Monkey Week

El aluvión de agua pasó a serlo de música

  • La pertinaz lluvia que recibió a la jornada del viernes del Monkey Week dio paso a una maravillosa noche llena de música que los espectadores vivieron intensamente.

Diversión y sorpresa, ingredientes del Monkey Week

Diversión y sorpresa, ingredientes del Monkey Week / Juan Carlos Muñoz

Las malas lenguas decían que la berza que el sello discográfico Los Desheredados estaba compartiendo en la pista de coches locos con los que escuchaban a las bandas de su escudería estaba muy aguada, aunque eso no pudiese achacarse a la intensa lluvia que recibió el viernes a los conciertos del Monkey Week. A medida que pasaban las horas el tiempo mejoró y a media tarde la organización del festival lanzó un comunicado lleno de júbilo que comenzaba con la frase de “la lluvia dijo adiós y el único aluvión que nos queda ya es ¡de música!”. Para entonces ya estaban en marcha los conciertos en las salas Ítaca y Monasterio, de la calle Amor de Dios y en el Fun Club, en una Alameda que comenzaba a llenarse de gente también por su parte norte al ponerse en marcha el gigantesco escenario del que los conciertos vespertinos se habían tenido que pasar al Vinilo Rock Bar. Mientras tanto, en el Espacio Santa Clara se había podido rescatar el Escenario Fundación SGAE situándolo sobre el inundado foso de la Torre de Don Fadrique, tal como estuvo el pasado año, en lugar de en su interior y en él fue donde el austriaco Bernhard Eder dio un concierto que giró de grisáceo a brillante con el cambio de instrumento de Petra Staduan, dejando aparcado el vetusto órgano que manejaba para pasar al bajo; fue ese el momento en el que los sonidos del trío cambiaron de un dream pop melancólicamente infeccioso a un rock de guitarra distorsionada en el que Bernhard nos dejó fastuosos ramalazos del Neil Young de Ragged Glory.

Los chilenos The Zephyr Bones abarrotaron el Fun Club con un concierto también de partes diferenciadas; si en el inicio su sonido fresco y bailable nos recordaba a unos Doobie Brothers llenos de funk, luego fueron añadiendo a sus melodías efectos de guitarra y sintetizador para convertirlas en piezas de surf pop y terminaron abruptamente por pasarse del tiempo permitido cuando se estaban luciendo con un instrumental que parecía conducido por un Hank Marvin psicodélico. Nada que ver con lo que minutos después hizo en la pista de al lado el sueco Tentakel, que con una atronadora batería, un arsenal de gadgets electrónicos pregrabados y una incesante máquina de humo que se cargó gran parte de la capa de ozono durante su concierto, nos mantuvo en tensión durante un tiempo que se nos hizo muy corto con su híbrido de krautrock y stoner.

Un lúgubre ramo de rosas presidía el escenario del Fun Club cuando apareció en él Maria Guadaña respaldada por sus Afiladores para abrirnos las puertas del inframundo y que comprobásemos de primera mano que el infierno será un lugar divertido, lleno de sensualidad, inteligencia y excelente música de rock. Un concierto suyo hace muchísimo más que cualquier campaña publicitaria por concienciarnos contra el machismo tóxico. El Teatro Alameda se abrió para acoger a la multitud que esperaba asistir al concierto de Los Punsetes, que se mostraron como instrumentistas punkies y desvergonzados en contraposición al hieratismo de Ariadna, plantada en el centro del escenario ataviada como una diabólica Dama de Elche, para tras un único gesto apartándose de la cara el velo negro, comenzar a desgranar, sin más movimientos ni palabras durante más de una hora, Tu opinión de mierda, Tu puto grupo, Que le den por culo a tus amigos, canciones deslenguadas que todavía chocaban más por la forma en que ella las interpretaba, mientras el público liberaba endorfinas a base de saltos e incluso de intentos de invasión del escenario. Allí mismo estaba después Le Parody, sola, tras la mesa de consolas, dejándose ver solo mientras bailaba con los sonidos electrónicos que traía pregrabados, que perjudicados por la escasa brillantez del sonido, no resultaban nada magnéticos y abandonamos a la granadina antes del final para comenzar el trasnoche en las salas de la calle José Díaz, previo paso fugaz por el escenario de la Alameda para comprobar cómo Los Saxos del Averno soplaban sus metales en loor de multitud.

Es un tópico mencionar a Amy Winehouse cuando se habla de un concierto de María Yfeu, pero es lo primero que se te viene a la mente en cuanto empiezas a escucharla. Su concierto fue una delicia absoluta que por fin desclavó la espina que tenía esta sevillana afincada en Madrid de poder cantar en su ciudad, logrando el hito de mantener totalmente en silencio a la sala X a pesar de la suavidad de sus canciones de dulce soul y jazz standard, que se remontaban en altos vuelos cada vez que Lucas de Mulder se enredaba en uno de sus geniales solos de guitarra. Zulu Zulu en la sala Even nos hizo bailar con su música transcultural, cubiertos por colores tribales y unas máscaras que parecían ocultar a Carlos Santana y Johnny Clegg en lugar de a unos animosos músicos mallorquines que nos mantuvieron atados a sus ritmos a pesar de que en la sala X comenzaban ya sus paisanos Go Cactus ante una masa informe de espectadores que se empujaban en un moshing infernal, a los que nos unimos para sudar con el impetuoso punk garagero que terminó con la interpretación de Just for tonight mientras el escenario era invadido por toda la gente que su limitado espacio fue capaz de soportar.

El broche de oro a la jornada lo puso Bronquio y solamente nuestra acreditación profesional nos permitió disfrutar de su potente house trapero y punky porque en la puerta de la abarrotada sala se quedó frustrada más gente incluso de la que había dentro. Pero esos cientos de afortunados recordarán su inmensa suerte durante mucho tiempo.

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