Cuando, tras protagonizar la célebre película Round Midnight (1986) –Alrededor de la medianoche en España– de Bertrand Tavernier, Dexter Gordon (1923-90) recibía atenciones dignas de las estrellas del celuloide, el saxofonista solía comentar a su esposa y agente, Maxine Gordon: "No te acostumbres. Sigo siendo un simple tenor". Y es que esa había sido siempre la pretensión de esta gigante –también en altura física: medía casi dos metros– del saxofón, nacido en Los Ángeles, hijo del segundo médico negro que ejerció en esa ciudad y que pronto descubrió la llamada de la música para convertirse en uno de los saxos tenores más poderosos de la cronología jazzística.Publicado en 2018 con el título de Sophisticated Giant – título también de un álbum propio de 1977 –, Dexter Gordon (Turner Noema; 2022) constituye una certera semblanza, escrita por su viuda y representante desde el cariño y la cercanía pero dotada además de la necesaria dosis de pesquisa. No, no busquen aquí un examen pormenorizado de su discografía ni un estudio analítico de su sonido: disfruten más bien con un relato vital iniciado con un periodo de aprendizaje junto a Melba Liston o Lionel Hampton, la llegada a la efervescente y neoyorquina calle 52 en pleno surgimiento del bebop o su inclusión en las orquestas de Louis Armstrong y Billy Eckstine. El periodo comprendido entre 1948 y 1960 quedó asociado a una época oscura, marcada por drogas y cárcel, pero no exenta de intervalos de brillantez como sus trepidantes duetos con Wardell Gray. Más tarde llegarían productivos contratos con sellos como Blue Note (imprescindible), Prestige, SteepleChase o Columbia, un voluntario exilio de catorce años en Copenhague y París, mientras era poco menos que ignorado en su país natal, y, finalmente, el tardío baño de popularidad con Round Midnight, gracias a la cual llegó a estar nominado para el Oscar.
Maxine Gordon –quien antes fue pareja del trompetista Woody Shaw– se sustenta tanto en documentación como en declaraciones de músicos o recuerdos personales, especialmente desde que conoció a Gordon en 1975, respaldada por un archivo epistolar que verifica la médula de la historia, además de un jugoso anecdotario. Y no, no piensen en la tópica vida del torturado músico de jazz: más allá de aquella puntual fase crítica de los cincuenta, la vida de Gordon parece que fue tan satisfactoria para él como para todos aquellos que aprendimos a amar un poco más el jazz gracias a su fabulosa música.
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