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Jerez

Lo que hay que saber de la crisis

  • La quiebra del sistema financiero está a punto de cumplir 500 días sin un horizonte claro · En la provincia de Cádiz, la primera víctima ha sido la construcción, pero el paro y la desinversión pueden tener consecuencias mucho peores

Le llaman la crisis de la avaricia, de la desconfianza, de la globalización desregulada... muchos collares para un perro cuya raza aún hoy se desconoce. Empieza a intuirse, a descubrirse más bien semana a semana, pero la gravedad de la enfermedad sigue siendo un enigma pese a que se detectó hace casi 500 días. La nacionalización de bancos estadounidenses, alemanes o ingleses; las inyecciones de liquidez al sistema realizadas en el abismo entre la reactivación del préstamo y la sombra de la inflación; o la reciente ampliación de las garantías de los depósitos acordada en Europa han sido recibidas por los inversores como tiritas más que como vacunas reales para el mal financiero.

Así como el lunes 15 de septiembre de 2008 pasará a los anales como el lunes negro de la Bolsa moderna, no existe un día concreto para fechar el inicio de la crisis. Fue en el verano de 2007, aunque los síntomas ya habían empezado a darse a principios de ese año. Sí se habla de un hito alcanzado el 31 de julio porque en esa jornada los bancos dejaron de prestarse dinero. El mercado interbancario se congeló.

El origen de la crisis es el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, pero no llegó sola, sino acompañada por el encarecimiento del petróleo y de otras materias primas, así como por la también crisis alimentaria. Entonces el mundo conoció las hipotecas de alto riesgo o subprimes, las agencias de calificación y un sistema financiero que hacía aguas. Es la herencia de una desregularización que inició Reagan y completó Clinton al final de su mandato. Los controles se redujeron en pro de un liberalismo feroz y los tipos de interés se tiraron por los suelos durante años (incluso llegan a ser negativos en términos reales). El dinero volaba, pero movido por las alas de la especulación. La venta de viviendas se dispara, como en España, pero sin control, y las hipotecas se contratan sin ningún tipo de garantía, apoyadas únicamente en la expectativa de la revalorización del piso. La ingeniería (o alquimia en algunos casos) financiera de los bancos de inversión empieza a bullir y el riesgo se rentabiliza al máximo a través de nuevos productos tan "exóticos" como opacos, y, que, además, se permiten sacar de los balances contables en EEUU y la mayor parte de Europa. No en España, donde los bancos deben dotarse de provisiones para tener un colchón con el que estar cubiertos.

Como eran las más desprotegidas, las entidades más afectadas por la crisis financiera han sido, hasta ahora, estadounidenses, británicas, belgas y alemanas, amén de la última víctima holandesa conocida ayer: ING Direct. El impacto está determinado por dos factores principalmente: el nivel de solvencia que tenían al inicio de la crisis y la cantidad de activos tóxicos -vinculados a las hipotecas subprime- que movían.

Las medidas más importantes que se han adoptado mundialmente para frenar el impacto de esta quiebra financiera han sido la inyección de dinero en el mercado con el objetivo de reactivar la máquina interbancaria: más dinero en movimiento, más créditos, más consumo, más confianza... y más inflación. Éste es el temor, que se trata de contrarrestar con la bajada del Euríbor y el abaratamiento del petróleo. La segunda, drástica en el actual liberalismo global y excesiva para algunos, ha sido la nacionalización de bancos de inversión e hipotecarios y de otras entidades como la aseguradora AIG (una de las encargadas de respaldar el riesgo de las subprime). Lehman Brothers, Merrill Lynch y Fannie Mae y Freddie Mac, las primeras compañías hipotecarias, han sido algunas de las firmas nacionalizadas al otro lado del charco, mientras que en Europa se han intervenido, entre otras, los británicos Northern Rock y Bradford&Bingley, la alemana Hypo o la belga Fortis.

A nivel del inversor, las medidas adoptadas por la UE y el Gobierno español han pasado por garantizar los depósitos hasta los 20.000 euros y los créditos con mayores avales del Estado. Además, ante la posibilidad siempre latente de que algún banco o caja pueda verse en apuros, se ha autorizado al Ministerio de Economía para comprar títulos de estas entidades durante 2009.

