteras para la extracción de áridos que se abrieron en la ribera del río. En estas graveras de Torrecera y la Dehesa Boyal se encontraron restos de la presencia del hombre en el paleolítico medio. Por aquí cruza el camino que desde Jerez se dirigía a los Baños de Gigonza y en esté rincón, donde hoy se levanta un centro ecuestre y de turismo rural, estuvieron la fuente y la barca del Boyal.
Pasamos ahora junto a Torrecera, pueblo levantado en 1947 junto a la confluencia del Arroyo Salado de Paterna y el Guadalete. Aún quedan en Torrecera la Baja, a los pies del Cerro de la Harina, algunas de las viviendas construidas durante la Reforma Agraria de la II República (1933), una iniciativa que planificó el reparto de tierras de las fincas Cabeza de Santa María, Los Isletes, Doña Benita y Torrecera y que quedó frustrada tras el golpe de estado de 1936.
En el cerro del Castillo y la Bodega Entrechuelos
Dejando atrás Torrecera, el autobús asciende ahora las empinadas rampas de la Cuesta del Infierno para desviarse hacia la Bodega Entrechuelos. Desde su aparcamiento llegamos, en un cómodo paseo, hasta lo más alto del Cerro del Castillo donde se alzan los restos de una torre almohade, visible desde muchos lugares de la campiña. La torre, levantada probablemente a finales del s. XII o comienzos del XIII, está construida con la técnica de tapial, al igual que la cerca almohade de Jerez. En el muro norte se aprecia una oquedad a modo de puerta en cuya parte superior se conservan los restos de un arco de ladrillo. El muro orientado hacia el este se ha desplomado y bien merecería consolidarse y restaurarse como se ha hecho en la torre de Matrera. En las tapias llaman la atención del visitante los mechinales, esos huecos que dejaron al descomponerse con el tiempo las maderas en las que se apoyaban los cajones del encofrado.
Esta torre vigía cumplía la función de control del territorio, en los siglos en los que estas tierras lo fueron de frontera, así como del camino que corría junto al Salado de Paterna y de los que discurrían junto al Guadalete, a cuyas orillas existían fértiles vegas. A los pies de la Torre estuvo el conocido Vado de Sera, mencionado en la, rey que acampó aquí con sus tropas en 1333 en su camino hacia Alcalá de los Gazules, en el marco de una operación militar para liberar a la fortaleza de Gibraltar del cerco al que le había sometido el infante Abu-Malik.
Las vistas que se contemplan desde la torre son excepcionales y así, junto a los principales relieves de la provincia y de la campiña, desde este privilegiado balcón podemos observar como las vegas del bajo Guadalete. A partir de la dominación cristiana, la Torre de Cera o de Sera, como se le denominaba entonces, pasó a formar parte del cinturón de torres vigía y atalayas que, con carácter defensivo, se distribuían por la campiña. Con muchas de ellas mantenía buena conexión visual como las de Gigonza, el castillo de Medina Sidonia, Torre Estrella, el castillo de Arcos, Jerez, o las torres de la Sierra de San Cristóbal o Gibalbín, visibles desde aquí.
Desde la torre bajamos a visitar la Bodega Entrechuelos, una moderna construcción que cuenta con magníficas instalaciones industriales y de restauración y desde la que se obtienen inigualables vistas sobre su entorno circundante. De la mano de Juan Carrillo, su Maestro de Bodega, recorrimos sus dependencias, conociendo el proceso de transformación de la uva, desde su recogida en los viñedos del Cerro del Castillo, hasta su embotellado y comercialización bajo las distintas marcas que llevan nombres de topónimos de su entorno cercano (Entrechuelos, Alhocén, Talayón…), una muestra más de su estrecha vinculación con la tierra.
En la Ermita de la Ina
De nuevo en ruta, pasamos ahora por el vado del Arroyo Salado junto al que vemos los canales de riego del embalse de Guadalcacín. Dejamos a un lado el cortijo de Spínola y el Cerro de la Batida, llamativo escarpe a orillas del río constituido por rocas de yeso que fueron explotadas para su uso industrial por una fábrica cerrada hace dos décadas. Este curioso enclave natural ofrece magníficas panorámicas 'a vista de pájaro' sobre las galerías del río y sobre las Vegas de El Torno. En sus verticales tajos, que caen a plomo sobre el río, se refugian rapaces y aves de roca que ya en 1910, merecieron la atención de los naturalistas ingleses W. Buck y A. Chapman, quienes lo describen en su obra La España Inexplorada (1910).
