La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

La niñera de Boris Johnson

Siempre queremos más. La codicia es una debilidad ancestral de la que nunca hemos querido curarnos

E primer ministro británico, Boris Johnson, ayer.

E primer ministro británico, Boris Johnson, ayer. / Andy Rain / efe

La primera autoridad de un país (con permiso de la Reina de Inglaterra) recurre a un donante de su partido para pagar a la niñera. Dice Downing Street que los tabloides británicos se dedican al "chismorreo". El titular de Exteriores participó en un programa de televisión y casi le tienen que pedir disculpas por preguntar. ¡Que no podía comentar cada pequeña historia de cotilleo que aparece en los periódicos!

Matar al mensajero... el problema no es el tema sino que se hable del tema. Tan indignante como cutre. Como el recurso fácil de la posverdad: todo lo que no interesa se despacha como un fake.

Pero también la moral tiene escalas de bajeza. Hace tiempo que Boris Johnson acapara el foco de los medios con el llamado Wallpapergate: miles de libras sufragadas por los exclusivos lords del Partido Conservador para "renovar" la residencia oficial en que habita uno de los políticos con más poder de Europa (antes y después del Brexit) junto a su actual pareja Carrie Symonds. Los gastos de la niñera de su nieto son una anécdota para un tipo que cobra 157.372 libras anuales pero que "necesita" -así se lo habría confesado a su entorno más íntimo- unas 300.000 para cubrir gastos. Ése sería el titular: ¡que no llega a fin de mes!

Tal vez sea un escándalo menor pero significativo. "Voraces fariseos, no poseen más moral que la de la codicia": la expresión con que el diccionario ilustra el uso de la palabra "codicia" apenas se diferencia del afán por poseer bienes y riquezas que delimita la "avaricia" como pecado capital. Y las dos se quedan grandes, casi épicas, para comportamientos de este tipo. Porque no hablamos de leyes, hablamos de mezquindad.

Ciertamente, todas las familias son felices, pero también ricas o pobres, a su manera. Johnson no puede vivir con 180.000 euros y hay quienes lo hacen (y con dignidad) con un cero menos. Nunca entendí por qué Urdangarín delinquió (para conseguir más) cuando lo tenía todo; nunca he terminado de saber en qué momento el rey Juan Carlos dilapidó el final de su reinado cuando solo debía dejarse llevar. Y no hace falta tener sangre azul (por herencia o parentesco) para caer en la trampa de la insaciabilidad. ¿Recuerdan el caso de las tarjetas black?

Siempre queremos más. Será otro efecto secundario del innato instinto del apego a la vida. Otra contraindicación para la que no hemos sabido encontrar vacuna. Me corrijo: una debilidad ancestral de la que nunca hemos querido curarnos.

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