Christina Rosenvinge. Cantante y compositora

"Me cansa esa idea del artista etéreo al que la creación le sale sin esfuerzo"

  • La madrileña publica 'Debut. Cuadernos y canciones', un libro en el que reúne sus letras, describe el contexto vital de cada disco y celebra el "largo idilio" que aún vive con la música

Christina Rosenvinge relata en un libro las "crisis de fe" y los "momentos de exaltación" de su carrera.

Christina Rosenvinge relata en un libro las "crisis de fe" y los "momentos de exaltación" de su carrera.

"La música existe porque llena el vacío del alma, porque posee el poder de la alquimia, de transformar las emociones destructivas en esperanza y vitalidad", defiende Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) en Debut. Cuadernos y canciones (Random House), un volumen en el que reúne sus letras y explica, en un puñado de relatos confesionales y reflexivos, las circunstancias vitales en que se gestó cada álbum. Una declaración de amor en la que su autora celebra el "largo idilio" que mantiene aún con su trabajo. Un prudente y lúcido ejercicio de memoria que evita caer en el ajuste de cuentas o en la tentación de las habladurías. Un manifiesto artístico que reivindica el tesón y el empeño para construir una carrera. Un puzle en el que se ofrecen las distintas caras de una intérprete y compositora que a lo largo de las décadas, como constata este libro, se ha interrogado y buscado más allá de los caminos predecibles, y hoy vive una espléndida madurez refrendada por reconocimientos como el Premio Nacional de Músicas Actuales o los Premios MIN de la música independiente.

–Cuando empezaba con Álex y Christina, usted comprendió que su carrera se le había "ido de las manos" y que no pertenecía "al mundo de la radiofórmula". Usted tuvo claro desde el principio donde no quería estar…

–Es que, aunque entonces yo tenía 21 años, había pasado ya por el underground, y en realidad quería volver al lugar del que venía. No fue tanto salir corriendo como regresar a mis orígenes. Sabía que había otra historia, y que el mundo de la radiofórmula no era mi hábitat natural.

–Cuenta un encuentro muy bonito con el músico Steve Jordan en que los dos se reconocen víctimas de los prejuicios de la industria musical, él por negro y usted por rubia. Usted ha tenido que rebelarse una y otra vez contra el papel que parecían asignarle.

–Aquel encuentro se produjo en Sevilla, durante la Expo, en un tiempo que era casi de realismo mágico porque podían pasar las cosas más extraordinarias. Esa noche Steve había tocado en un concierto que reunía a Keith Richards y Bob Dylan, y luego nos lo encontramos en un bar. Aquella vez hablamos de los prejuicios, de cómo afectan a tu trabajo, de la diferencia entre lo que eres y lo que te dejan ser. Él decía que los taxis no se paraban si él los pedía e hicimos la prueba. Él los llamó y pasaron varios de largo; en cuanto yo levanté el brazo se detuvo uno. Vivimos en un mundo dominado por los prejuicios racistas, sexistas o clasistas. Podemos ser ingenuos y pensar que eso no está ahí, pero no sería cierto.

"Si hubiese metido carnaza habría traicionado el sentido de este libro: hablar de mi primer amor, la música”

–"Parece que al mundillo no le hace gracia que la niña suene a rock", anota en un diario de 1995. Confiesa que la tibia acogida a Mi pequeño animal la llevó a la depresión y el desánimo…

–Tanto de Mi pequeño animal como de Cerrado no salieron buenas giras, y me quedé desubicada. Sentía que no encajaba en ningún mundo, ni en el mainstream ni en el rock alternativo. Hubo alguna crítica muy buena, pero las revistas especializadas no prestaron demasiada atención a los discos, y si los criticaban no lo hacían desde el respeto, sino desde esos prejuicios de los que hemos hablado. Tener que estar demostrando mi derecho a estar ahí con un disco y con el siguiente resultó agotador. En ese momento se abrió la puerta de poder marcharme a Nueva York. Fue una suerte porque seguramente no me habría atrevido si hubiese tenido algo aquí en España. Tenía una pequeña hucha, y decidí costearme, digamos, un viaje de estudios. Me marché pensando en quedarme unos meses, y al final estuve cuatro años.

–Su residencia en Nueva York debió de ser apasionante. Sin embargo, cuando deja la ciudad, se despide diciendo que no está "hecha para el combate"...

–Nueva York te seduce muchísimo cuando llegas, pero cuando te instalas es distinto. Cuando ves que para matricular a tu hijo en la escuela que está al lado de tu casa tienes que pasarte dos noches haciendo cola… Yo eso lo he visto. Es una sociedad muy competitiva y muy individualista, y si no estás entrenado en esa mentalidad, si además el inglés es tu segundo idioma y no tienes ahí a tu familia, tu anclaje, acabas perdiendo el interés. Era impensable quedarse ahí para siempre.

"Yo no destaco en nada. Bueno, sí: no se me agotan las ideas para las melodías, ahí tengo una sobredosis creativa"

–Uno de los muchos temas que asoma por el libro es esa "fascinación febril" que los artistas sienten por el submundo, por el lado salvaje. "Algunos vuelven vacunados, otros algo tocados, y otros ya no vuelven nunca", dice.

