blas fernández

Periodista y crítico musical

¿Qué menos que más Monkey?

Hoy, los aficionados volveremos a echarnos a las calles para disfrutar de la música en vivo

Actuación en uno de los escenarios gratuitos del Monkey Week.

Actuación en uno de los escenarios gratuitos del Monkey Week. / Juan Carlos Muñoz

Acomienzos de julio de 2009, el músico Enrique Bunbury y el promotor César Guisado presentaron en el Teatro Central de Sevilla la primera edición de Monkey Week, ese híbrido entre festival musical y feria profesional que con el paso de los años convertiría a El Puerto de Santa María en ineludible punto de encuentro para la industria del ramo en el ámbito independiente.

Ninguno de los presentes en aquel acto, ni tampoco los artífices del invento -además de los citados, los también músicos Paco Loco y Gary Louris (The Jayhawks) y los socios de César en la productora La Mota, su hermano Jesús y Tali Carreto-, sospechamos entonces que tras siete ediciones en la localidad gaditana, que había reencontrado su lugar en el mapa sonoro nacional gracias a él, el Monkey, a la búsqueda de mayor proyección, mejores infraestructuras y más financiación, anunciaría su traslado a Sevilla.

En El Puerto la noticia cayó mal, claro, aunque la sensación de traición -a Carreto y los Guisado los miraban mal por las calles- se atemperó luego con el nacimiento de un hermano pequeño, Monkey Weekend. Mientras, aquí, en Sevilla, no fuimos pocos los que dudamos del éxito de una empresa asociada en nuestro subconsciente a la esperada romería anual -hasta tuvimos casa hermandad en aquel vetusto palacio que engalanaba el sello discográfico Happy Place- y a todos los singulares escenarios que aportaba la hermosa ciudad, ya fuera uno montado en una bodega o el de la Plaza Alfonso X El Sabio, a la sombra del Castillo de San Marcos. También gracias a sus tascas y bares, donde siempre comimos de escándalo.

Pero bastó una primera edición sevillana, la de 2016, para comprobar que nuestras dudas eran infundadas: el Espacio Santa Clara y el entorno de la Alameda de Hércules se revelaron idóneos para acoger el festival, que desparramó su incontable oferta por salas, bares, teatros y... ¡hasta un garaje subterráneo! En la segunda, la del pasado año, se limaron aristas -ya no hubo quejas vecinales por el ruido- y se afinó la estrategia -no tenía mucho sentido desplazar al público hasta el Teatro Central y el Alameda mutó en principal escenario de pago-.

Aunque oficialmente la tercera edición comenzó el pasado domingo con la actuación de un coro infantil dirigido por la cantaora Rocío Márquez y acompañado por Los Jaguares de la Bahía en San Luis de los Franceses -las propuestas imaginativas son marca de la casa-, el grueso de la oferta, más de un centenar largo de conciertos, arranca hoy. Y pese a la amaneza de lluvia -Aemet pronostica una probabilidad de entre el 80% y el 100% hasta el sábado-, miles de aficionados volveremos a echarnos a la calle para disfrutar de la música en vivo. Qué menos: con los restos del indie pop reconvertidos en mainstream de andar por casa por obra y gracia de mil grupos que bien pudieran ser el mismo, como el mismo son de hecho también los cien festivales que los cobijan, una propuesta tan diferente, original y variada merece toda nuestra atención (y diversión).

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