MONKEY WEEK | CRÍTICA

Faltan 362 días para el Monkey Week

  • El singular festival que es el Monkey Week se cierra brillantemente en la noche del sábado, dejando atrás mucho amor y muchas ganas de que llegue su siguiente edición.

Dos minutos antes de las cuatro de la madrugada del domingo terminaba el último concierto del Monkey Week 2018. Y lo hacía a lo bestia, tal como había transcurrido durante los últimos tres días. La lluvia, además, cerraba el círculo de manera apropiada: el Monkey empezó lloviendo y terminó también así; en la calle era crudo otoño, pero en el interior de la Sala X, entre canción y canción de Mujeres, el trío barcelonés que ocupaba el escenario, de la audiencia que abarrotaba el local solo salía un grito unánime: ¡Subid el aireeeee!, porque la temperatura era la habitual de un 24 de julio en lugar de noviembre. Mujeres es un grupo de rock and roll garagero, al que incluso puede llamársele punk, pero la reacción del público hacia su música vieja con zapatos nuevos, como ellos mismos la definen, fue la que tiene normalmente ante el trash metal: pogo generalizado, moshing y circle pits que parecían imposible de organizar por la falta de espacio material, pero que aun así conseguían formarse aunque el resto del personal quedase empotrado contra las paredes y la barra. Este es un festival singular y en este año todo en él ha sido desmesurado; así tenía que ser también la diversión y alegría con las que terminase. Y antes de salir por la puerta de la sala ya lo echábamos de menos.

El sábado fue una jornada que sirvió para hacer crecer la fama y el prestigio de varias de las bandas que actuaron en los escenarios de la Alameda y de los locales que acogen el festival; así ocurrió con Los Jaguares de la Bahía ante el inmenso gentío rendido al delirante Paco Loco, que se hacía absolutamente merecedor de su apelativo; también con Derby Motoreta's  Burrito Cachimba y su singular propuesta de rock psicodélico con aires trianeros, presentada con envoltura cani polinganera; con The Limboos y sus hipnóticos ritmos tropicales, y con Bronquio, que reivindicó la rave y el breakbeat en un concierto en la pista de coches locos que fue de menos a más y terminó entre gritos. Pero también fue un día para descubrir a bandas a las que habrá que seguir en el futuro. Este fue el caso de los eslovenos Haiku Garden, con los que encontramos el shoegaze digno de Kevin Shields que habíamos buscado en vano un rato antes con las chicas jiennenses de Uniforms, que abrieron la jornada en el Fun Club. En la sala Ítaca muy pocos afortunados tuvieron la oportunidad de ser azotados por los latigazos de electricidad de Sun Orphans, una banda de jovencísimos cordobeses, que se unieron mientras estaban de Erasmus en Alemania (de ahí el nombre) para dar salida a las letras de realismo sucio que reflejan el universo de Pedro Pablo Castro, un chaval que nos recordó muchísimo al Kurt Cobain que dejaba atrás su adolescencia. El gran descubrimiento de la noche fue el de los portugueses Papercutz, un dúo formado por un músico electrónico y una sensual cantante que aportaba el componente orgánico del maravilloso pop atmosférico con el que nos envolvieron, consistente en una mezcla de minimalismo de escuela neoyorkina, folk portugués y cultura oriental, tan ecléctica como coherente. Compensaron con creces el paso atrás que fueron los austriacos Tents, una reproducción aburrida de Joy Division.

El tramo final de la noche, en las salas de la calle José Díaz, fue en continuo ascenso, aunque ya partió de una base alta con el musculoso indie pop de Tigres Leones. Luego Yawners, Sierra y Aliment continuaron pisando el acelerador hasta llegar a la apoteosis con Mujeres. El Monkey se acabó, dejando mucho amor detrás.

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