–Creo que hay algo de vampirismo en esa tendencia. Porque ahí, en ese submundo, están las buenas historias, hay contenido dramático. Y, no nos engañemos, en el mundo de la música pop, en la literatura, la mayoría de los creadores son de clase media, tienen una vida bastante cómoda… De todos modos, en el libro cuento algunas cosas, pero no quería que hubiese carnaza. Me parecería imperdonable, principalmente, porque llevaría este trabajo a otro sitio. De lo que quería hablar era de mi largo idilio con la música, que es el primer amor. Los otros amores entran y salen, pero ése permanece. Con todo lo que incluye un matrimonio: crisis de fe, momentos de exaltación y de pasión, transformación de esa pasión en algo más calmado...

Christina Rosenvinge. Christina Rosenvinge.

Christina Rosenvinge. / Paolo Aguilar / Efe

–En su carrera cinematográfica hizo dos papeles, los de "feminista furiosa" y "madre dulce y sabia". Dos conceptos diferentes con los que usted se reconoce. Algo que puede extrapolarse a la música: en su trayectoria conviven Christinas muy diferentes…

–Me hace gracia el hecho de que tanto Álvaro [Fernández Armero, que la dirigió en Todo es mentira] y Ray [Loriga, que lo hizo en La pistola de mi hermano], que me conocían bien, se inspiraran en mí para esos personajes y me vieran de maneras tan distintas. Pero no es algo particular de mí, todos somos complejos y mostramos diferentes caras dependiendo de con quién y dónde estemos. Con la pareja, en el trabajo, ante alguien a quien acabamos de conocer… en la vida vamos interpretando varios papeles dependiendo del momento.

–Argumenta que para sobresalir en el arte hay dos maneras: hacer lo mismo que el resto, pero mejor, o hacer algo singular que sólo pueda hacer uno. Usted cree que encaja en esta categoría.

–Yo no destaco en nada especialmente. Bueno, sí: no se me agotan las ideas en las melodías, ahí tengo una sobredosis de creatividad. Pero todo lo demás, la cuestión instrumental, las letras… lo he conseguido con disciplina y trabajo. Se trata de cultivar el criterio y currar muchísimo. Me gusta decirlo porque estoy en contra de esa idea del artista etéreo al que la creación le sale sin esfuerzo. La mayoría logramos más por el empeño que por la inspiración.

"Muchas creadoras desaparecen cuando son madres, con un conflicto de intereses entre su vocación y la familia"

–Le dedicó la canción La tejedora a Louise Bourgeois, alguien que puede verse como un referente de artista que crea ajena a la presión del mercado: hasta casi los 70 años no triunfó.

–Es una artista muy significativa porque es la primera que consigue una retrospectiva del MOMA, porque rompe el techo de cristal. Algo interesante en este sentido es que he analizado la vida de muchas creadoras, y en casi todas se produce una dinámica parecida: despuntan en su juventud; después, durante la maternidad, están ocultas, incubando, con un conflicto de lealtades entre la vocación o su familia, y, ya cuando sus hijos crecen, hacen el cuerpo de su obra más fantástico. Somos las mujeres las que siempre nos sacrificamos y renunciamos a nuestra carrera por los hijos.

–En Debut reflexiona sobre las tensiones entre el negocio y el arte, entre ser rentable y mantener la independencia…

–Yo conocí las vacas gordas y, por ejemplo, pude grabar un disco en una casona en Francia en lo que fueron también unas vacaciones maravillosas. Pero eso venía de la mano de contratos leoninos, con condiciones abusivas. Esa grabación se descontaba de los royalties, algo que no sé si es legal: no puedes pagar tú el master si no te lo quedas. La estructura de una compañía de discos no se diferencia mucho de una fábrica de textiles o de zapatos. En las discográficas, al menos cuando yo estaba en multinacionales, había una persona que se dedicaba a lo tuyo y se llamaba jefe de producto. A mí eso me indignaba mucho. ¡No me llames producto a la cara! [ríe].

"Yo viví las vacas gordas, pero venían de la mano de contratos leoninos con condiciones francamente abusivas"

–Usted ha cantado tanto en inglés en español, y no está de acuerdo con esa creencia de que el primer idioma sea más musical.

–Es paradójico, porque hay quien canta en inglés para llegar a más público, pero la verdad es que en la práctica no sale del circuito español. Y resulta muy artificial cantar en un idioma que no es el tuyo. Yo lo hice en mis años de Estados Unidos, aunque entonces, creo, tenía su sentido: hablaba en inglés con mi banda y así me entendía también el público que iba entonces a mis conciertos. La diferencia grande entre cantar en un idioma u otro no es de sonoridad, más bien de concisión de las palabras. Es más fácil escribir en inglés porque hay más monosílabos, simplemente.

–A usted le cuesta hacer canciones políticas, argumenta que es imposible hacer una composición hermosa con conceptos tan feos como la brecha salarial.

–La música es sobre todo un lenguaje emocional, y la política no es una cuestión emocional, es ideológica. He hecho alguna canción política, pero recurriendo a la metáfora, al truco. En El pretendiente lo que parecía una canción de amor trataba de otra historia. Ese amor no correspondido entre un navegante y una reina aludía en realidad a alguien que cruzaba el Estrecho y quería llegar a Europa. Desde un punto de vista estético, hablar de política en la música es dificilísimo. Hay quien hace buenas canciones con eso, pero en todo caso debo confesar que no están en mi ADN, que no son mis favoritas.

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