Medio Ambiente

Inquietudes tras Durban

José Damián Ruiz Sinoga

Profesor de la Universidad de Málaga

Una vez más, y así sucede desde la Cumbre de Río, todas las esperanzas que estaban puestas en Durban, han obtenido la frustración como resultado. Sobre todo porque es bastante difícil entender que ministros de Medio Ambiente puedan llegar a consensuar un compromiso que convulsione el actual sistema energético y de transporte, en pro del abandono de los combustibles fósiles con la consiguiente reducción de las emisiones a la   atmósfera, y aún en ese supuesto, que puedan llegar a cumplirlo. Un dato: si en Kioto -1997- los países desarrollados se comprometieron a reducir un 5% sus emisiones para el periodo 2008-2012 respecto a 1990, la realidad ha sido que han aumentado un 49%.

Dentro del marco de la crisis económica que desde hace tres años afecta a gran parte de la economía mundial, poniendo en evidencia a un modelo económico, la celebración de la Cumbre del Clima (Durban) a finales de 2011, pudo haber sido un magnífico punto de inflexión sobre el que cuestionar un extraordinariamente complejo modelo desarrollista, basado en la degradación de los recursos naturales. Sin embargo, no ha sido sino otra oportunidad perdida. Una más.

Las principales cuestiones a debate no eran baladíes, puesto que, de un lado, se trataba de definir el futuro del Protocolo de Kioto, dado que finaliza en el presente año, y de otro, la capacidad para establecer mecanismos en la reducción de emisiones, y puesta en marcha del Fondo Verde para el Clima, aprobado en la anterior cumbre de Cancún, con el objetivo teórico de apoyar a los países pobres en la mitigación y la adaptación al cambio climático.

La segunda fase del Protocolo de Kioto se ha pospuesto al 2020, sin medida alguna que conlleve la reducción de emisiones, es decir, si ya la aplicación de las bases de Kioto apenas evitaba 0,1º C, la situación actual ha empeorado. Y el Fondo Verde para el Clima, se ha convertido en un fondo empresarial, al ser éstas las que le aporten capital, que será gestionado por el Banco Mundial. Así pues, asistimos a una mercantilización del clima y la contaminación ambiental. Esto se corrobora con el hecho de la captura y almacenamiento de CO2 avalada por la ONU como estrategia de Desarrollo Limpio, que convertirá a buen seguro, a los países subdesarrollados en cementerios de CO2. Es de temer que toda una línea de investigacion basada en miles de estudios científicos, de análisis de la capacidad de captura, o de secuestro de CO2 por parte de los suelos derivados de su biomasa, peligre ante la solución fácil.

Todo un éxito: frente a la opción emanada de un compromiso internacional de puesta en práctica de estrategias forestales o de incremento de biomasa como mecanismo de captura de CO2, -la denominada opción verde-, la cumbre del clima avala enterrar el CO2 generado por los países ricos, en los países pobres. Una vez más, frente a las necesidades, frente a los intereses colectivos de la población y geoambientales, prevalecen los grandes intereses, especialmente privados, de multinacionales, organismos internacionales y élites financieras.

Y la cuestión es que estaba en juego no sólo el futuro sino también el presente. La patología del cambio climático es identificable tanto desde el punto de vista geoambiental, -el deshielo de los glaciares aumenta el nivel del mar, la liberación de millones de toneladas de metano del Ártico, un gas 20 veces más potente que el CO2 desde el punto de vista del calentamiento atmosférico, la reducción de la superficie de permafrost, el incremento de los procesos de desertificación, o la sucesión de anomalías pluviométricas-, como demográfico, mediante un incremento de las procesos migratorios. Ya hace cerca de ocho años pudimos participar en un congreso auspiciado por la ONU cuyo tema era inquietante: Migraciones y desertificación.

Todas las pruebas científicas indican que las emisiones globales deben tocar techo, a más tardar, en 2020. Y con este panorama, Durban propone la inacción durante casi una década. Si la consecuencia geoambiental de la expansión de las políticas desarrollistas, ha sido el calentamiento global, ante la crisis actual de gran parte de los mercados, pocos compromisos voluntaristas cabe esperar de sus principales actores. Las consecuencias no se harán esperar mucho tiempo, pudiendo consolidarse los peores escenarios previstos, con un incremento térmico global que podría superar los 4º C para finales de siglo, cuyos impactos ambientales y economicos, -según tanto el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) como el Informe Stern-, llegarían a ser incontrolables, como la subida de varios metros del nivel del mar, o el empobrecimiento de grandes áreas umbral.

La situación pos-Durban será tremendamente complicada. Habiendo fracasado la aplicación de recortes a los grandes países emisores, una extraordinaria bolsa de pobreza compuesta por millones de habitantes que reclaman su derecho al desarrollo, pueden ver en la opción de Desarrollo Limpio un magnífico escenario a corto plazo que resuelva sus déficits económicos. La peor noticia para el planeta. Especialmente, porque ya se ha convertido en una cuestión de credibilidad internacional. Habían de recortarse las emisiones por habitante entre siete y ocho veces, simplemente si se quería impedir un calentamiento superior a dos grados, pero el poso de Durban pone en tela de juicio que el mundo quiera realmente limitar tales emisiones.

En un mundo manejado por una política liderada por los mercados, con unos convenios internacionales cada vez más ininteligibles, y en el marco de una sobrecogedora crisis económica, cuyos efectos inmediatos se están plasmando ya en importantes bolsas de desempleo, la preocupación por el calentamiento global, incluso de la propia opinión pública, parece hoy algo más que un sueño, y sin embargo, puede convertirse en una pesadilla.

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