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Cuarteto Quiroga, (r)evolucionario

  • A la Segunda Escuela de Viena "y a su vanguardia basada en la tradición" dedica su nuevo cedé en el sello holandés Cobra un conjunto aupado a lo más alto de la música de cámara española.

(R)evolutions. Cuarteto Quiroga. Obras de Schoenberg, Berg, Webern y Bach. Cobra.

Aunque concebido en 2002, el Cuarteto Quiroga, que rinde con su nombre un homenaje al gran violinista gallego Manuel Quiroga, se puso en marcha de forma efectiva algo después, cuando sus cuatro miembros (Aitor Hevia, violín I; Cibrán Sierra violín II; Josep Puchades, viola y Helena Poggio, violonchelo) coincidieron en la Escuela Reina Sofía de Madrid. Convertido en una de las grandes realidades del camerismo español, el grupo acaba de presentar su segundo cedé en el sello holandés Cobra, (R)evolutions, un trabajo dedicado a la Segunda Escuela de Viena, que, para Cibrán Sierra, portavoz del cuarteto para esta entrevista, es una forma de "mostrar a la gente que esta música no es tan temible como se ha instalado en el imaginario colectivo. Es una música que bebe y emana de la tradición, de la voluntad de fidelidad y lealtad a los principios de la línea que va de Bach a Brahms. Sobre ella, Schoenberg y sus discípulos construyeron un universo nuevo, pero al que la gente no debe tenerle miedo, porque convive diariamente con él, a lo mejor sin darse cuenta, pero está en la música de cine o en ciertos tipos de jazz".

-Por eso el coral bachiano como cierre sorpresa del CD.

-Sí. Es poner de alguna manera al final el principio de las cosas. Webern lo analizó muy bien en El camino hacia la Nueva Música, donde explica con palabras lo que nosotros queremos contar con este disco. Ellos, los compositores de la Segunda Escuela de Viena, no fueron unos dadaístas o unos iconoclastas, sino que siguieron el camino marcado ya por Bach. En Bach se encuentra todo, dice Webern. Bach llevó los modos mayor y menor a su gran apoteosis; en Bach está ya escrita la sentencia de muerte de la tonalidad, porque hay corales que son extraordinarios ejercicios de cromatismo. Pretendíamos mostrar que todo está unido, que no hay una verdadera vanguardia que no esté basada en la tradición, en la memoria y la conciencia del patrimonio propio.

-Su primer trabajo discográfico, Statements, incluía también música de Webern, ¿podríamos hablar de una integral en marcha?

-Nunca se sabe. No lo descartamos, pero no queremos hacer ningún tipo de plan. Con Webern nos sentimos muy ligados, por muchos motivos. Primero porque creemos que es una música extraordinaria desde cualquier tipo de perspectiva, la del intérprete, la del oyente o la del analista experto. Aunque los promotores le tienen un miedo tremendo, siempre que lo programamos es lo que más gusta del concierto. Es una música cargada de tanta humanidad, tanta profundidad pero empaquetada con una sencillez tan humilde que resulta emocionante; a la gente le sorprende, gente de cualquier país y edad, incluso a los niños. Y esto es al mismo tiempo una metáfora del tipo de trabajo que se necesita hacer con la música de cámara, que es una música que carga con la injusta etiqueta de complicada, elitista y solo para entendidos, cuando en realidad no es así; cualquier persona que conozca el mundo centroeuropeo sabe que es a través de la música de cámara que se ha creado su tradición, la verdadera cultura de melomanía en esos países. La cámara permite un acercamiento al fenómeno musical tan directo, tan íntimo y tan sencillo que además favorece que el oyente disfrute luego de otros géneros en una dimensión más profunda.

-¿Cuáles han sido sus maestros como grupo?

-Nuestra genealogía musical pasa por Walter Levin del Cuarteto Lasalle, Hatto Beyerle del Alban Berg y Rainer Schmidt del Hagen. Son nuestros tres referentes. Levin nos enseñó a leer una partitura, a respetar al máximo la escritura musical de un compositor, a intentar hacer un ejercicio de acercamiento lo más intenso posible desde el punto de vista de la objetividad; Schmidt nos enseñó a escuchar de verdad, pues sin la escucha no es posible la música de cámara, una escucha que tiene que ser de ti mismo y del otro, pero también de lo que hay detrás de una escritura musical concreta, por qué el compositor escribió esto y no otra cosa, es un ejercicio de humildad, que tiene que llevar a ponerte por detrás de la partitura y de tus compañeros, y hacer de la diferencia entre los cuatro un motor de encuentro y no de conflicto; Beyerle nos enseñó a hablar: la música es un discurso sonoro, funciona como un lenguaje, tiene sus reglas sintácticas, su retórica, si no entiendes la música como un lenguaje, como un ejercicio de comunicación en el que hay afirmaciones, preguntas, dudas, si no comprendes esas estructuras lingüísticas es muy difícil construir un discurso que funcione de cara al público. Leer, escuchar, hablar son los tres pilares de nuestra formación y nos sentimos muy afortunados de haber tenido maestros tan extraordinarios con los que estaremos siempre en deuda.

-¿Qué esfuerzo exige llegar a conseguir el prestigio que se ha ganado el Quiroga?

-Rainer Schmidt nos decía: "Hacer un cuarteto es muy fácil. Lo difícil es mantenerlo". Y tenía razón, claro. Un cuarteto es una de las formaciones más extraordinarias y fascinantes que existe, porque su belleza está ligada y es directamente proporcional a su fragilidad. Requiere una inversión de tiempo, esfuerzo y dedicación que no requiere ninguna otra formación. Es tremendamente frágil, por ser cuatro personas las que lo componen, pero ninguna con un papel preponderante, también por la complejidad del repertorio. Exige escucha, responsabilidad colectiva e individual a un nivel muy profundo. Nuestra experiencia fue fascinante pero muy dura, de gran sacrificio personal. Nosotros teníamos ya trabajo, pero lo dejamos todo y nos vinimos a Madrid a estudiar, solo a estudiar, con lo que eso supone de inversión en tiempo, dinero y riesgo, porque nunca sabes cómo va a salir. Tardamos años en darnos cuenta de que a lo mejor podíamos tomarnos los domingos libres y no pasaba nada.

-El Quiroga es cuarteto residente de la Fundación Museo Cerralbo de Madrid, ¿qué supone eso para ustedes?

-Tenemos espacio para trabajar diariamente en el museo y al mismo tiempo ofrecemos conciertos y actividades didácticas… Esta es una simbiosis que existe en muchos países, anglosajones sobre todo. Es importante que haya personas con sensibilidad para entender que esas sinergias no generan gasto y son positivas y dinámicas. Ejercemos de embajadores del Museo Cerralbo, una pequeña joya oculta de Madrid, allá donde vamos; es un flujo de intercambio que resulta tremendamente positivo, constructivo y ojalá fuera fomentado de manera más habitual por todas nuestras instituciones culturales.

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