Camino de La Ina, al pasar por el Cerro del León vemos a la derecha el Palomar de Zurita, un auténtico monumento etnográfico. Obra del primer tercio del siglo XIX, guarda en su interior casi 25.000 nidales y amenaza con desplomarse si no se hace nada por evitarlo. Más adelante cruzamos por Rajamancera en cuyos campos existió una importante laguna que fue desecada a mediados del siglo pasado, transformando su vaso en tierras de cultivo, en el lugar donde hoy se encuentra una pista de ultraligeros, un poco antes de llegar a la barriada rural de La Ina.
La siguiente parada es en la Ermita de la Ina que visitamos de la mano de Isabel Chico, miembro de su Asociación Parroquial, siempre tan amable. Desconocida para muchos jerezanos, el edificio, aunque muy reformado, es de estilo mudéjar y tiene su origen en el último tercio del s. XIV. De planta rectangular y tejado a dos aguas, su interior consta de tres naves con arcos de herradura, apoyados sobre pilares cuadrados. Destruida en 1838 por un huracán y restaurada en 1952, la ermita fue edificada por acuerdo del cabildo jerezano para conmemorar la victoria de las tropas cristianas en 1339 sobre las del infante Abu Malik, que había instalado su campamento en los Cerros del Real (Lomopardo) teniendo cercada la ciudad. En esta acción tuvo un papel decisivo Diego Fernández de Herrera, auténtico héroe jerezano cuya hazaña quedo reflejada en toda la historiografía local. La desdice sin embargo estas historias, situando la muerte del rey de Algeciras, 'Abomelique el infante tuerto', en las Vegas de Pagana, junto a Alcalá de los Gazules. En nuestra visita evocamos esta y otras historias, y recordamos como el origen el topónimo 'La Ina', leyendo también algunos textos del geógrafo andalusí Ibn Said (s. XIII) o de los poetas jerezano-andalusíes Ibn Lubbal (s. XII) o Ibn Giyat (s. XII) en los que se recrean los idílicos parajes de estos llanos junto al Guadalete, para los que remitimos a los trabajos del arabista M.A. Borrego Soto.
En el Puente de Cartuja
Dejando atrás La Ina, pasamos junto al Puente de la Greduela, donde hasta a fínales de los sesenta del siglo pasado existió, junto a la Venta de las Carretas, una barca de sirga para cruzar el río. La Greduela guarda uno de los últimos palomares de la campiña que, como el de Zurita es un 'monumento etnográfico'.
La última parada es en el Puente de Cartuja, donde visitamos los trabajos arqueológicos que han sacado a la luz lo que pudo ser un antiguo embarcadero y el arranque de los muros del viejo azud del molino. Iniciadas sus obras en 1525 y terminadas en 1541, debe su traza a Fortún Jiménez de Vertendona y en su construcción intervinieron diferentes maestros locales. Entre 1581 y 1582 se edificó en uno de los arcos del puente el molino de la villa, como reza en la lápida conservada en uno de los pilares junto a la Venta de Cartuja, cuyo edificio se levantó unos años después como dependencias y almacenes del molino. En nuestro paseo por el puente comentamos las muchas vicisitudes por las que atravesaron estas obras, que precisaron continuas reparaciones. De la misma manera, elogiamos las obras de restauración ambiental que en los últimos años han retirado de las riberas y del lecho del río miles de toneladas de lodos y de pies de eucaliptos, recuperando este histórico paraje del Vado de Medina, su antigua fisonomía, esa que nos recuerdan los viejos grabados y fotografías de hace un siglo. La repoblación con álamos y fresnos que ha tenido lugar en estos días, pone la guinda a este recuperado tramo del Guadalete en el que el 'viejo puente de Cartuja', luce aún más hermoso.
La tarde se echaba encima y, por falta de tiempo, dejamos para otro día las paradas previstas en La Cartuja, La Corta y El Portal, para completar este recorrido por el bajo Guadalete, un itinerario que les recomendamos y del que no saldrán decepcionados.
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