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La Alianza de Civilizaciones cinco años después

Jorge Domecq Fernández de Bobadilla

Director General de Naciones Unidas, Asuntos globales y Derechos Humanos. 

“Hablar en el lenguaje político actual de Oriente y Occidente es un eufemismo: el último designa Europa y al  mundo americano que creó y el primero al Islam. Se trata pues de dos términos antagónicos desde hace siglos y cuyo enfrentamiento, supuestamente inevitable, encarna para algunos el famoso Conflicto de Civilizaciones que ha hecho correr ríos de tinta, especialmente tras los atentados del 11-S”. La cita de Juan Goytisolo enmarca perfectamente lo que me permito creer estaba en el origen de la iniciativa enunciada por el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ante la Asamblea General de la Naciones Unidas en septiembre de 2004, y que sería asumida un año más tarde por el Secretario General, Kofi Annan.

 

Mucho se ha escrito sobre la utilidad o contenido de la Alianza sin entrar a conocer con mayor detalle lo que hoy por hoy supone. Ciento diez organizaciones internacionales y países de los cinco continentes conforman el grupo de actores que hoy promueven e impulsan proyectos en el marco de esta iniciativa en la escena internacional. El pasado mes de noviembre las Naciones Unidas adoptaron una resolución en la Asamblea General por consenso de todos los Estados, dándole así un respaldo político universal a la Alianza.

 

Pero ¿qué es la Alianza de Civilizaciones? El fin de la Guerra Fría ha traído nuevos retos de seguridad. Estamos en un mundo donde las guerras entre Estados casi han desaparecido y han sido sustituidas por nuevas formas de violencia, como demuestran los atentados terroristas de los que ningún país está a salvo. En esta nueva situación, las Naciones Unidas además de continuar con las clásicas operaciones de mantenimiento (o incluso de imposición) de la Paz, tiene que buscar nuevos instrumentos al servicio de la diplomacia preventiva en situaciones de tensión que pueden desembocar en conflictos. Aquí es donde entra la Alianza, una iniciativa destinada a evitar la polarización de la sociedad y de las comunidades a escala global, con el nacimiento de fracturas culturales o religiosas en su seno.

 

La Alianza no pretende actuar en cualquier conflicto (no trata de guerras territoriales, ni de disputas sobre recursos naturales), ni resolver guerras abiertas. Su objetivo son aquellas crisis o tensiones que tienen su origen en causas étnicas, culturales o religiosas y que requieren una intervención decidida para evitar la victimización de una parte de la sociedad que puede conducir a situaciones dramáticas como las que se vivieron con la matanza de  Ruanda en 1994.

 

Para actuar, porque de eso se trata, la Alianza ha identificado cuatro ámbitos prioritarios: la educación, la juventud, la migración y los medios de comunicación. En estas cuatro áreas de acción la Alianza viene concentrando su atención para coadyuvar a lograr, a escala local, nacional e internacional, el buen gobierno de la diversidad cultural y religiosa. Así, se han puesto en pie en estos cinco años de andadura, múltiples proyectos y programas que han ayudado a restañar heridas culturales abiertas en nuestras sociedades en diversos puntos del globo. Como botón de muestra, sólo citaré algunos ejemplos que, aunque poco conocidos por la ciudadanía, han tenido y tienen un importante papel en reducir tensiones de índole religiosa o cultural que podrían haber desembocado en crisis o conflictos abiertos.

 

El Mecanismo de Respuesta Rápida de los Medios (MRRM) creado en 2008 es un recurso imprescindible hoy tanto para periodistas, como para  expertos (más de 7000 en todo el mundo), que vía internet acceden a análisis, información y comentarios sobre historias relativas a tensiones políticas, culturales o religiosas. Esto ha ayudado a rebajar, por ejemplo, crisis como la de la caricaturas o la ocasionada por la película “Fitna” en países musulmanes, ofreciendo a los que lo utilizan explicaciones más objetivas y tendentes a restaurar la confianza entre comunidades religiosas o culturales distintas.

 

El Fondo de Solidaridad de la Juventud, que ofrece financiación a proyectos juveniles que favorecen la relación entre jóvenes de extracto cultural diverso. A la primera convocatoria en 2008 se presentaron 110 proyectos de 55 países.

 

Plural + es un festival de video joven sobre la cuestión de la migración que promueven varias organizaciones y fundaciones internacionales con el apoyo decidido de la Organización Internacional para las Migraciones.

 

Estas ideas e iniciativas, junto con muchos otros proyectos que podrían mencionarse aquí (Café diálogo fomentando la comunicación de internautas de distinto origen, proyectos que promueven la confianza entre comunidades en Oriente Medio, etc, …) muestran que ésta es una iniciativa pensada para la acción, lo que le diferencia de los diálogos interreligiosos e interculturales que ya existen. 

 

La Alianza de Civilizaciones, que implica no sólo a organizaciones Internacionales y a Gobiernos nacionales, pretende también activar a nivel local, con la elaboración de Planes Nacionales, programas y proyectos en los cuatro ámbitos antes mencionados. Ya hay 22 países que se han dotado de su Plan, incluido España. Estos planes incluyen numerosas medidas que también están actuando sobre problemas de gestión de la diversidad cultural en todo el planeta.

 

Una crítica que suele hacerse a la Alianza es que sienta a una misma mesa a países democráticos con otros que no lo son, arriesgando así a que se  diluyan o sacrifiquen los valores de lo que entendemos por “civilización”: el respeto de los derechos humanos y de la libertad. Este argumento es falaz, puesto que la Alianza no pretende abordar el aspecto interestatal en las relaciones internacionales ni tampoco el poner en común nuestras experiencias de Gobierno, sino buscar la mejor manera de evitar que nazcan las semillas del odio y el extremismo intercultural o interreligioso en nuestras sociedades sin importar para ello las fronteras.

 

A cinco años vista todo parece indicar que la Alianza goza de buena salud, y que los retos a los que se enfrenta la hacen cada día más necesaria. Cabe esperar que su futuro desarrollo sirva para consolidarla como el cuarto pilar de las Naciones Unidas (junto al Desarrollo, los Derechos Humanos y la Paz y Seguridad): el de la dimensión político-cultural encargada del buen gobierno de la diversidad cultural. Si es así, España podrá sentirse orgullosa de haber sido su impulsora original. 

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