Tierra de nadie

La sonrisa

ALLÍ estaba, agarrada a un rostro hipócrita y gris, insultante y jactanciosa, mostrando con aparente displicencia la hipocresía de una irremediable mediocridad mil veces contrastada. Manipuladora a costa de lo que sea menester, siempre tendenciosa, buscando un modo, al que no tiene acceso, de infligir un desprecio vil y traicionero. Dibujando, con trazo experto, el perfil de la zafiedad, remarcando la sombra de rencor, sobresaltando la condición de intolerancia. Un adorno mezquino y expresivo,  suficiente para retratar el lienzo sobre el que quiso brillar. Era, fue, la sonrisa de Artur Mas.

En la falta de respeto y el innegable insulto que suponen los silbidos al himno nacional, se dan cita  dos tipos de actores: los facinerosos que van al campo de fútbol a reafirmar su condición y los bellacos que, por platós, emisoras y periódicos, intentan justificar, lo que es una evidente vejación, con pueriles argumentos tan inconsistentes como infames. En España, tratar de hacer lo blanco negro es el deporte que más profesionales reúne. 

Soy cristiano, ni musulmán ni budista ni judío, pero no se me ocurre escupir a una mezquita, mofarme de una estatua de Buda, o quemar un Talmud. La ‘ikurriña’ es la bandera del País Vasco, tengo que decir que no me siento cómodo cuando la veo, me trae muy malos recuerdos: amenazas, sufrimiento, extorsión, sangre, dolor y muerte, pero sé que representa a todos los vascos: a los etarras miserables -que trataron de apropiársela- y a los que les apoyan, si, pero también a los que ni lo son ni les apoyan, también a los vascos que odian a ETA más que yo, también a los familiares de los que cayeron en las garras de los asesinos, por eso tengo que respetar, y respeto, la bandera que los representa a todos. La ‘senyera’ es símbolo de Cataluña. Que nefastos y tragicómicos personajes hayan querido hacer de ella la imagen de la intolerancia, el racismo, la xenofobia, el odio y la exclusión, no me puede hacer perder el respeto por algo que representa a todos los catalanes: a los fascistas, sí, y también a los que no lo son, y a los de cabal condición, y a los que ‘inventaron’, creen y practican el ‘seny’, y a tantos y tantos catalanes de mente y espíritu abierto y conciliador, creativos, emprendedores e inteligentes, ¡cómo, aunque algunos estén consiguiendo que el verla  no me resulte agradable, no voy a respetar la bandera de Cataluña!

Pues la bandera y el himno nacional representan a España, a todos los españoles y, entre ellos, a mí que soy español. Todos deben respeto a los símbolos nacionales, les gusten o no, porque hablamos de respeto no de sumisión, hablamos de educación, de civismo, no de incultura y violencia.

Hace años en los estadios de fútbol había vallas para impedir que los espectadores saltasen al campo, ¿recuerdan? Una legislación severa y la estricta aplicación de las sanciones pertinentes hicieron posible la retirada de las verjas y, a pesar de ello, hoy nadie invade el terreno de juego. Por otra parte, y en la misma onda, la comisión anti violencia y los mimos clubes han tomado cartas en el asunto de insultos y vejaciones racistas contra los jugadores: si agredes, también verbalmente, pagas, incluso te pueden expulsar como socio del equipo de tus amores, terminará por funcionar, seguro que sí. ¿Por qué entonces, y de una vez para siempre, no se toman medidas, drásticas, para acabar con el bochorno, la ofensa, el insulto y la agresión que supone pitar al himno de España?

Opciones hay unas pocas: empezando por aplicar la ley, que de hecho ya sanciona con penas de 6 a 8 meses las injurias a los símbolos nacionales, y continuando por actualizarla con sanciones contundentes y ejemplares: desde suspender el partido y no proclamar ningún campeón de Copa en la temporada, hasta expulsar al club responsable de la competición en la siguiente edición, pasando por el cierre de los estadios –durante algunos meses- de los equipos con aficiones  pendencieras y provocadoras. Mano dura, sin contemplaciones, contra la falta de respeto, el incivismo y la intolerancia.

Allí estaba ella, la sonrisa de Mas, una sonrisa falsaria, fea y cutre, explicativa por sí sola de la cortedad de miras del andamiaje que la sustenta, clarificadora del paupérrimo alcance personal de quien puso la cara tras ella, evidencia de descortesía, mala educación, animosidad… ¡pura bajeza y grosería!

PD 1: Soy azulgrana desde hace 46 años.

PD 2: No me gusta la monarquía, prefiero una república.   

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