Medio Ambiente

El bosque: un ecosistema con muchos depredadores

José Ignacio Jiménez Blanco

Catedrático de Historia e Instituciones Económicas Universidad Complutense de Madrid

El bosque ha sido siempre un ecosistema vital para todas las sociedades, porque proporciona bienes y servicios ambientales básicos. No obstante, las fuerzas impulsoras de su destrucción, en su mayoría humanas, fueron siempre más poderosas que las con-servacionistas. Consecuencia de ello ha sido la continua deforestación habida a lo largo de la historia de la humanidad, acelerada tras la revolución industrial, y que ha avanzado a una velocidad exponencial en las últimas décadas.

Durante el quinquenio 2000-2005 (ver cuadro adjunto), la superficie forestal del mundo se redujo a una media anual de 7,3 millones de hectáreas –el 84 por ciento de la superficie andaluza–. El ritmo es ligeramente inferior al de la década previa, pero en términos absolutos resulta insostenible.

El problema radica sobre todo en América Latina y África, concretamente en los bosques tropicales de las cuencas del Amazonas y del Congo, y también –aunque esto quede velado– en algunos países del Sudeste asiático, como Indonesia, Myanmar y Camboya. En Norteamérica, donde se había conseguido frenar la deforestación causada directamente por el hombre, la destrucción se ha reactivado debido a incendios y plagas provocados ahora por el cambio climático.

Mas el cambio climático es también consecuencia, en parte, de las vicisitudes de los bosques. La tala de estos depósitos de carbono para dedicar el terreno a pastos o al cultivo –la palma y la soja son dos de los más habituales– tiene un doble efecto negativo. Por una parte, ese espacio deja de absorber carbono; por otra, el carbono que estaba allí depositado en forma de biomasa volverá a la atmósfera antes o después, contribuyendo en ambos casos al calentamiento del planeta.

Las emisiones anuales de CO2 generadas por la deforestación se estiman en 5.800 millones de toneladas, una cifra cercana a las emisiones conjuntas de China y Estados Unidos, los mayores contaminantes de gases de efecto invernadero. Por ello, la reunión sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en diciembre de 2009 acordó crear un fondo, dotado inicialmente con 30.000 millones de dólares, ampliable hasta 100.000 en la próxima década, para compensar a los países en vías de desarrollo que conserven sus espacios forestales. Falta concretar cómo se gestionará dicho fondo.

El cuadro enseña también que hay zonas donde, aun con timidez, la superficie forestal se está recuperando. La explicación es que el desarrollo económico genera sociedades preferentemente urbanas, más ricas y donde predominan los servicios. Ello hace que disminuyan las necesidades de suelo agrícola y ganadero en su propio territorio y la demanda de leña y madera para combustión, en suma, que se reduzca la presión sobre el bosque. Además, al mismo tiempo que se toma conciencia del deterioro habido en el pasado y la necesidad de corregirlo, se dedican recursos a desarrollar tecnologías que no requieren materias primas forestales, y se crean instituciones capaces de aplicar políticas dirigidas a la preservación y repoblación de los espacios forestales.

Con todo, hasta ahora, el hombre ha demostrado mayor capacidad para destruir bosques que para crearlos. La FAO prevé que esta tendencia continuará en los próximos años. Las causas son varias. Primero, la población seguirá creciendo a un ritmo elevado en los países subdesarrollados y emergentes, lo que acrecentará la demanda de combustibles y alimentos. Segundo, también aumentará la demanda mundial de madera para otros usos en los países desarrollados y emergentes, que procederá en parte de bosques naturales. Tercero es posible que, a corto plazo, el efecto neto de la actual crisis económica redunde en un incremento de la presión sobre el bosque. En fin, se estima que, como máximo en una década, esté disponible la tecnología que permitirá utilizar los combustibles celulósicos en los automóviles.

Todo un reto ante el que conviene ser precavidos. El resultado, ciertamente, dependerá de las tecnologías y de los precios relativos de las fuentes energéticas disponibles en ese momento. Pero si las circunstancias fueran favorables al uso de los combustibles celulósicos y la demanda creciese mucho, sería muy difícil abastecerla sólo con la producción de los bosques plantados. De ser así, la situación se tornaría harto peligrosa, pues la historia nos enseña que el hombre ha utilizado siempre –y el capitalismo además lo estimula– los recursos naturales como si fueran inagotables. Esto, aparte de no ser cierto, podría ser la puntilla para los bosques primitivos que quedan en el planeta. La solución es actuar ya para evitarlo, pues nos jugamos mucho. Como dice Saramago, ni los árboles pueden vivir sin tierra, ni la tierra puede vivir sin árboles. Y tampoco los hombres.

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