Es la pregunta que el mundo no deja de hacerse a diario sin obtener una respuesta que sea válida más allá de dos o tres jornadas. Hace dos semanas una ejecutiva de ING Direct aseguraba a sus clientes en España que no había motivos para la preocupación. Pocos días después se desplomaba en Bolsa y ayer el Banco Central de Holanda anunció que saldrá en su rescate con una inyección de 10.000 millones. Como en los casos anteriores, se argumenta que el propósito no es salvar la empresa, sino los ahorros de sus clientes.

Pero esta práctica que ha sido una constante semana tras semana, no es la solución ni tampoco puede ser indefinida porque los Estados tienen un límite de endeudamiento -que, por cierto, muchos incumplen ya-. Por ahora han evitado el colapso del sistema pero ya se habla de una segunda oleada en forma de crisis económica consecuencia de la financiera y de un reajuste del mercado y de su estructura a través de operaciones de compra (como las emprendidas por el BSCH) o fusiones de cajas de ahorro, consideradas las más vulnerables del sistema.

El análisis de la repercusión que la crisis podría tener en la provincia debe partir de una premisa: Cádiz está formada por 1,2 millones de habitantes tan expuestos como los 45 millones de españoles a los vaivenes del mercado financiero, pero su posición de partida es mucho más endeble. Las razones de esta mayor fragilidad son varias: una capacidad económica inferior, un mercado laboral más precario; una estructura económica fundamentada en un 60,6% en el sector servicios, con una menor densidad empresarial y una mayor dependencia de lo público (tanto en ayudas como en empleo); y, por último, un modelo de crecimiento agotado basado en la construcción.

En este contexto llega el cierre de Delphi, la agonía del sector primario por la caída de cultivos tradicionales y la provincia se enfrenta a dos crisis paralelas: la financiera mundial y la propia laboral e industrial. Para convertir "nuestra" crisis en una oportunidad, la Administración diseña un plan de rescate en forma de "reindustrialización", que no es otra cosa que una lluvia de fondos públicos para atraer inversiones. La máquina se pone en marcha y da sus primeros frutos: Alestis, Aeroblade, Gadir Solar, Aurantia, Celulosa Investments, Terra Sun... una decena de firmas desembarca en la Bahía y el Marco de Jerez para revitalizar su maltrecho tejido productivo como anteriormente ocurriera en el Campo de Gibraltar. Pero en el momento de materializarlas es cuando la otra crisis, la mundial, hace estragos y la prudencia se impone. Consecuencia: las inversiones de la primera convocatoria del plan de reindustrialización se reducen a la mitad: de 662 a 319 millones de euros. La segunda ya está en marcha y ha incorporado un cambio fundamental: los préstamos se concederán, además de otras novedades, sin necesidad de avales bancarios y con la sola presentación de un informe de solvencia. La manga se abre pero habrá que ver si es suficiente y, sobre todo, si la iniciativa privada puede y quiere seguir acudiendo a la llamada de la reindustrialización. Si no hay inversión de nada sirve el apoyo público.

Éste es el mayor peligro que acecha a la provincia, ya que una fuga o ralentización de los proyectos previstos desmontaría toda la estrategia de reactivación planteada por los Gobiernos central y autonómico, y la provincia se quedaría completamente vulnerable, desprotegida ante los efectos de la recesión económica.

El principal, y más temido, es el paro. La provincia se asoma a los 130.000 desempleados y antes de fin de año sumará nuevas bajas laborales. Es la principal amenaza para la estabilidad económica y social de Cádiz, además de un lastre para las arcas públicas por el aumento de las prestaciones y el descenso de las cotizaciones a la Seguridad Social. De ahí que, desplomada la construcción, la industria sea la única vía para fortalecer la economía gaditana ante la crisis y confiar en que el sector servicios se haya fortalecido lo suficiente en los últimos años como para capear el temporal de bajada de consumo.

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