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La ficha policial con más 'glamour'

EL 21 de marzo de 1976, en el máximo apogeo de su reinado, David Bowie era detenido después de un concierto junto a su amigo Iggy Pop y otras dos personas en un hotel de Rochester, Nueva York, por posesión de marihuana. Fue llevado a la penitenciaría del condado de Monroe, y unas horas después puesto libertad sin cargos, pero la fotografía, tomada cuatro días más tarde, cuando se presentó a declarar ante el tribunal municipal, es probablemente la ficha policial con más glamour que se haya tomado jamás. Ni en circunstancias adversas perdía su presencia y su prestancia.

Por supuesto no era algo casual. Bowie dominaba como nadie el poder impactante de la imagen, los recursos del pop y de la moda. Como dijo su amigo Mick Jagger, "nunca estrenes zapatos si Bowie anda cerca". A esos recursos les sacó todo el provecho después de reinventarlos, porque él no seguía ninguna moda. Él las inventaba y durante muchos años fue indiscutible que poseía la mejor brújula para detectar las tendencias que vendrían. No siempre fue así. Prácticamente coetáneo de Beatles y Stones, se pasó los sesenta tratando de buscar su lugar, haciéndose mod, folkie, hippy o underground. Hasta que David Robert Jones se convirtió en David Bowie y cambió el modelo imperante en los sesenta. Si Dylan glosaba la vida de sus personajes como un narrador omnisciente, ahora Bowie se metía en su piel y los interpretaba. Así creó un movimiento colorista, el glam, con el que no sólo se entronizó como icono de la modernidad. También introdujo en el conservador y machista mundo del rock la diversidad sexual. Podía aparecer con aspecto andrógino y ambiguo, vestido como una lánguida chica de lacios cabellos o como un elegante varón impecablemente trajeado, como en la foto de Rochester; podía simular en escena una felación a su guitarrista Mick Ronson o compartir sus conquistas de cualquier género con su esposa de entonces, la Angie a la que cantaron los Stones. Porque Bowie fue capaz de ser homosexual y heterosexual al mismo tiempo. Era pansexual, bisexual, trisexual, estéreosexual, omnisexual, sexual, bello y exótico. Y los mismos puentes que tendía entre las tendencias sexuales los tendía en otros ámbitos: entre el mundo del underground, donde era respetado, y del show bizz de las grandes estrellas, donde también lo fue todo. Fue al mismo tiempo el perfecto británico y un ejemplo de neoyorquino. ¿Pruebas? Número 1: Tomó bajo su influencia a unos Stooges -el grupo más rudo y salvaje de Detroit- que estaban prácticamente desahuciados por las drogas y el desinterés de su compañía y los revitalizó, rescatando para la historia la figura de Iggy Pop. Número 2: Cuando llegó el punk, que pretendía romper con todo, y con la ayuda de Robert Fripp, un hippy icónico del rock progresivo que odiaban los punkies, creó un himno donde daba su visión romántica del movimiento, Heroes, que acabó siendo su mejor canción. Así se ganó su fama de camaleón. Y con ella supo mantenerse durante los ochenta porque en los tiempos de modernidad no había quien le batiese.

Otra cosa fue con la irrupción del grunge, con el que se revirtieron los valores del rock. El de la autenticidad se impuso al del artificio y, sin él, Bowie quedaba al descubierto. Mientras los grupos de Seattle reivindicaban a los Stooges, Bowie pretendía integrarse en un grupo de rock machacón, Tin Machine, como uno más. No fue creíble pero mantuvo su estela. Con la llegada del nuevo siglo, y sus primeros problemas de corazón, se retiró con discreción. Para entonces ya era confortablemente ignorado por los medios en su Inglaterra natal. E incluso humillado, pues algunos se referían frecuentemente a él como The Dame, tratándolo como a una vieja estrella excéntrica empeñada en ignorar su fecha de caducidad, al modo de El Crepúsculo de los Dioses.

Se mantuvo diez años desaparecido de la vida pública. Probablemente también porque perdió genuinamente el interés en la música en general, y en particular por la que él hacía. No se le puede reprochar. Muchos también la perdieron. Cuando volvió en 2013 lo hizo con cautela, dejando las labores de promoción a sus segundos y sin que hubiera filtraciones. En la era de la inmediatez, de la saturación informativa difundida a velocidad supersónica, Bowie permanecía trabajando en la sombra, como un ermitaño, sin que el mundo se enterara. Esa vuelta y su último disco, el que publicó el pasado viernes, coincidiendo con su 69 cumpleaños, eran su canto del cisne y lo sabía. A la poética de los números se unía una dulce venganza hacia aquellos que hicieron escarnio, la de irse sin hacer ruido, con la elegancia que mostraba en su ficha policial.

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